Mientras el nuevo presidente electo Sebastián Piñera prepara el anuncio de su gabinete para los próximos días y adelanta sus primeras definiciones programáticas sobre su futuro gobierno, la centroizquierda y la izquierda se ven abocadas a un proceso de reflexión sobre las causas de la derrota del 17, y dan los primeros pasos para estructurarse como oposición.
A continuación se señalan algunas claves del nuevo escenario político que comienza a configurarse.
El gobierno de Piñera y el manejo de las altas expectativas generadas durante la campaña.
Al fragor de una campaña se hacen muchas promesas, pero quién gana después tiene el deber principal de responder por ellas, o por lo menos de hacerse cargo de las expectativas que genera.
Piñera asume con algunas promesas fuertes de campaña como el millón de empleos, lo que implica crear 250 mil al año. Ello significa retomar un ritmo de crecimiento de la economía que está muy por sobre la proyecciones económicas más optimistas para los próximos años. Otra vía, ya se sabe, para por aumentar el empleo es a través de abaratar y precarizar la mano de obra y facilitar el despido de los trabajadores más viejos y “más caros”.
También se han sembrado grandes promesas en materia de protección social para las clases medias, y de mejoramientos en casi todas las áreas sociales para los sectores más vulnerables. Otro tanto se puede decir en materia de control y reducción de la delincuencia y el narcotráfico (se llegó a hablar de “acabar con la delincuencia”).
En lo más inmediato está la promesa de Piñera de deshacerse de todas aquellas inversiones y negocios que impliquen conflictos de interés de aquí al 11 de marzo. Lo ocurrido desde la elección con el paquete accionario principal no hace sino demostrar que se trata de un tema de suma significación, y que afecta, más allá de la figura de Piñera, el prestigio de la institución presidencial.
El manejo que el nuevo gobierno haga de estas promesas, dificultades y expectativas constituirá uno de los primeros test de la próxima administración.
¿Señales de un programa no explicitado?
Algunas declaraciones y definiciones del próximo presidente así como de algunos de sus más estrechos asesores, han apuntado a aspectos programáticos no señalados durante la campaña, o, a lo menos, no explicitados con la claridad suficiente durante ésta.
Por ejemplo, el anuncio de que se podría estudiar el ingreso de privados a Codelco; la reducción del sueldo mínimo para el segmento más joven; mayor flexibilidad laboral; el término de la indemnización por años de servicios; no son ideas ajenas al ideario de la centroderecha en todos este tiempo, pero no fueron aspectos centrales de la agenda de campaña. Otro tanto puede decirse de la idea planteada en materia de derechos humanos por parte del influyente senador Jovino Novoa, en términos de buscar el mecanismo de “cierre” de estos juicios.
En buena parte, la centroderecha apostó a una indiferenciación programática –incluso estética- con la Concertación y al continuismo con Bachelet y su gobierno de protección social. Comenzar a “abrirse” de estas promesas y alejarse del perfil de la campaña puede comenzar a generar la impresión en la ciudadanía que se pretende gobernar con otro programa que el que se desplegó y se comprometió en la campaña.
La concertación: el desafío de constituirse en oposición y de reconquistar a la mayoría del país.
Como era de esperar se ha producido una importante avalancha de análisis e interpretaciones de la derrota político-electoral del pasado 17 de enero. Lo estrecho del resultado, sin embargo, no permite explicar a través de grandes y unicausales teorías políticas o sociológicas las razones de la derrota. La gran cantidad de circunstancias que ocurrieron durante la campaña y en los meses previos (las escisiones de los tres partidos principales en el último período o las dos listas electorales en las municipales, por citar solo dos ejemplos) o las debilidades y errores de la propia campaña presidencial (particularmente en primera vuelta) podrían, cada una por si misma, explicar una derrota electoral que fue de menos del 2% del electorado.
Se corre el riesgo de sobre interpretar los resultados del 17, subvalorar el 48,6% obtenido y relativizar la obvia conclusión que un resultado así de ajustado indica que la derrota no era el único escenario posible.
Lo más razonable parece ser iniciar un proceso de reconstitución programática y política mirando más el nuevo ciclo político histórico en que ha entrado el país y las nuevas realidades que anidan en la sociedad chilena, que en un desmenuzamiento excesivo de las cifras electorales. Hay si aspectos que se pueden observar como tendencias que se deberán consignar y abordar a la brevedad, como por ejemplo, la convergencia del regionalismo con la derecha y no como había ocurrido históricamente con la izquierda o centroizquierda en las zonas extremas del país, o la mayor capacidad de crecer de la derecha en las comunas más grandes (en comunas por sobre 100 mil habitantes Piñera ganó en 8 de 12).
En este sentido, se debiera considerar como hipótesis que en el crecimiento de la derecha en las comunas más grandes, donde pesa más el “voto de opinión”, haya pasado factura no solo la mala atención de ciertos segmentos de votantes, sino la orfandad mediática con que la centroizquierda enfrentó esta campaña presidencial. El desafío de reconstruir un espacio público plural pasa a ser una de las principales tareas de la próxima etapa.
Saber leer la nueva realidad política chilena, con sus nuevas dinámicas sociales y culturales, será crucial en el marco del ingreso de cerca de cuatro millones de nuevos electores -padrón al 2013-, producto de la inscripción automática. En este contexto, será conveniente entender desde un comienzo que lo que estará en juego será no solo revertir una elección que se definió por poco más de doscientos mil votos sino reconstruir una mayoría en una sociedad distinta, mucho más abierta y competitiva, en el marco de nuevos electores cuyo comportamiento y sensibilidad se desconoce, o se conoce solo escasamente.
Por otro lado, la centroizquierda ha comenzado a dar sus primeros pasos como oposición. Por delante tiene la necesidad de revisar lo ocurrido pero no autodestruirse en la crítica; renovarse sin producir nuevas escisiones; defender una obra de 20 años que ha sido maciza y que irá creciendo con el tiempo, sin por ello dejar de hablar más del futuro que del pasado; cuidar sus liderazgos y no caer en el juego de quienes quisieran verlos competir entre sí.
Por último, la nueva oposición deberá abordar con grados de coordinación y eficiencia inéditas su labor legislativa, la cual será el epicentro de su acción política en la próxima etapa. Crítica seria y bien fundamentada, fiscalización del cumplimiento del programa del nuevo gobierno, construcción de alternativas y robustecimiento de la sociedad civil, fortalecimiento de sus Centros de pensamiento, apertura de medios de comunicación propios; constituyen algunos de los ejes y tareas principales del camino que la izquierda y la centroizquierda deberá comenzar a recorrer para constituirse en una oposición firme, creíble y eficaz en la próxima etapa.