Discursos profesionales sobre sexualidad y pedofilia

¿Existe alguna relación estadística entre homosexualidad y pedofilia? El neurólogo Sergio Illanes parece creer que así es, y por ello sale en defensa de las polémicas declaraciones del Cardenal Tarcisio Bertone. Así, sostiene que el porcentaje de homosexuales pedófilos es superior al porcentaje de heterosexuales pedófilos, así como que los anteriores exhiben una actitud más agresiva en cuanto al número de sus víctimas. Finaliza citando un estudio publicado en internet que, uno ha de asumir, le da respaldo a sus aseveraciones.

Sin embargo, si uno revisa ese estudio, publicado en inglés, sorprende leer precisamente lo opuesto a lo que sostienen Bertone e Illanes. En efecto, en este informe -que resume las conclusiones del libro Stop Child Molestation, de Gene G. Abel y Nora Harrow– se sostiene que “más del 70% de los hombres que abusan de niños se califican a sí mismos como heterosexuales en sus preferencias adultas. Un 9% adicional reporta que se consideran igualmente heterosexuales y homosexuales. Sólo un 8% reporta ser exclusivamente homosexual. La mayoría de los hombres que abusan de niños están casados, divorciados, son viudos, o viven con una pareja adulta”. Los autores vuelven a este punto al revisar los datos para la población de hombres que abusaron exclusivamente de niños varones. En este caso, y “al contrario de lo que comúnmente se cree, sólo un 8% reportaron ser exclusivamente homosexuales en sus preferencias adultas”. En cambio, “la mayoría de los hombres que abusaron de niños varones (51%) se describen a sí mismos como exclusivamente heterosexuales”. Si quisiéramos generalizar de la manera que Bertone e Illanes lo hacen, debiéramos concluir que estadísticamente, más bien hay una relación entre heterosexualidad y pedofilia.

Más preocupante aún es la irresponsabilidad profesional de quien firma una carta sobre un tema tan polémico y contingente como neurólogo, o cualquier otra profesión relevante para el caso en discusión, y entrega datos completamente erróneos amparado en ese manto de experticia, cometiendo un grave atentado contra todo estándar de comportamiento profesional.

Por su parte, en carta del 16 de abril recién pasado, el abogado Cristóbal Orrego hace un esfuerzo por poner en perspectiva las sospechas de pedofilia de que han sido objeto, sucesivamente, célibes y homosexuales. De alguna forma, su argumento sitúa a estos dos grupos como víctimas de la persecución social, como minorías en necesidad de defensa y explicación. Al respecto, hay que enfatizar que el concepto de minoría pertenece a la teoría social, no a la estadística. Minoría no es aquel grupo que cuenta con pocos integrantes; sino aquel sector de la sociedad que carece de capital social y financiero, que carece de acceso a los núcleos de poder, y que se encuentra en una situación de subordinación respecto de otros grupos sociales. Bajo esta noción los grupos gay, lésbicos y transexuales son minorías, mientras que los grupos célibes –los sacerdotes y los integrantes de prelaturas personales de la Iglesia Católica– no lo son.

Y en ese sentido, resulta paradojal que Orrego califique de “poderoso” a lo que él llama el “lobby gay”. En nuestro país los grupos célibes en cuestión cuentan con universidades situadas en la cumbre de lo que se ha venido en llamar la “cota mil” y con amplio acceso a los medios de comunicación; así como con la simpatía de grupos financieros y bancadas transversales de parlamentarios. En cambio, el “lobby gay” se reduce a una institución, el MOVILH, que como muchas otras organizaciones sociales de pocos recursos funciona en una sede cedida por el Ministerio de Bienes Nacionales. Su “poderoso” lobby se limita a la capacidad de articular propuestas de política pública con organismos públicos, de manera tan pública como lo permite la escasa cobertura de prensa que obtienen.

Resulta preocupante que en manos de Orrego, el “poderoso lobby gay” ocupe el lugar que en tiempos anteriores ocuparan masones, judíos o comunistas: el de silenciosos orquestadores de la corrupción moral de la sociedad. Este discurso conspirativo históricamente ha servido para etiquetar, transformar en “el otro”, y perseguir a muchos grupos sociales, étnicos, políticos o religiosos.

Insisto en que mis discrepancias con el profesor Orrego surgen de distintas lecturas de conceptos de teoría social. Esto, pues confío en que las posturas políticas de uno u otro no prevalezcan por sobre la capacidad de analizar rigurosa y analíticamente los hechos sociales.

NOTA: esta columna es una fusión de dos columnas publicadas en la sección “Cartas al Director” de El Mercurio durante la semana pasada.

Publicación original de Red Seca

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