Cristóbal Vega C. y Marcelo Varas S. (Cientistas Políticos)
Más allá de lo preocupante que han demostrado ser los diversos escenarios de precarización social que ha dejado al descubierto el paso del virus Covid-19 en Chile, uno de los elementos más relevantes a considerar al momento de intentar proseguir con algunas de las actividades cotidianas de la ciudadanía, ha sido la adopción de la “comunicación remota” (trabajo, estudios, relaciones interpersonales e institucionales). En este contexto histórico se enmarca el plebiscito que conduciría a una nueva constitución y, por supuesto, no son pocas las voces que han planteado la posibilidad de aplicar el voto “vía internet1” para el proceso constituyente que se nos avecina ¿Estamos preparados?
Hoy en día, hablar de democracia liberal constituye un lugar común, y por consiguiente afecta directamente la socialización política, la participación política y la calidad de la esfera pública. En el mismo sentido, hablar de voto “vía internet” se enmarca en este debate dicotómico entre el ejercicio de la democracia y la concepción de libertad. Hoy es la crisis pandémica global la que nos dispone a debatir sobre la votación remota, pero es un tema que hace tiempo está sobre la mesa.
En efecto, implementar nuevas tecnologías en favor de facilitar las tareas cotidianas parece ser una finalidad bastante justa y adecuada para el mundo en que vivimos, pero resulta más complejo si lo analizamos desde la perspectiva política, pues implica reflexionar en función de ciertos elementos tales como garantías democráticas, libertad de elección, factores de movilización política y riesgos de aplicabilidad. Mecanismos de los que nos haremos cargo en las siguientes líneas. En cuanto a las garantías democráticas en el ejercicio electoral, en primera instancia resalta la condición secreta del escrutinio. Conjuntamente, cabe destacar que no siempre el voto fue secreto y la implementación de dicha lógica, se debió principalmente a la protección de los electores que dependían de presiones económicas, laborales e incluso asociadas a la atenta mirada del párroco local u otras autoridades con capital simbólico en determinadas comunidades. A su vez, se ha desarrollado en la historia un debate paralelo que establece la finalidad del voto secreto en cuanto a “decisión personal” o como “agente colectivo” (responsabilidad pública del accionar político), en cuyo caso si se minimizará la posibilidad de coacción entre individuos, tanto en la opción de “voto público” como en el secreto, el elector tendría siempre en su decisión el actuar de forma colectiva, aun cuando se cumpla con la característica secreta en una cabina, ya que eso no lo transformaría en un individuo que no convive en un medio social. Más bien, el debate de “responsabilidades sociales” consideramos se encuentra circunscrito a una arena distinta, es decir, a la adopción del voto obligatorio o voluntario. En resumen, mientras la opción remota no pueda mitigar de mejor manera la posibilidad de ser sometido a presiones exógenas a la voluntad personal, la forma de voto tradicional sigue siendo la mejor opción ante aquel escenario.
Por otra parte, valdría la pena mencionar que la votación remota se encuentra supeditada a ciertos riesgos difícilmente atenuables (sobre todo en el contexto nacional) entre los que se puede mencionar: la falta de privacidad al elegir una opción, alfabetización electrónica, filtración de datos personales, ciber-ataques y las dificultades que han mostrado las instituciones que resguardan estos procesos, tales como el SERVEL. En primera instancia, la libertad de ejercer la opción de voto en privado, se encontraría sujeta al juicio del círculo íntimo del elector o –peor aún- a la posibilidad cierta de un escenario en que la elección se encuentre tensionada por la posibilidad de compra y venta de votos. En este sentido, es importante recalcar que siempre es posible que ocurra, pero el resguardo del proceso eleccionario presencial goza de mayor rigurosidad pues es más expuesto. Por el contrario, un voto desde el hogar puede resultar susceptible hasta el último momento. En segundo lugar, y tal como ha quedado demostrado en el contexto de pandemia, la existencia de una profunda brecha generacional y socioeconómica en cuanto a la alfabetización electrónica, pudiendo excluir a un porcentaje importante de ciudadanos para ejercer el derecho ciudadano en condiciones aceptables (vulnerabilidad, acceso a conexión tecnológica y rango etario). Para sobreponerse a este elemento, se ha planteado la idea de utilizar la variante de “voto postal”, esto es, aumentar los días de sufragio para hacer llegar la papeleta electoral a las residencias de algunos ciudadanos para posteriormente retirarlos y contabilizarlos. Naturalmente, esto no subsana el problema de fondo: la transparencia y garantía del ejercicio de dicho voto. En tercer lugar, el peligro de filtración y cruce de datos personales disponibles en la web, mostrándose como un gran desafió en adelante en consideración a la amplia gama de actores y grupos interesados en conocer perfiles personales de la ciudadanía (grupos económicos, empresas, partidos políticos, entre otros). En cuarto lugar, la real posibilidad de afectar el proceso democrático a través de un ciber-ataque a la deliberación electoral, en cuyo caso significaría vulnerabilizar un mecanismo electoral que en estos momentos no cuenta con dicho peligro (lo que no lo excluye de otros asociados a la afectación material de instrumentos o procesos eleccionarios), además de poner en riesgo la inversión fiscal en la elección. Finalmente, hemos visto como el Servicio electoral de Chile no ha logrado actuar eficientemente frente a determinados procesos electorales, esto es, con padrones poco actualizados y capacidades limitadas, lo que implica un desfase en cambios de domicilio electoral, consignar como ciudadanos aptos para votar a personas fallecidas, entre otras irregularidades. Consecuentemente, sumar hoy una tarea exploratoria de introducir voto remoto nacional, de mano del plebiscito, resulta particularmente preocupante.
No obstante la opción de integrar el uso de nuevas tecnologías podría significar una buena oportunidad para integrar sectores sociales que se encuentran imposibilitados de participar o en contextos geográficos particulares, tal es el caso de personas en condición de discapacidad, compatriotas en el extranjero o situaciones de ruralidad. En dicho sentido, desde nuestra perspectiva, vale la pena considerar la participación remota como un elemento de suplementariedad a la participación presencial, aplicando el uso de internet o el voto postal (como ha sido implementado a otras realidades internacionales como España y Ginebra), pero de la mano de instituciones que logren garantizar que “el remedio no resulte peor que la enfermedad”.
Finalmente, resulta interesante plantear en el debate una perspectiva relativa a la movilización ciudadana y a lo que podríamos llamar “épica del proceso electoral”. Tradicionalmente, las fechas en que se lleva a cabo el escrutinio suelen ser días festivos en los que la comunidad participa presencialmente de un proceso político, además de estar al pendiente del resultado electoral. Todo aquello, no es más que un factor que contribuiría a la idea de identidad colectiva y debate público, lógica en la que consideramos se debe profundizar la participación social y política en la mayor cantidad de instancias posibles (en ningún caso menos), considerando que el ejercicio democrático no puede estar supeditado a la participación física en periodos separados por años. Asimismo, la característica simbólica o “épica” que han tenido ciertos capítulos electorales relevantes en nuestra historia política nacional o ¿alguien consideraría que el triunfo del NO tendría la misma carga emotiva si el voto se hubiese materializado desde casa en un computador personal?
- Utilizamos la denominación “vía internet” y no una relativa al “voto electrónico”, con la finalidad de aclarar la participación desde el domicilio particular de los electores. En cambio, cuando hablamos de “voto electrónico” se debe tomar en consideración que en otros sistemas electorales como el estadounidense en el que se utiliza un software en una cabina adecuada y ejercicio del voto secreto.