Javier Castillo y Joaquín Fernández
Redseca.cl
Los sistemas de educación pública constituyen uno de los mayores logros de la modernidad. La construcción de los Estados Nacionales que gobiernan a la mayoría de la humanidad dependió en gran medida de la unidad lingüística y el consenso en torno a un discurso sobre la nación, la historia y el hombre que solo un sistema de enseñanza universal de amplia cobertura podía asegurar. No obstante, en la actualidad la importancia de esta contribución es cuestionada por una versión empobrecida del liberalismo clásico, que concibe al Estado como empresa y a la educación pública como bolsa de empleo. La reforma educativa que pretende disminuir las horas de historia y ciencias sociales, propuesta por Joaquín Lavín hace algunas semanas, es depositaria de este esquema de pensamiento.
Según los impulsores de esta propuesta, el aumento de horas destinadas a la adquisición de habilidades científico-técnicas, en desmedro de la formación humanista, favorecerá el crecimiento económico y la empleabilidad de los jóvenes de menos recursos, reduciendo de paso los niveles de desigualdad de nuestra sociedad.
Justificando el recorte de horas de historia en el currículo escolar, el secretario general de la UDI, Víctor Pérez, llegó a sostener que “justamente lo que Chile necesita son emprendedores y si el aumento de horas en matemática y lenguaje ayuda eso, estamos muy bien encaminados”. Sin embargo, la coherencia interna de dicho argumento es dudosa.
Si bien la adquisición de capacidades matemáticas y el desarrollo de habilidades de lectoescritura, que permitan la comprensión de órdenes e instrucciones, son necesarias, no son suficientes. En el marco de una economía que tiende a la tercerización, en la cual la prestación de servicios se vuelve cada vez más relevante y que manifiesta una creciente propensión al autoempleo, la capacidad de comprender el medio social se vuelve imprescindible. La capacidad de entender los cambios de la demanda en una sociedad cada vez más compleja y culturalmente diversa, para poder aprovechar mejor sus oportunidades, requiere un background cultural que esta dado primordialmente por el conocimiento de la historia y las ciencias sociales.
Cercenar una parte relevante del tiempo destinado a la enseñanza de la historia y las ciencias sociales parece paradójico. Más aún cuando la iniciativa proviene de un ministro de Educación, quien usualmente ha enarbolado un discurso que privilegia el emprendimiento como motor de crecimiento y forma de ascenso social, y de un presidente que en cadena nacional ha recalcado el imperativo de insertarnos en, lo que el mismo ha denominado, “la sociedad moderna, la sociedad del conocimiento y la información”.
Se ha sostenido que la reducción de horas de historia y ciencias sociales; tecnologías y consejo de curso entre quinto básico y segundo medio son un sacrificio necesario para mejorar las habilidades de comprensión lectora. Esgrimiendo un argumento etapista, difícilmente sostenible a la luz de la observación de cualquier currículum escolar, los “técnicos” del MINEDUC han dicho que es prioritario que los educandos “entiendan lo que lean”, para que de este modo puedan adentrarse después en otra áreas más complejas del conocimiento. Este argumento tampoco se sostiene, sobre todo al tener en cuenta que es precisamente el período anterior, en los primeros años de la educación básica, cuando los niños viven la etapa clave en el desarrollo de su capacidad de comprensión lectora.
Por lo demás tras este “trampolín” al crecimiento y el empleo se esconde una trampa. La obtención de mayores competencias matemáticas y técnico-lingüísticas puede aumentar la productividad de nuestra economía y disminuir el desempleo juvenil, pero deja intacta una de las principales fuentes de la desigualdad: el capital cultural.
Para el sociólogo francés Pierre Bourdieu, el Capital Cultural es un conjunto de habilidades y conocimientos que permiten comprender la sociedad desde una perspectiva simbólica e histórica, otorgando una inmejorable posición social a quien posea dicho capital. Su adquisición, aún cuando puede realizarse por medio de la obtención de bienes materiales –libros u obras de arte- o credenciales académicas, depende fundamentalmente de las instancias de socialización primaria que ocurren en el seno familiar. Tanto es así que el éxito escolar o la probabilidad de comprender un bien cultural –más allá de solo comprarlo- estriban en la incorporación temprana de capital cultural.
Así las cosas, de aprobarse la que se ha dado en llamar “la mayor revolución educacional” de la historia de Chile, los jóvenes provenientes de familias cuyo capital cultural es escaso verán aún más lejana la posibilidad de revertir este déficit y, por añadidura, tener éxito en la adquisición de credenciales académicas que permitan disminuir la brecha socioeconómica entre ricos y pobres.
Si el sistema educacional chileno no tiene entre sus objetivos lograr una comprensión profunda de la evolución y el funcionamiento de la sociedad, focalizándose mayormente en el desarrollo de habilidades científico-técnicas –incluso en el ámbito lingüístico-, la reproducción hereditaria del capital cultural, cuya posesión es uno de los factores que determinan el lugar de los sujetos en la estructura social, no solo permanece inalterada sino que corre el riesgo de agravarse.
A cualquier persona interesada en la investigación social le resulta evidente que el origen social ejerce un efecto directo y positivo sobre el logro académico. Ahora bien, a simple vista no es claro que éste sea igual en el ámbito de las ciencias y las humanidades. Al respecto, dos investigadores norteamericanos, Doris R. Entwisle y Karl L. Alexander, demostraron que el background familiar tiene un efecto mayor en el último de estos campos. Así, nivelar a los alumnos en esta área del conocimiento resulta mucho más oneroso que hacerlo en el ámbito de las matemáticas y las ciencias. Por esta razón, disminuir los recursos destinados a la enseñanza de una de las principales asignaturas del campo de las humanidades puede resultar en una perdida mayor a los beneficios obtenidos por el aumento de horas en otras materias.
Es posible que el actual gobierno, inspirado en su pasión por la “eficiencia” en el gasto, esté más preocupado de obtener resultados rápidos y a bajo costo que de reducir la grave desigualdad socioeconómica que afecta a nuestro país. Después de todo, el empleo y el crecimiento, antes que la inequidad y la cultura, son sus principales preocupaciones.
Lavin se está pasando de listo: pide un acuerdo a la oposición y luego pone discusión inmediata al proyecto de ley. está rompeindo las posibilidades de acuerdo. A movilizarse en marzo…