Más allá de la casuística, tenemos por primera vez a un Brasil que no se inhibe de actuar en forma pública –a través de actores políticos, desde luego, y no estatales, para no correr el riesgo de ser acusado de interferencia inadmisible- en asuntos políticos claves relacionados con la reconfiguración y re-ordenamiento de su amplio vecindario.
CARLOS MONGE, Periodista, miembro de Taller Internacional Igualdad.
“La política exterior de Brasil es más que un instrumento de proyección de sus intereses nacionales: es el elemento conformador de una realidad nacional, regional y global cambiante que ofrece oportunidades y riesgos”. (Marcel Biato, actual embajador de Brasil en Bolivia).
“Brasil no quiere repetir los errores de los imperios”. (Samuel Pinheiro Guimaraes, alto representante del Mercosur y ex secretario general de Itamaraty, la prestigiosa Cancillería brasileña).
Las citas anteriores sintetizan, en mi opinión, de manera clara y explícita, los principios motores de una política externa, como la brasileña, que se caracteriza y se distingue por su amplia visión estratégica y el orgullo de haber nacido, casi como un desgajamiento involuntario, del viejo tronco de la diplomacia imperial lusitana.
El hecho de definir a la política exterior como un “elemento conformador de una realidad nacional, regional y global cambiante”, inserta en medio de riesgos y oportunidades, revela un alto grado de autoconciencia del papel de Brasil en el mundo. Y dicha definición no parece ceñida, desde luego, a las eventuales restricciones que esto conlleva, sino a las posibilidades que su peso de potencia emergente hoy le ofrece.
A poco más de seis meses de la asunción al poder de Dilma Rousseff, como sucesora y continuadora del gobierno del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva, tal vez sea prudente analizar hoy en qué pie se encuentra esa política externa y cuáles son los desafíos más relevantes que deberá acometer en el futuro cercano y en el más largo plazo.
Para empezar, es necesario subrayar que el diseño global de Itamaraty para la región acaba de sufrir un cambio fundamental que ha sido resaltado por no pocos analistas. La reciente elección peruana, en la que fue ungido Ollanta Humala como nuevo jefe de Estado, marca un antes y un después en la política brasileña hacia América Latina.
En efecto, tal como lo indica un reporte de un enviado especial del diario La Nación de Buenos Aires, fechado el 13 de abril de 2011 –es decir, en medio de las dos vueltas electorales que supuso el ballotage en Perú-, Brasil ya está operando como una potencia regional que asume su condición de tal y procede en consecuencia.
El artículo comienza así: “Brasil se ha estrenado en Perú como auténtica potencia regional al influir sin tapujos en la victoria del candidato nacionalista Ollanta Humala en la primera vuelta de las presidenciales. Dos asesores, ambos miembros del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), trabajan desde enero en Lima para moderar el discurso radical de Humala, con el fin de ampliar la base electoral del candidato”.
Y a renglón seguido agrega: “Hasta ahora Brasil había sido árbitro en varios conflictos regionales, como los que hubo entre Venezuela y Colombia, la crisis interna boliviana y el golpe de Estado hondureño, pero nunca se había implicado tan directamente en una carrera presidencial extranjera (la cursiva es nuestra)”.
Tal implicancia refleja, sin duda, un cambio cualitativo importante, pues puede que con anterioridad diversos gobiernos en la región se hayan involucrado tangencialmente en campañas de carácter electoral en países vecinos, con el fin de contribuir a generar escenarios favorables para sus propios intereses. Pero ese involucramiento jamás fue abierto y sin tapujos, como el que acabamos de ver en Perú.
La crónica en cuestión abunda en detalles, pero lo más significativo es que dos brasileños, Luis Favre y Valdemir Garreta, ligados al Partido de los Trabajadores, el lugar de militancia de Dilma Rousseff, asesoraron desde el punto de vista comunicacional a Humala, teniendo como norte la estrategia “Lulinha, paz y amor”, que condujo a fines de 2002 a Lula a la presidencia, tras tres intentos fallidos.
El plan de campaña fue relativamente simple: alejar al candidato Humala de una presunta cercanía o emparentamiento con el presidente venezolano Hugo Chávez y la retórica bolivariana, que le habría jugado en contra en la elección anterior de junio de 2011, donde perdió por una diferencia de diez puntos frente a Alan García.
Y, en paralelo, junto con proyectar una imagen de mayor moderación, articular alianzas con sectores de izquierda y de centro que hasta el momento eran refractarios al perfil nacionalista y populista en exceso del “primer Humala”.
Cabe mencionar que en este último plano fue muy importante el trabajo de articulación y apoyo realizado en Lima por Valter Pomar, secretario ejecutivo del Foro de San Pablo. Una entidad creada bajo el influjo motivador de Lula en 1990, como un espacio apropiado para el diálogo, el reagrupamiento y la colaboración mutua de la izquierda latinoamericana, después del golpe que significó para la misma la caída del Muro de Berlín y el consiguiente fin de la confrontación Este-Oeste.
Como sea, cualquier análisis que pretenda ser completo y abarcador no puede, además, prescindir de realidades geoestratégicas de carácter más integral que también son determinantes en este ámbito y que tienen que ver con las dinámicas interestatales e incluso de intereses privados en este juego.
La periodista Jacqueline Fowks, de IDL-Reporteros, indicó, en el mismo artículo mencionado: “Hay muchas empresas brasileñas de construcción que ya han hecho grandes negocios con el Gobierno de Alan García a las que les interesa mantener esos privilegios. Brasil y Perú firmaron un acuerdo de cooperación energética del que los peruanos nos enteramos por los medios brasileños. El pacto prevé la construcción de varias centrales hidroeléctricas para proveer de energía a Brasil, entre ellas la de Inambari, la más próxima a la frontera”, expresó Fowks.
Y la nota señala, asimismo, que Brasil “ha invertido mucho en el trazado de dos carreteras interoceánicas (una terminada y la otra en construcción) para tener acceso a los puertos del Pacífico peruano y de ahí saltar al mercado asiático”.
Lo cierto, entonces, es que más allá de la casuística, tenemos por primera vez a un Brasil que no se inhibe de actuar en forma pública –a través de actores políticos, desde luego, y no estatales, para no correr el riesgo de ser acusado de interferencia inadmisible- en asuntos políticos claves relacionados con la reconfiguración y reordenamiento de su amplio vecindario.
(Publicado originalmente en El Mostrador 28/06/2011)