Un país sin cuentas ambientales

Huella Ecológica

Chile carece de un instrumento como las Cuentas Ambientales, no obstante que su desarrollo económico se sustenta principalmente en la explotación de sus recursos naturales, un modelo en extremo vulnerable de un buen o mal desempeño ambiental. No disponer de indicadores ambientales para, al menos,  definir políticas desarrollo sustentable impide garantizar la viabilidad del modelo productivo para las generaciones futuras

Si hay un punto de convergencia entre economistas de distintas posiciones del espectro político, es la apuesta por el crecimiento económico como panacea para solucionar todo tipo de males. Sin ir más lejos, gran parte de los recursos necesarios para la reconstrucción del país, provendrán –según el Presidente Piñera- de un hipotético aumento en el PIB del país en torno a un 6 % promedio para su cuatrienio.

Hablar de crecimiento económico se relaciona inmediatamente con aumentar el ritmo de producción y consumo de bienes y servicios, considerando lo económico como un sistema autárquico independiente de sus relaciones con nuestro entorno y que contabiliza a costo cero tanto los servicios que provee la naturaleza como los daños y residuos que el Medio Ambiente debe soportar.

La contabilidad económica, históricamente, se ha limitado a considerar la economía como un sistema cerrado donde solo participan consumidores y productores, cuyo punto de encuentro son los mercados donde, externalidades más, externalidades menos, se forman los precios. Solo los factores asociados a estos factores son relevantes y consecuentemente los países  al desarrollar mecanismos para evaluar su desempeño económico contabilizan solo estos elementos.

Esta visión se encuentra ampliamente superada. Desde principios de los 70’, conceptos como  Capital Natural  y Desarrollo Sustentable establecen que debe considerarse el medio ambiente como un recurso escaso, que  debe ser asignado y consumido de manera eficiente y en un contexto de equilibrio entre economía y medio ambiente, viable en el largo plazo.

Hoy en día la concepción y formas de cuantificación más extendidas son  promovidas por el Banco Mundial, a través de sus aproximaciones de riqueza verdadera y ahorro genuino y, en forma paralela, por la ONU y el SCAEI que se presenta como un sistema de datos estadísticos basados en conceptos comparables que permite analizar de manera eficiente las relaciones entre medio ambiente y economía, e instrumentar métodos para valorar los aspectos ambientales en la perspectiva del desarrollo sustentable.

Sin embargo, es posible llegar a tal simplicidad y reducir todo a una única dimensión monetaria?

Resulta evidente que existen una serie de valores que no son susceptibles de dicha apreciación y humildemente debiera reconocerse que no sabemos cómo funcionan los ecosistemas. Nuestra historia está llena de ejemplos de malas valorizaciones de recursos naturales, sociales, culturales y morales que desparecieron ante la codicia de unos pocos.

Por otra parte, la crisis económica global nos ha brindado la oportunidad de ver cómo se comportan los ecosistemas en un contexto de menor presión. Los  indicadores de contaminación han sido inesperadamente positivos y  de prolongarse la recesión mundial estaremos más cerca de alcanzar las metas de reducción acordadas por las partes en Kioto.

La constatación del fenómeno ha dado nuevos bríos y votos -los nuevos verdes y sus aliados de izquierda anticapitalistas europeos superan ya el 15% del electorado- a quienes postulan que una transición socio-ecológica pactada y planificada a nivel global, hacia menores niveles de uso de materiales y energía puede ser la ansiada solución para volver a poner en equilibrio a la Humanidad con su planeta.

Su propuesta apunta, en términos gruesos, a dejar  atrás la vieja quimera de la creación-producción, expresado en la economía del carbón, el petróleo y el gas natural y volver, mediante la inversión pública de los excedentes que aún existen en tecnología de conservación de energía, en gestión circular de los materiales, en transporte público urbano y agricultura orgánica, entre otros, ya no para seguir generando riqueza y crecimiento en el sentido clásico y que beneficia a unos pocos especuladores, sino que apuntando a un decrecimiento socialmente sostenible en términos tales que podamos subsistir de manera igualitaria con menor uso de materiales y consumo energético y cuyo norte ultimo sea la felicidad humana.

Algo bastante parecido a lo que antes se llamaba socialismo.

Mientras,  Chile carece siquiera de un instrumento como las Cuentas Ambientales, no obstante que su desarrollo económico se sustenta principalmente en la explotación de sus recursos naturales, un modelo en extremo vulnerable de un buen o mal desempeño ambiental.

Los porfiados hechos nos muestran que Chile ha multiplicado por 4 sus emisiones de carbón y salvo algunos esfuerzos aislados y bienintencionados a nivel público y privado, una interminable cadena de centrales termoeléctricas, rellenos sanitarios y soluciones difíciles de compatibilizar con una política de desarrollo sustentable como es el caso del proyecto Hidroaysen o Pascua Lama no invitan precisamente a catalogar al país como líder en el cuidado del  medio ambiente.

No disponer de indicadores ambientales para, al menos,  definir políticas desarrollo sustentable impide garantizar la viabilidad del modelo productivo para las generaciones futuras y constituye simplemente una forma de autocomplacencia y de mentirnos a nosotros mismos.

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