Por Marcelo Varas y Cristóbal Vega, Cientistas Políticos
8 de septiembre de 2020
El recién pasado 4 de septiembre, se conmemoraron 50 años del triunfo democrático de Salvador Allende y la Unidad Popular, convirtiéndose en Presidente de la República en 1970. Al respecto, existen diversos estudios políticos que, mediante la figura de Allende y el proyecto político de la UP, analizan el fenómeno denominado la vía chilena al socialismo, siendo aquello un elemento de distinción de Chile para la región y el mundo. En la actualidad y en miras de afrontar un momento político clave para la historia de Chile en adelante, es casi una necesidad perentoria la revisión de su legado e importancia en la organización de un proyecto político como tal.
El pensamiento político y humano de Allende buscó mover los límites de lo que, hasta ese momento histórico era posible, dotar de valor el quehacer político de las fuerzas sociales de izquierda del país y, por sobre todo, dignificar la vida de cada ciudadano y ciudadana que habita nuestro territorio. Sus convicciones y anhelos por una sociedad más justa fueron incansables, tanto así que pagó con su vida la continuidad de su proyecto político. Asimismo, fue claro en las tareas que el socialismo tenía por delante, por construir una mejor sociedad, una patria libre y un porvenir íntegro para Chile. El socialismo, señalaba Allende, no es un conjunto de dogmas estáticos, sino una doctrina viva, esencialmente dinámica, que expresa en el orden de las ideas políticas las tendencias creadoras del proletariado moderno. El socialismo es, en esencia, humanismo.
En tal sentido, y a semanas del plebiscito nacional que permitiría elaborar una nueva constitución construida en democracia, es preciso re-considerar el pensamiento político de Allende y la manera en que su mandato a la cabeza del proyecto de la Unidad Popular logró dejar cimientos de políticas y programas sociales que fueron imposibles de negar por sus sucesores, incluso aun por la dictadura militar. El reconocido “programa de las 40 medidas de la Unidad Popular” es la mejor muestra de lo señalado pues tal como señalaran Valenzuela y Marín[1], quienes categorizan las políticas públicas promovidas por la Unidad Popular en: reformas claves que no pudieron ser revertidas; Programas que tuvieron continuidad bajo modalidades diferentes; innovaciones experimentales que se intentaron proyectar de manera global, fueron medidas de un programa político robusto y contundente, que sin duda alguna marcó la hoja de ruta a continuar en nuestro país.
Como ejemplo de lo anteriormente mencionado, se destaca la nacionalización del cobre, cuyos resultados económicos paradojalmente se evidenciaron ya en el régimen burocrático-autoritario (réditos económicos evidenciados particularmente entre los años 1974 y 1987). En materia educativa, la ampliación de la cobertura en educación pública superior con la creación de sedes universitarias en regiones e implementación de programas de educación técnica, tal es el caso del Instituto Nacional de Capacitación Técnica (INACAP), lo que significó un incremento en la matrícula de 50 mil a 150 mil estudiantes entre 1969 y 1973. Otro factor relevante se relaciona a la solución habitacional, en cuyo caso el programa de la Unidad Popular impulsó la entrega anual de viviendas, ante la dinámica del “derecho a la vivienda digna” sin distinciones de capacidad económica, siendo el Estado agente de garantía en estándares básicos de urbanización y asuntos demográficos. Así, temáticas como la adecuada alimentación infantil o la idea de generar una red informática nacional como es el caso de Synco o Cybersyn, son elementos que a todas luces en la actualidad parecen ser de sentido común y, en parte, deudas pendientes que el Estado y sus administraciones aun no han logrado satisfacer. En suma, queda al descubierto la relevancia y vigencia del proyecto político y la capacidad de socialización alcanzada por las ideas propuestas por la Unidad Popular.
Para hoy, momento en el que podemos abrir un debate de ideas para las siguientes décadas, es del todo pertinente la reflexión en cuanto a las lecciones relativas al proyecto político impulsado por la UP, no solo por su permanencia en el tiempo y por lo revolucionario para la época (en el sentido de mover los paradigmas políticos de entonces), sino que también en su capacidad de socialización política hacía la ciudadanía. En otras palabras, entender el cómo aquellos elementos de discusión, cincuenta años después siguen siendo temáticas en la agenda política y en muchos casos de sentido común (no solo para un sector ideológico, sino que de interés general).
Conjuntamente, considerar la importancia y desafió que tiene por delante la izquierda chilena en la construcción de un “proyecto político con mirada país” de mediana y larga duración en el que se consideren temáticas como: salud digna, la erradicación de la segregación en el sistema educativo, el derecho a la vivienda adecuada, derecho a la ciudad, superación de inequidades de género, superación de la pobreza, derecho al libre tránsito migratorio, reconocimiento a nuestros pueblos originarios, trabajo digno, entre otros. Finalmente (si es que no más importante) lograr socializar y movilizar nuevamente a las y los ciudadanos detrás de ideas y anhelos de un Chile más justo para todos y todas.
[1] Valenzuela, E. y Marín, G. (2013) en: “Chile 73: memoria, impactos y perspectivas”. Capítulo: “Aciertos e innovaciones de la UP, aquello que perdura”.