Para nadie es novedad que la derrota del 17 de enero y en especial esta coyuntura electoral, ha fijado ciertos tópicos que difícilmente podremos sacar de la retina de las chilenas y chilenos, como el concepto progresista (que nadie sabe su verdadero significado), la protección social (monopolio de las dos coaliciones y que tampoco se especifican sus matices), pero lo que más ha brillado es el concepto del “recambio generacional” y “más jóvenes en política”. Sin embargo nos hemos preguntado ¿Por qué tanto interés en que hayan jóvenes haciendo política?, ¿Los jóvenes representan el recambio real y certero en política? ¿Es conveniente reducir el debate a personas y no a prácticas políticas o mejor dicho a buenas prácticas políticas (también llamada ética)?
Ser joven en política en estos tiempos, supone tener menos de cuarenta años. Otro de los supuestos es que eso garantiza nuevos equipos, nuevos estilos de hacer gestión política y por qué no decirlo nuevas prácticas, pero nos hemos preguntado ¿Qué hay de cierto en eso? ¿Es realmente conveniente este recambio generacional al que apunta la elite política actual de la centro izquierda en Chile? ¿Tendrá la eficiencia política (y aceptación popular) que se espera este recambio general impuesto?
Marco Enriquez-Ominami, lo dejó muy claro en su campaña que quería un “recambio real”, y se quejaba de que los viejos estandartes nunca le dieron permiso para poder participar. En su caso particular, esa afirmación no resulta aplicable, de lo contrario no habría sido diputado, pero es un hecho que existen mecanismos institucionales de los partidos políticos, e incluso aspectos culturales que han llevado a la centro izquierda a caer en esta dicotomía entre profesar democracia y no practicarla. Incluso, las nuevas jóvenes promesas provienen de estas mismas elites enquistadas desde hace veinte años, realizando las mismas prácticas políticas que sus antecesores y lo que es peor aún, consiguieron su fama gracias a ellos. Entonces me parece prudente precisar que también se cae en un doble discurso sobre el recambio generacional, en el cual se enjuicia la mala labor realizada por los líderes anteriores, pero no se asume que quienes originaron el problema fueron los mismos que hoy parecen ser enemigos del recambio.
El recambio real de generaciones llegará, cuando aquellos militantes y adherentes de la base social, y aquellos que no pertenecen a determinadas familias políticas, tengan acceso real, en base a su capacidad, preparación, a las direcciones de los partidos. Cuando cualquiera de ellos, sin importar su condición social de origen, puede ponerse al frente de la construcción de un nuevo proyecto colectivo. Ello será posible cuando recuperemos en los partidos una práctica inspirada en la ética política y la justicia social, es decir, cuando la práctica política destinada a alcanzar y ejercer el poder, no se supedite sólo a maquinarias internas. Es lo importante para darle un respiro a las agotadas estructuras políticas que añoran desde hace un tiempo, un cambio en su funcionamiento.
Los partidos políticos de la centro izquierda, deben volver a recuperar su rol de élite en el sistema político para canalizar las demandas de la sociedad con el fin de ayudar a transformarlas en decisiones de Gobierno y en una legislación acorde a sus necesidades. Tal rol sólo se puede realizar de manera responsable, si al momento de elegir a quiénes encabezaran estos procesos, se privilegia a los más capaces dentro de un territorio determinado, de modo que sean representantes legítimos y legitimados por las bases. Mucho de esa pérdida del rol que hemos perdido, se debe a la elección de personas que vociferan el recambio generacional y sólo han conocido el territorio en determinadas coyunturas.