¿Nieve en Santiago? ¿Tormentas en la zona central? ¿Aluviones? ¿Sequía en el sur? Nombra cualquier fenómeno natural…por acá lo tenemos. Y no es casualidad, sino más bien la expresión de nuestra vulnerabilidad climática. Chile tiene todos los nueve criterios que definen a un país como vulnerable al cambio climático. Entre ellos, contener zonas costeras de baja altura, zonas áridas y semiáridas, zonas urbanas con problemas de contaminación atmosférica, y ecosistemas montañosos.
¿Por qué esto debería importarnos?. Si bien como país no somos grandes generadores de emisiones de gases de efecto invernadero, la verdad es que todas sus consecuencias negativas nos impactan.
Para evitar los efectos nocivos del cambio climático, la comunidad internacional ha trabajado desde hace ya varias décadas; acordando el año 2015 un tratado vinculante sobre acciones climáticas en el “Acuerdo de París”. Su principal objetivo es la reducción de emisión de gases de efecto invernadero para evitar que el alza de la temperatura media mundial sobrepase los 1.5° Celsius, y en ningún caso llegue a los 2° Celsius. Fuera de la reducción de las emisiones y el aumento de la captura del carbono, la mitigación y sobre todo adaptación al cambio climático, son la clave para la minimización de sus impactos.
Es en este marco que, en noviembre del año 2017 la ciudad alemana de Bonn acogió la Conferencia del Cambio Climático de las Naciones Unidas. Esta cumbre que se lleva a cabo anualmente, es un espacio de negociación que busca consensuar las principales acciones de los gobiernos en materia de Cambio Climático, conocidas como Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, comprendiendo que las negociaciones entre gobiernos no bastan para cumplir con la ambición del Acuerdo de París, y dada la exigencia de responder de manera conjunta a las interrogantes de ¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo llegamos allí?, surge la instancia Diálogo de Talanoa, lanzado en la misma conferencia en Bonn.
Este diálogo que se extenderá también durante 2018, se llama “Talanoa” por un concepto corrientemente empleado en las islas del pacífico, que significa un “espacio de trabajo inclusivo y no conflictivo para la resolución de problemas colectivos donde se forjan soluciones amistosas.” En los hechos es un diálogo participativo – en paralelo a las negociaciones entre gobiernos-, que busca ser mucho más ciudadano y abierto a todos los actores sociales, y que deberá presentar sus resultados en la fase política cuando se lleve a cabo la Cumbre del Cambio Climático número 24 en Polonia a fines de este año.
Si bien se trata de acciones multilaterales internacionales, quizá podríamos preguntarnos si no es hora de profundizar en un diálogo del mismo tipo en nuestro país. En ese sentido importa relevar el Plan de Acción Nacional de Cambio Climático 2017-2022, el cual establece entre sus principales objetivos elaborar una Política Nacional de Cambio Climático al 2050 que fortalezca la institucionalidad y el marco legal de la acción frente a este fenómeno global, y la consecuente adaptación que como país debemos desarrollar, en línea con el artículo 4to del Acuerdo de París.
El impacto en el desarrollo económico y social de los países como Chile, por la ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos, es un hecho cada día más difícil de rebatir. ¿Nos queda en este punto resignarnos? ¡Pues claro que no!
Es necesario seguir participando y ampliando los diálogos como el de Talanoa, continuar en las instancias multilaterales donde podemos aprender de las demás experiencias de adaptación de los países y comenzar a actuar, porque el futuro de nuestro desarrollo, de la sociedad, de nuestros hijos, está todavía en nuestras manos.