*Flavio Quezada Rodríguez, Instituto Igualdad
Luego de un mes de masivas movilizaciones que cuestionaron el orden establecido, Chile tendrá, por primera vez en su historia, una constitución democráticamente gestada. Sin la exigencia del pueblo en ese sentido habría sido imposible. El pueblo triunfó. La ciudadanía tomó consciencia que los cambios que buscaba requerirían establecer bases nuevas de entendimiento desde las cuales desarrollar la práctica democrática. En concreto, que alcanzar mejores pensiones, crear un sistema de salud solidario, devolver el agua a las personas o una estructura tributaria más justa requerirían una nueva constitución, pues el texto actual opera como el candado de un modelo abusivo. Es la constitución del abuso.
Así, habrá un plebiscito de entrada en el cual la ciudadanía podrá escoger entre dos mecanismos para el cambio constitucional. En ambos casos, se estableció que el quórum para adoptar acuerdos será de 2/3. Aquello puede resultar un tanto confuso, pero es necesario explicar por qué se trata de un acuerdo razonable y qué generará una constitución democrática.
Primero, las constituciones, para durar en el tiempo, deben basarse en amplios consensos, no proyectando situaciones meramente coyunturales, pues aquellas deben regir hacia el futuro, es decir, en contextos políticos y sociales que nos son, obviamente, impredecibles. Sin embargo, aunque no es posible conocer el futuro, sí existe el aprendizaje histórico, y por ello, atendido como han ido evolucionando los grupos políticos y sociales es posible establecer un quórum adecuado para una experiencia constituyente, que permita darle garantía a todos los sectores.
Segundo, lo anterior no significa que todo lo que hoy se regula en la constitución se deba acordar con ese elevado quórum, puesto que se parte desde una hoja en blanco, sin ningún precompromiso sobre el contenido. Así, todo aquello que no quede en la constitución (por no alcanzarse acuerdo a ese respecto) será un asunto para zanjar en la política “normal” o “constituida”. Es decir, se resolverá por leyes, mediante la democrática regla de la mayoría, o mediante reglamentos que dicta el gobierno de turno, quien también habrá ganado una elección por mayoría.
Tercero, si se considera la historia del escenario político chileno, un quórum de 2/3 asegura que todos los sectores incidan de forma decisiva en todos los asuntos. Es decir, todos tendrán derecho a incidir o vetar en pie de igualdad. Tanto la derecha para vetar una constitución marxista, como la izquierda para impedir una constitución neoliberal. De manera que, por ejemplo, una cláusula de estado social bien podría ser el punto de encuentro entre visiones tan contrapuestas como ha sido en varios otros países.
Si bien el número puede traer los malos recuerdos de la constitución del 80 y su binominal unido a altos quórums, es importante tener claro que es algo completamente distinto lo que se acaba de acordar. Ello, por dos razones: primero, porque las trampas de la constitución de Pinochet operaban en un contexto de política normal, es decir, en el desenvolvimiento de la democracia bajo la constitución se le entregaba un poder de veto permanente a la derecha. En este caso, no es solo un sector quien lo tendrá, serán todos, de manera que se verán obligados a acordar algo que sea representativo de todos. Eso es, precisamente, lo que hacen las constituciones. Segundo, el veto de la derecha no operaba sobre una hoja en blanco, sino sobre la constitución impuesta y leyes dictadas durante la dictadura, es decir, toda modificación a los textos impuestos requería contar con su apoyo. Ahora no hay tales textos, se parte desde cero. En síntesis, no se trata de trampa alguna, sino simplemente de una regla necesaria para imponer que se llegue a consensos entre sectores que piensan distinto, entregándoles la herramienta de veto a todos para que nadie se imponga al otro. Nadie irá a la Convención a imponer, sino a convencer. Eso asegura un quórum de 2/3.
Finalmente, es comprensible que haya confusión en estos temas. No tenemos memoria histórica ni popular sobre qué hacer en un momento constituyente, pues el pueblo nunca antes participó en la generación de una constitución. Por ello es tan importante que todos y todas nos comprometamos a informarnos, dialogar, encontrarnos, reconocer al otro, valorar las diferencias y ser capaces de ceder y acordar. El proceso mismo será el aprendizaje: aprendemos a ser ciudadanía digna siéndolo. Pero debemos tener claro que la constitución no le pertenecerá a un sector, partido o grupo de la población, sino a todo el pueblo. Es él el único genuino titular del poder constituyente. Y que haya adquirido consciencia de aquello es, a mi juicio, la semilla más importante de todo este proceso, porque, parafraseando a Salvador Allende, la semilla de la consciencia digna del pueblo, una vez sembrada, no podrá ser segada, pues la historia le pertenece a él y solo él la realiza.