Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL CLARÍN (Chile) el día 18 de noviembre de 2020.
En la presente semana se acaba de conformar en Asia un nuevo referente comercial de carácter regional, pero de indudable incidencia y trascendencia mundial. Se trata de la Alianza Integradora Económica Regional – identificada como RCEP por sus iniciales en inglés – que está compuesta por 15 países de la región, entre los cuales se encuentra China, Corea del Sur, Singapur, Malasia, Australia, Nueva Zelanda, por nombrar algunos de un nivel de desarrollo medio o alto, y otros países como Laos, Camboya o Myanmar, que presentan grados de desarrollo económico bastante más modestos. La heterogeneidad del bloque es, por lo tanto, una de sus características iniciales importantes de destacar.
La presencia de China, como socio, es otro elemento importante de destacar, pues otros bloques que se han intentado constituir, tal como el TPP11 no solo no la incluían, sino que intentaba explícitamente constituir un dique a su creciente peso comercial en Asia y en el mundo.
Los países que integran este nuevo bloque comercial son todos del área asiática. No incluyen países extrarregionales. Esa es otra diferencia con respecto al TPP 11, que incluye menos países, pero ubicados en toda el área del Pacífico, entre los cuales se encuentra Chile, México, Canadá y Perú, además de Estados Unidos, que se abstuvo de seguir participando en este bloque que él mismo había promocionado. El RCEP tiene, por lo tanto, un claro y más masivo carácter regional, lo cual incide en que los países de menor desarrollo relativo se vean casi obligados a integrarse a él, pues los costos de permanecer afuera, y ajenos a los intercambios comerciales regionales, son altísimos.
Una cuarta característica importante de destacar -que se desprende de lo anterior- es la ausencia de Estados Unidos, que ha intentado en la era Trump, andar solo por el mundo, sin meterse en bloques ni organizaciones multilaterales. Se trata, por lo tanto, de un paso adelante del multilateralismo sin Estados Unidos, lo cual, en el fino campo de la diplomacia, constituye una derrota estratégica para la nación del norte.
En quinto lugar, se trata de un bloque comercial que agrupa al 30 % de la población y de la producción mundial y, por lo tanto, es una instancia que por sus propias dimensiones tiene incidencia mundial. Nada de lo que haga o deje de hacer ese bloque será indiferente para el resto de las naciones del planeta. Se trata de un bloque comercial mayor que el Nafta, que une a Estados Unidos, Canadá y México, y mayor que toda la Unión Europea.
En sexto lugar, en este nuevo bloque participan Australia, Brunei, Malasia, Japón, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam, que también son parte del TPP 11, lo cual hace sospechar que estos países – siete de los once componentes del TPP11 – ven con simpatía este nuevo agrupamiento, y no se hacen fuertes en la defensa del bloque anterior. Más aun, apuestan por un comercio regional y mundial sin exclusiones, abierto a China y a todos los países del Asia.
Desde el punto de vista de Chile, nuestro país ya tiene firmados y vigentes tratados bilaterales de libre comercio con China, Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Tailandia, Singapur, Malasia, Vietnam y Brunei, en decir, con 10 de los quince países componentes del CREP, y con todos los países componentes del TPP 11, lo cual nos coloca dentro de las corrientes del comercio internacional y no fuera de ellas. Tenemos con todos esos países reglas claras de comercio internacional – básicamente liberación de aranceles – sin necesidad de comprometer asuntos de política económica interna, por lo menos no de la profundidad de los se comprometen en el TPP11. Ratificar hoy en día el TPP11, por la vía de una decisión parlamentaria, no nos va a generar muchas más ventajas comerciales que las que actualmente tenemos, y corremos el riesgo de meternos a última hora en un bloque que tiene un sesgo anti chino y que comienza a ser abandonado por muchos de los adherentes anteriores. No hay necesidad alguna de pagar esos costos. Además, nos amarra en una serie de asuntos que nos restan grados de libertad como para caminar a futuro hacia un modelo de desarrollo diferente al actual, que potencie nuestro desarrollo industrial y tecnológico.
A corto y mediano plazo, cualesquiera que sean las normas que queden plasmadas en la nueva constitución y cualquiera que sea el carácter del nuevo gobierno que suceda al actual, Chile necesitará seguir exportando cobre, frutas y materias primas, pero tiene que tener las manos libres como para ir avanzando en una senda más desarrollista, que en ningún caso dará frutos antes de 5 o 10 años. Tenemos, por lo tanto, que mantener y consolidar nuestros mercados externos actuales, pero sin hipotecar el futuro. Para ello, es mejor comerciar intensamente con los países del Asia, por medio de los TLC ya firmados, pero no amarrarnos con el TPP11.
Además, la norma interna que dio origen a la Convención Constituyente habla de respetar los acuerdos internacionales vigentes, pero ¿cuáles? ¿Los que estaban vigentes al momento de ser publicada esa norma? ¿O vigentes al momento de abrir sus debates la Convención Constituyente?
Aprobar aceleradamente el TPP 11 podría legítimamente interpretarse como un intento de rayar la cancha, y limitar las atribuciones, a la Convención Constituyente.