Hacia un nuevo entendimiento democratizador: el rol del socialismo chileno

Cuestiones previas

Ya ha transcurrido un tiempo desde el último ballotage, en el cual la derecha ganó con un amplio margen. Esto sin duda implica profundos cuestionamientos a la forma de acción política de la izquierda y a una reformulación de sus proyectos, estrategias y tácticas.

Para adelantar camino, hoy podríamos sostener la siguiente hipótesis: si bien la ciudadanía percibe una radical distancia respecto del funcionamiento de las instituciones democráticas; al mismo tiempo, desde fuera, critica la inicua distribución de la producción económica. Empero, en paralelo, pareciera que dichos alegatos no redundan en una apelación al colectivo sino más bien a la satisfacción inmediata del goce individual. Ante esta constatación, diversos actores políticos, sociales e intelectuales, comprometidos con una democratización real del país nos planteamos la pregunta acerca de cómo conciliar y ofrecer respuestas tentativas a esta situación.

En concreto, intentamos formular una reflexión colectiva sobre los desafíos comunes a las fuerzas transformadoras y democráticas. El resultado es modesto: un libro titulado “Juntos, pero no revueltos”, editado por Planeta. En este participan Álvaro Ramis, Bárbara Figueroa, Claudia Sanhueza, Gabriel Boric, Noam Titelman, Recaredo Gálvez, Cristian Méndez y quienes suscribimos esta columna.

En lo que sigue, aprovechando el mérito del texto en cuestión, discutiremos y avanzaremos ciertas reflexiones en torno a la hipótesis formulada al inicio de la columna.

¿Qué hacer?

Primero, para quienes militamos en el socialismo chileno, cualquier análisis debiera comenzar con un profundo proceso autocrítico de la experiencia del gobierno de Michelle Bachelet, en perspectiva respecto de los anteriores gobiernos de la centroizquierda. Solo de ese modo será posible sintetizar los aprendizajes que permitan proyectar e idear nuevas estrategias. En efecto, resulta imprescindible comprender por qué fue tan dificultoso materializar a cabalidad un programa que proponía una agenda de reformas de inspiración socialdemócrata de carácter moderado, orientadas al bienestar, enmarcadas en las posibilidades del contexto institucional vigente; mientras se nos atribuyó de forma exitosa, en el discurso público, una supuesta “radicalización” materialmente inexistente. En otros términos, por qué quienes se benefician del statu quo fueron exitosos en imponer su discurso, mientras nosotros no fuimos capaces de conectar con el sentido común popular, a fin de dar proyección a un programa democratizador.

Por otra parte, a pesar de la derrota, la introspección no puede llevarnos al inmovilismo: la política, desde la izquierda, exige siempre teoría y praxis de forma conjunta. En efecto, este proceso de análisis y autocrítica del socialismo chileno debe ser paralelo a un despliegue estratégico, a lo menos, en dos niveles: primero, impulsar la confluencia de todas las fuerzas políticas democratizadoras que permitan resistir las embestidas de la restauración reaccionaria-neoliberal. Es decir, buscar entendimientos que permitan una oposición inteligente cada vez que se intente desarticular los avances orientados a la superación del sentido común neoliberal. Segundo, también se hace imperioso impulsar, de forma paralela, un proceso de deliberación y convergencia política entre todas las fuerzas democratizadoras, a fin de elaborar un proyecto político-programático genuinamente compartido. Que la política vuelva a centrarse en ideas, convicciones que las materialicen, junto a una ética de acción funcional a aquello. Solo así volveremos a ser creíbles ante la ciudadanía.

Por cierto, tanto la confluencia opositora, como la convergencia democratizadora pueden gestarse a distintos niveles de acción táctica: existirán fuerzas con las cuales se podría articular solo entendimiento opositor o electoral, como otras con las cuales se podrían profundizar alianzas de mayor proyección. Con todo, lo anterior requiere que cada partícipe haya decantado previamente un diagnóstico, programa y estrategia. No puede haber acuerdo sin claridad de los objetivos que se persiguen, de cara a los movimientos y resistencias sociales. De ahí que sea fundamental que el socialismo chileno utilice la síntesis de su proceso programático interno, tanto como brújula política, como base para reflexiones posteriores.

¿Cómo avanzar?

Si bien el acuerdo parlamentario que permite la dirección por parte de las fuerzas democratizadoras, tanto del Senado como de la Cámara de Diputados, es un importante avance, debe considerarse que el Gobierno no cuenta con mayorías parlamentarias, y por tanto, el Congreso Nacional perderá la centralidad política que tuvo en la legislatura anterior. Ante ello, desde el plano institucional, el acento debería estar en la fiscalización y control de la acción gubernamental; pero sin soslayar que el único contrapeso real a la rearticulación hegemónica será, a su vez, una articulación social opositora con un potente contenido programático.

En efecto, solo mediante un sustento social de la acción política institucional la izquierda podría materializar sus aspiraciones. Este ha sido un permanente desafío de la tradición crítica (impulsar reformas contraintuitivas para quienes serán sus beneficiados) y, por lo mismo, no debe desplazarse como centro de nuestras reflexiones.

La multiplicidad de movimientos y resistencias contra las jerarquías sociales, si bien dispersos, pueden encontrar conducción en la identificación de algunos elementos comunes que les subyacen: principalmente, la profunda desigualdad en la distribución de la riqueza del país que redunda en desconfianza, además de baja cohesión y cooperación social, lo que se manifiesta en una inseguridad vital subjetivamente palpable en la amplia mayoría del país.

Dicha inseguridad, por su parte, se agrava cuando se superponen jerarquías sociales, es decir, mujeres, minorías sexuales, inmigrantes y miembros de pueblos originarios, por ejemplo, tienen una experiencia vital de mayor inseguridad existencial (y violencia) que el resto de la sociedad: a la clase, se suma otra jerarquía social. En suma, si bien el precariado y demás trabajadores formales, caracterizados por su escaza agencia política, viven una inseguridad material permanente, lo mismo se predica de dichas minorías, pero de forma superpuesta y, por lo mismo, agravada.

En cierta medida, el triunfo derechista podría explicarse por una creíble propuesta de seguridad material e individual que, por lo visto, conectó de mejor manera con el sentido común que la nuestra. Pero, por supuesto, esto es un simple espejismo: la derecha ha triunfado ofreciendo lo que no puede cumplir. En efecto, Sebastián Piñera debió hacer promesas con ideas y principios ajenos a su sector con el propósito de generar expectativas de mejora material en los sectores sociales que no participan, desde su cotidianeidad, del crecimiento económico del país. Y he ahí, precisamente, la gran paradoja de nuestro tiempo: las condiciones productivas del país impiden que la mejora material llegue de forma tangible a los sectores sociales mayoritarios sin las reformas que las fuerzas transformadoras y democráticas proponen; pero dichas fuerzas están desarticuladas y desacreditadas ante esos mismos sectores.

Así, pareciera que el único camino de las fuerzas democratizadoras es continuar con su proyecto de participación solidaria en los beneficios del desarrollo económico, explotando la inherente ineptitud derechista para ello. Solo así se podrá contar con un sustento social que permita una agencia política efectiva de un nuevo entendimiento democratizador.

Eduardo Chia, Nicolás Facuse y Flavio Quezada.

Relacionado

Comments

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.