Análisis electoral: ¿Por qué perdió la Concertación?

A una semana de la derrota que el candidato de la derecha, Sebastián Piñera, le propinara a la Concertación –la primera en veinte años de democracia-, abundan las hipótesis sobre las causas del declive electoral.

En su última columna, el economista Oscar Landerretche planteó lo siguiente: “Durante los próximos meses y años vamos a presenciar un conjunto de intentos de construir la historia de este enorme cambio que ha ocurrido en el sistema político chileno. Vamos a tener gente que esta más vinculada a la historia de los últimos 20 años y que tratará de centrarse en una narración táctica de los últimos años y la campaña. Vamos a tener gente que se siente menos vinculada a los logros y carencias de esas dos décadas y que tratará de encontrar explicaciones coherentes estructuradas en torno a largos procesos históricos. Vamos a tener quienes atribuirán la derrota al alejamiento del gobierno, la coalición o la campaña de sus conceptos favoritos: el progresismo, la izquierda, el centro, las capas emergentes, la sociedad civil y quién sabe cuantos otros; contribuyendo a una ensalada conceptual que siempre tendrá el delicioso aderezo de argumentar que el problema lo causaron los demás.” Así las cosas, con el propósito de ir acotando los márgenes de esta discusión, ponemos a disposición de nuestros lectores dos columnas que analizan las causas de la derrota. La primera, titulada “Siete claves para entender el resultado electoral”, de Rodrigo Salcedo; y la segunda, titulada “Las causas de la derrota”, de José Miguel Zapata.

Siete claves para entender el resultado electoral

Rodrigo Salcedo

Sin contar aún con el análisis electoral por mesa, el que permitirá afinar algunas hipótesis así como también comprobar el impacto de algunas variables como la edad de los votantes, el número de años que llevan en el padrón, etc.; me permito presentarles siete claves o ideas que nos permiten analizar la elección del pasado domingo:

1. El triunfo de Sebastián Piñera no tuvo relación ni con el número de electores que fueron a sufragar en la segunda vuelta ni con la cantidad de votos blancos o nulos que se emitieron.

En efecto, si comparamos el número de sufragantes así como el total de votos válidamente emitidos en las segundas vueltas presidenciales de los años 2000, 2005 y 2010, podemos apreciar que la única diferencia significativa se produce entre los años 2000 y 2005. Así, podemos entender al año 2000 como la última gran disputa épica, la que logró movilizar a gran parte del electorado, alcanzando más de 7 millones 300 mil votantes y más de 7 millones 180 mil votos válidos. Por el contrario, entre las elecciones de 2005 y 2010, los votantes son casi los mismos así como también aquellos que votaron válidamente. Esto echa por tierra una de las lecturas previas a la elección que circulaba entre los analistas concertacionistas (entre los que me incluyo), quienes pensábamos que el gran enemigo del triunfo de Frei era la abstención y los votos blancos y nulos.

2. Se mantiene la tendencia histórica que los candidatos de derecha obtienen un porcentaje de votación mayor entre las mujeres que entre los hombres.

En las elecciones de 1989, 1993 y 1999, los candidatos de derecha obtuvieron al menos 3% más de preferencias entre las electoras que entre los votantes varones. Esta tendencia se redujo sustantivamente con Michelle Bachelet el año 2005; obteniendo el candidato de derecha en segunda vuelta sólo un 0,36% más de votación entre las mujeres que entre los hombres. Podía pensarse que la gran cantidad de medidas tomadas por el gobierno de Bachelet en pro de las mujeres, así como el cambio cultural experimentado por el país en los últimos cuatro años revertiría esta tendencia, feminizando el voto concertacionista. Este proceso de feminización del voto de izquierda o centroizquierda ha ocurrido en varios países desarrollados. En EEUU, por ejemplo, las mujeres, de votar mayoritariamente por los republicanos, se han pasado masivamente en las últimas décadas, al bando demócrata. Sin embargo, el proceso no se produjo en Chile. El candidato de la derecha obtuvo en la segunda vuelta 0,62% más de votación entre las mujeres que entre los hombres.

3. El candidato de la Concertación perdió votos en todas las regiones en comparación a la votación obtenida en segunda vuelta por Michelle Bachelet. Sin embargo, la pérdida no es homogénea.

Mientras en regiones como Antofagasta, Aysén o Magallanes, el candidato de la Concertación perdió más del 18% de la votación obtenida por la Presidenta Bachelet, en regiones como Maule, O’Higgins o La Araucanía, las pérdidas fueron bastante menores. Para explicar el por qué en las regiones de Maule y O’Higgins las pérdidas fueron menores existen al menos tres hipótesis: (1) En estas dos regiones la Concertación realizó primarias, las que permitieron activar a la militancia concertacionista con meses de anticipación al tiempo que legitimar la candidatura de Eduardo Frei; (2) En las grandes urbes de la Región del Maule existen altos niveles de politización y trabajo de base por parte de los partidos de la Concertación, y en ambas regiones los equipos territoriales del oficialismo actuaron coordinada y eficientemente; (3) El impacto electoral y político de Marco Enríquez-Ominami en estas regiones fue el más bajo del país. Lo más probable es que las tres explicaciones sean acertadas al menos en parte.

4. A partir de la tercera hipótesis recién mencionada es posible plantear una cuarta clave: existe una correlación entre la pérdida de votos sufrida por el candidato de la Concertación con relación a la elección del año 2005 y la votación obtenida en primera vuelta por Marco Enríquez-Ominami.

Si bien la correlación no es perfecta, en aquellos lugares en los que Marco Enríquez-Ominami obtuvo una alta votación, Eduardo Frei tendió a perder un porcentaje mayor de votos respecto a la elección del año 2005. Esta correlación se ve ratificada al analizar las tasas de traspaso de votación entre Marco Enríquez-Ominami y Eduardo Frei. Si atribuimos el 90% de los votos de Jorge Arrate a Eduardo Frei, el 5% de ellos a Sebastián Piñera y el 5% a la abstención o al voto nulo, tenemos que de el total de votos que obtuvo Enríquez-Ominami éste sólo traspasó el 61% a Eduardo Frei en segunda vuelta. Este porcentaje tiene variaciones significativas por región, coincidiendo que, en las regiones en los que la tasa de transferencia fue más alta, Eduardo Frei perdió un menor porcentaje de votación respecto al año 2005. En este contexto, es posible hipotetizar que el tono de la campaña de Enríquez-Ominami, con sus constantes llamados al cambio y su acerada crítica a la dirigencia concertacionista, y en especial al candidato Eduardo Frei, fue más relevante para muchos electores que el contenido progresista o “de izquierda” que ella prometía. Por ello, a pesar de la declaración -a última hora- de apoyo a Frei, el paso natural para muchos votantes que creyeron en la promesa generacional y de recambio de Enríquez-Ominami era sumarse a “cualquier cambio”.

5. Si bien la abstención o el voto blanco o nulo no fue determinante; al menos en el caso de la Región Metropolitana quienes dejaron de votar o lo hicieron blanco o nulo, fueron votantes que, antiguamente votaban por la Concertación.

En las comunas urbanas de la RM votaron válidamente 42.067 personas menos que el año 2005; existiendo una correlación bastante importante entre disminución del voto válido y pérdida de votos para Eduardo Frei respecto al año 2005. Así, por ejemplo, mientras en la comuna de Conchalí los votos válidos se redujeron en un 9,47% y la votación de Eduardo Frei respecto al año 2005 se redujo en un 18,77%; en la comuna de Pudahuel los votos válidos aumentaron en un 1,88% y la pérdida para Frei fue sólo de un 8,96%.

6. Si bien el candidato concertacionista perdió votos en todos los estratos socioeconómicos, al hacer un análisis de las comunas urbanas de la Región Metropolitana, podemos sostener, al menos débilmente, que la pérdida fue mayor entre los estratos más pobres y los más ricos; siendo menor entre las capas medias.

Al dividir las 34 comunas urbanas de la RM en 5 grupos según la riqueza relativa de los habitantes de ellas (siendo el grupo 1 el de las comunas más pobres y el 5 el de las más ricas), vemos que los dos grupos más pobres son aquellos en los que Eduardo Frei perdió un porcentaje más alto de la votación obtenida por la candidata de la Concertación el año 2005; siendo seguidos por los dos grupos más ricos. Esta hipótesis de que la pérdida mayor de votación se produjo entre los votantes más pobres sólo podrá ser confirmada en forma definitiva realizando un análisis ya no al nivel comunal, sino más bien un análisis geoespacial al nivel de los distintos recintos electorales y las condiciones sociodemográficas de los lugares donde viven los votantes de dichos recintos. En cualquier caso, sabemos por los análisis ex post de las elecciones del año 2005 que si Michelle Bachelet alcanzó una amplia diferencia de votos en la segunda vuelta electoral del año 2005 fue porque logró penetrar una parte de la base popular de apoyo obtenida por Joaquín Lavín el año 2000; lo que tendería a confirmar la hipótesis que afirma la existencia de un voto popular no ideologizado que es capaz de votar por el candidato presidencial de la Alianza por Chile o de la Concertación (y que muy probablemente votó por Enríquez-Ominami en la primera vuelta), según las ofertas electorales realizadas, el carisma o la campaña que ellos realicen. Este grupo de votantes probablemente alcanza a los 300.000 electores en todo el país pero concentrados en las grandes áreas urbanas.

7. Al menos al nivel de las comunas urbanas de la RM, la influencia del alcalde y su afiliación política fue marginal.

Mucho se ha discutido respecto al poder de los alcaldes -especialmente de los caudillos locales- para influenciar a los votantes de sus comunas en elecciones presidenciales.

Se dice que los alcaldes y su burocracia municipal tienen, a través del clientelismo un arma importante para alterar las preferencias electorales de los residentes de sus comunas, especialmente de los más vulnerables. Al menos en este caso, al cruzar la pérdida de votación de Eduardo Frei respecto a los votos obtenidos por Michelle Bachelet el 2005 con la filiación política del alcalde en las comunas urbanas de la RM, la hipótesis debe ser rechazada; siendo el impacto edilicio existente pero bastante precario. Así, mientras en comunas gobernadas por la derecha Eduardo Frei pierde un 14,04% de la votación de Michelle Bachelet, en comunas gobernadas por la Concertación la pérdida alcanza al 12,56%. Curiosamente, en las dos comunas gobernadas por alcaldes de otra filiación política pero que trabajaron por Eduardo Frei en la segunda vuelta, la pérdida de votación del candidato concertacionista fue sólo del 4,16%.

Las causas de la derrota

José Miguel Zapata

Cuando se ha perdido por tan pocos votos, cualquier explicación que apunte a la búsqueda de causas estructurales aparece como exagerada.

¿Es apropiado hablar un profundo agotamiento de la Concertación, de problemas con el modelo de desarrollo aplicado, de falta profunda de progresismo, de desvinculación con la sociedad, de crisis terminal de los partidos, cuando sólo han sido un par de puntos que separaron a Frei del triunfo? ¿No estaríamos hablando en términos completamente distintos si se hubiese logrado conquistar aquellos pocos puntos y mirando con más mesura los cambios que hay que emprender?

Es muy difícil sostener que los 1,6 puntos porcentuales que le faltaron a Frei para ganar puedan ser la expresión de una falla estructural de la política de la Concertación.

Este minimalismo político (la idea de que todos los cambios son expresión de causas esenciales) es un vecino del determinismo histórico que asume que los derroteros de la política son simples epifenómenos de causas estructurales.

Me asaltan serias dudas sobre la capacidad de los partidos de la Concertación de seguir compitiendo eficientemente fuera del subsidio que ha significado su presencia en el Gobierno. Esto resulta particularmente dramático cuando hay que enfrentarse con una Derecha con un alto nivel de concentración del poder.

En diversos momentos de la campaña se escucharon dentro del mundo de la Concertación expresiones de ese determinismo. Al principio de la campaña, el determinismo se usaba para explicar la inevitabilidad del triunfo de la Concertación basada en la idea de que la derecha estaba estructuralmente vedada de llegar al poder porque, según se decía, era una “minoría sociológica” en el país. Ello sólo llevó a errores de cálculo iniciales que seguramente tuvieron algún impacto en el diseño y desenvolvimiento de la campaña.

Hoy, terminada la campaña, se echa manos a dicho determinismo para buscar posibles causas muy generales y esenciales para explicar una derrota, que desde el punto de vista electoral, sólo significó una corrida de unos pocos puntos.

El mayor peligro de esta tendencia minimalista y determinista, es el querer cambiarlo todo, el subvalorar lo que se ha hecho y auto someterse innecesariamente a un escenario de cierto aventurerismo e incertidumbre con imprevisibles resultados. En otras palabras, si son tan grandes las tendencias que nos llevaron a la derrota, de la misma magnitud deber ser los cambios que hay que emprender. El peligro de esto es, como dice el dicho, el botar no sólo el agua sucia de la bañera, sino que también la bañera y a la guagua.

El camino contrario al minimalista, que podríamos por oposición llamar maximalista, también puede llevar a errores de interpretación y de conducta, y exactamente por las razones opuestas. El camino maximalista, quizá más coherente con los resultados electorales obtenidos, equivaldría a concentrarse básicamente en el manejo de la campaña misma, en la plétora de pequeñas cosas que se pudieron haber hecho mejor.

Este camino, sin embargo, tampoco está exento de peligros. El principal de ellos es caer en la búsqueda infinita de las muchas formas en que se pudo haber conseguido ese puñado adicional de votos necesarios para ganar: que si se hubiesen hecho primarias abiertas y nacionales, que si hubieran renunciado todos los presidentes de los partidos, que si la franja electoral hubiese sido mejor, que si Carola Tohá hubiese dirigido la campaña desde un principio, que si ME-O hubiese llamado a votar antes, que si la Presidenta hubiese apoyado más, etc., etc., etc.

Tomar este camino maximalista podría llevar al yerro de no ver las tendencias más generales en curso y subvalorar las transformaciones que han ocurrido las que desde luego también aportaron lo suyo en el resultado electoral. En otras palabras, para seguir con los adagios conocidos, llevar a la tentación de concentrarse en los árboles y dejar de ver el bosque, o en las estrellas y no ver el firmamento. Este camino, además, tiene el agravante de llevar el análisis al terreno de las recriminaciones personales, desde la cual no siempre es fácil avanzar, por cuanto necesariamente comporta posturas ofensivas y defensivas más que de apertura a la reflexión.

Mi posición es un punto intermedio. Creo que la derrota se explica por una combinación de factores estructurales y de factores coyunturales y por lo tanto, deben equilibrar una mirada minimalista con una maximalista evitando caer en la tentación de asumir unilateralmente cualquiera de ellas. En otras palabras, creo que se debe analizar tanto el síntoma como la enfermedad.

Esto es particularmente cierto, considerando que entre causas estructurales y causas coyunturales no existe una desconexión sino que una cierta relación de continuidad.

En esta ocasión sólo quiero concentrarme en lo que considero la explicación central en el plano estructural. En un artículo posterior pretendo abordar algunas explicaciones más coyunturales.

En el plano estructural (o minimalista si lo prefiere), creo que el principal problema tiene que ver con los déficits de lo que se ha llamado la Concertación en los partidos (en contraposición de la Concertación en el gobierno, que merece un menor cuestionamiento).

Mi gran pregunta es por qué la Concertación tras 20 años en el gobierno, se enfrentó a una elección con un liderazgo forzado, escogido dentro de los pocos (o el único) que tuvieron el coraje y tenacidad de mantenerse en pie y no se pudo contar con un elenco de liderazgos renovados que pudieran representar mejor el curso de los tiempos. Por qué se minimizó el tema del liderazgo competitivo y se sobreestimó el peso “estructural” de la marca registrada de la Concertación como aval que salvaría a cualquier tipo de candidato basado en la falsa idea de “la mayoría sociológica”. La primera vuelta demostró cuán equivocada era esa noción.

Creo que la respuesta tiene que ver con el problema de fortalecimiento y renovación de los partidos, situación que ya no se podía resolver minutos antes de una nueva elección,  en tanto era no sólo un reflejo de la voluntad política de quienes dirigían los partidos de la Concertación, sino que principalmente de un déficit estructural de la política chilena que se venía arrastrando durante todo el período transicional.

Este déficit tenía que ver con una tendencia secular de los partidos a transformarse en entidades cada vez más jibarizadas, con estructuras cada vez más debilitadas y con una creciente desconexión con la sociedad salvo que fuera a través de vínculos primordialmente de tipo clientelar los que también se practicaban al interior de los partidos. Estas tendencias nunca proporcionaron una base fecunda ni para el crecimiento, la legitimidad ni la renovación de las entidades partidarias.

Esa debilidad creciente, sin embargo, no impidió que los partidos de la Concertación hayan continuado siendo fuerzas competitivas y bastante eficientes dentro del funcionamiento de la democracia. Sin embargo, creo que ello fue principalmente debido al subsidio y soporte que significó estar en las estructuras del Estado más que como la expresión de una virtud inherente.

Hoy fuera del Gobierno, estas debilidades inherentes saldrán a la luz con mayor fuerza. Me asaltan serias dudas sobre la capacidad de los partidos de la Concertación de seguir compitiendo eficientemente fuera del subsidio que ha significado su presencia en el Gobierno. Esto resulta particularmente dramático cuando hay que enfrentarse con una Derecha con un alto nivel de concentración del poder estableciendo un fuerte desequilibrio en su favor en casi todos los planos de la vida nacional.

La pregunta política profunda que es necesario hacerse es cómo permitir que el fortalecimiento, renovación y legitimidad de los partidos sea parte de un proceso político natural y que se base en un vínculo fluido y no espurio con la sociedad. Este debate debe darse enmarcado en la discusión sobre reformas destinado a mejorar la calidad de la política, con el centro en el fortalecimiento de los partidos, que es donde veo el principal déficit estructural que contribuyó a la derrota de la Concertación.

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