Columna de Sergio Arancibia en El Mostrador
Cada día hay más preocupación nacional e internacional sobre la agricultura familiar campesina. Según la FAO, este tipo de unidad de producción –que no es exclusiva de la agricultura, sino que incluye también las labores silvícolas y pesqueras– se define de la siguiente manera:
“La agricultura familiar es una forma de organizar la producción agrícola y silvícola, así como la pesca, el pastoreo y la acuicultura, que es gestionada y dirigida por una familia y que en su mayor parte depende de la mano de obra familiar, tanto de hombres como de mujeres”.
Odepa, la Oficina de Planificación y Políticas Agrícolas del Ministerio de Agricultura de Chile define, a su vez, la AFC de la siguiente manera:
“Forma de organización para la producción agrícola que se basa principalmente en el trabajo de los miembros de un grupo familiar, independientemente de la forma de tenencia de la tierra, de la superficie de la explotación o del valor, volumen o destino de la producción”.
El concepto, por lo tanto, está claro. Pero los números faltan. En Chile se lleva a cabo cada 10 años un Censo Agropecuario y Forestal –aun cuando el último de ellos se realizó 14 años después del que le antecedió– que se supone es la madre de todos los estudios estadísticos sobre el sector agrícola, y que se supone recoge y sistematiza la información que permite a la autoridad nacional y a todos los interesados en la cosa agrícola, llevar adelante reflexiones y tomar decisiones sobre las políticas a llevar adelante en el sector. Pero, curiosamente, el Censo no aporta información sobre la agricultura familiar campesina. No se le menciona, no se le identifica, ni mucho menos se le cuantifica.
El Censo trae, sin embargo, información sobre la tenencia de la tierra de acuerdo a la extensión de la superficie de las diferentes unidades productivas, lo cual es una cosa distinta. Así, por ejemplo, en el Censo de 2021 se informa que existen 9.760 unidades productivas que tienen una superficie igual o menor a 1 hectárea, 41.364 unidades de producción que tienen entre 1 y 5 hectáreas y 26.782 unidades de producción que tienen entre 5 y 10 hectáreas. ¿Cuántas, de esas 77.706 unidades productivas, entran dentro del concepto de agricultura familiar campesina? Eso no se puede responder por la vía de las cifras que publica el Censo.
De las 77.906 unidades de producción que tienen menos de 10 hectáreas, no todas dependen fundamentalmente de mano de obra familiar. Puede haber una buena cantidad de unidades productivas dentro de esa suma que tienen necesidad permanente o principal de mano de obra no familiar. Eso depende de la zona donde esté ubicado el predio y a qué tipo de cultivo se dedica. Diez hectáreas de secano costero no es lo mismo que 10 hectáreas de viñedos en la zona central del país. La capacidad de sostenerse con la mano de obra familiar es radicalmente distinta, aun cuando todos tengan el mismo hectareaje. No se pueden, por lo tanto, sumar peras con manzanas.
Y toda esta temática es relevante, por cuanto todo parece indicar que la agricultura familiar campesina juega un rol fundamental en la alimentación de las grandes ciudades, sobre todo de rubros tales como verduras, hortalizas y frutas. También proveen una parte importante de la mano de obra temporera que trabaja en la cosecha de muchos rubros frutícolas. Se puede agregar que tienen un rol relevante en cuanto a la seguridad alimentaria del país, y en la protección del medio ambiente.
En consecuencia, tanto el Censo como las políticas públicas deberían considerar en forma expresa a este importante subsector agrícola, que existe, aun cuando tenga poca visibilidad. Pero el Censo en sí mismo no tiene la culpa de las carencias mencionadas. Él incluye e informa sobre aquello que se quería investigar y sobre lo que se consideró importante cuando se diseñó el Censo. En otras palabras, no tiene la culpa el chancho sino el que le da el afrecho. El Censo trae mucha información sobre muchas cosas, pero aquí, como en otros campos de la vida y de la sociedad, el objetivo no puede ser saber mucho, sino que hay que saber, aun cuando sea poco, de aquello que es realmente importante.