Dicen que el desierto de Atacama es el más árido del mundo. Ni una gota de humedad tiene. Esta condición lo vuelve un lugar privilegiado para acceder al pasado. La tierra seca conserva huellas precolombinas, restos de salitreras, de campos de prisioneros, de cuerpos de detenidos desaparecidos allí enterrados. Las mujeres de Calama buscan restos de familiares desaparecidos, ahí, porque dicen que ahí los enterraron y el desierto guarda, conserva, entonces, es posible encontrar restos, huesos, pedazos de ropa. También el arqueólogo busca huellas del pasado, de un pasado anterior a aquel en el que buscan las mujeres. El cielo despejado, por su parte, permite a los astrónomos escudriñar, mejor que en cualquier otro lugar del planeta, la historia del universo.
En la tierra y en el cielo, entonces, hay restos a partir de los cuales, pacientemente (quizás “obstinadamente” es la palabra más adecuada aquí), se busca aclarar las incógnitas del pasado—el del universo, el de las culturas desaparecidas, el del país, el de la historia personal que permanece abierto por el duelo inacabado (inacabable).
Patricio Guzmán vuelve a poner a la memoria como protagonista de sus películas. Se podría decir que Nostalgia de la luz cierra una trilogía iniciada hace casi 40 años por La batalla de Chile y continuada por La memoria obstinada a mediado de los 90. En el primer documental de la zaga: el gobierno de la Unidad Popular y el Golpe. Una historia colectiva que se inicia como una épica y termina como tragedia. 20 años después: una mirada a ese pasado, realizada por sobrevivientes. Lo colectivo ahora desmigajado en memorias personales. Y, finalmente, una visión mucho más personal pone en juego, esta vez, la propia memoria del cineasta. No es que en las películas anteriores no estuviera presente esta memoria, es sólo que ahora se presenta de manera más directa, a través de un íntimo relato en off que narra recuerdos de infancia e, incluso, ubica ahí los motivos que han llevado al realizador a producir ente encuentro entre el cielo y la tierra, entre los/as que buscan el pasado en uno y en la otra.
Este recorrido que la trilogía nos permite observar—toda una vida—pareciera en sí mismo contener uno de los caminos que la memoria ha ido haciendo en estos últimos 40 años en el Cono Sur de América: un repliegue desde lo social a lo personal, desde lo colectivo a lo individual, desde lo público a lo personal/íntimo. Y es, precisamente, este partir desde lo personal/íntimo lo que le permite a Guzmán reconocer esta singular afinidad que se produce entre astrónomos, arqueólogos, y mujeres familiares de detenidos/as desaparecidos/as por la dictadura: todos/as buscan en el pasado y su lugar de búsqueda es el desierto de Atacama.
El desierto, sin duda, protagoniza el film. La fotografía está ahí para mostrarlo. Una cámara muchas veces fija permite apreciar detenidamente ese singular paisaje. Toda aproximación al paisaje está realizada con mucha delicadeza o con algo que quizás debieramos denominar «respeto». En realidad la película entera, cada detalle, parece haber sido hecha con eso que, a falta de términos mejores, estamos llamando “delicadeza”/»respeto».
Ficha técnica
Dirección: Patricio Guzmán
Guión: Patricio Guzmán
Fotografía: Katell Djian
Montaje: Patricio Guzmán, Emmnuelle Joly
Efectos especiales: Eric Salleron
Producción: Alemania, Chile, España, Francia, 2010