Por Sergio Arancibia
La Comisión Europea elaboró y difundió en junio del año recién pasado un documento titulado Estrategia Europea de Seguridad Económica. Ese documento, aun cuando ha sido poco difundido y conocido, es de la mayor importancia, por cuanto define con brutal claridad las líneas centrales de la estrategia europea en materia de comercio exterior.
Ese documento parte por reconocer que la cooperación entre diferentes países que comparten un mercado unificado –que es la base doctrinaria del liberalismo económico– ha sido de hecho sustituida en la economía y en la política internacional contemporánea por la rivalidad, que obviamente es un concepto distinto. De igual forma, la guerra, que tradicionalmente ha estado centrada en los aspectos militares, ha virado hacia el concepto de guerra económica.
En ese entramado conceptual, la seguridad de un país ya no solo descansa en la capacidad de defenderse ante enemigos militares externos, sino que también descansa en la capacidad de fortalecer la seguridad económica.
Estos conceptos echan por tierra toda la fraseología tradicional encaminada a convencernos de que el libre comercio y la apertura de los mercados conduce al mejor de los mundos para todos y cada uno de los participantes y que cualquier interferencia a ese estado de cosas no hace sino disminuir el bienestar para todos. Se adopta, en su reemplazo, la idea de que la interdependencia que se produce entre los países en el contexto de la globalización entraña riesgos y vulnerabilidades que es necesario evitar o reducir. La interdependencia puede convertirse, según el documento que analizamos, en un arma a usar por los Estados en están insertos en esta guerra, para efectos de incrementar la vulnerabilidad del país rival.
La política comercial externa e interna debe estar encaminada a la búsqueda de la diversificación y reducción de los riesgos de una excesiva interdependencia. En ese campo, un concepto que preside todo el documento que analizamos tiene que ver con “asegurar el suministro sostenible de materias primas críticas”. Para ello es fundamental redefinir la cadena de suministros, no dejando meramente al mercado la conformación de esas cadenas, sino que ellas deben formar parte de los objetivos de política económica que se pretenden conseguir. Entre las medidas que se proponen para lograr todos estos objetivos se mencionan aquellas antisubvención, el filtrado de las inversiones, el control de las exportaciones y los mecanismos anticoerción.
Todo esto lleva a destacar que el comercio y la política internacional deben estar subordinados a los grandes objetivos nacionales de los países o de las regiones involucradas. A nuestro juicio, así es como deben ser, permanentemente, las cosas, tanto para los países europeos como para todos los países de la comunidad mundial. Y Europa parece bastante coherente con este principio cuando, en aras de mantener el acceso sostenible de las materias primas críticas, firma con Chile un tratado reciente de libre comercio en que se fortalece su acceso al cobre y probablemente al litio.
También hay coherencia europea cuando se niega a firmar con el Mercosur tratados similares, dado que la producción agrícola de dicha región es altamente competitiva con la producción europea y no aumenta, por lo tanto, la seguridad alimentaria de Europa.
Pero ¿qué pasaría si países como Chile se plantearan también reducir o eliminar los riesgos y vulnerabilidades asociados a la globalización? Reducir, por ejemplo, las importaciones de trigo para potenciar la producción triguera de La Araucanía y fortalecer, así, nuestra seguridad alimentaria, que es parte importante de nuestra seguridad económica. O eliminar el riesgo de ser eternamente un país productor de materias primas con poco nivel de valor agregado.
¿Qué pasaría si se adoptase como política nacional el caminar hacia una nueva fase de industrialización y basamos en ello nuestra seguridad económica? ¿Sería aquello recibido y aceptado por la comunidad internacional –y en particular por Europa– como expresión de la misma libertad de decidir nuestros destinos nacionales, tal como ellos lo hacen hoy en día? ¿Sería posible aprovechar los espacios de negociación que todavía tenemos para efectos de caminar en ese sentido? ¿Podemos aspirar a tener una mayor seguridad económica y no quedar sujetos a los vaivenes de los precios de nuestras exportaciones, que muchas veces obedecen a movidas especulativas de los grandes poderes internacionales y que generan grandes daños a nuestros países?
Pero lo primero de lo primero es tener metas y objetivos claros en el campo de nuestra seguridad económica. Las negociaciones y las luchas subsecuentes para conseguir aquello serán necesariamente largas y difíciles, pero es imprescindible saber lo que se quiere, como única forma de lograrlo algún día.