La colonización privada del Estado.

Patriotismo de mercado. Todos debemos colaborar en la reconstrucción, pero nadie puede asumir la responsabilidad del otro. Quienes se identifican con la Concertación han de poner el mayor empeño en colaborar con los damnificados y poner en pie a pueblos y ciudades. Además, y, si son funcionarios públicos, han de implementar del mejor modo posible las tareas que se le encomiendan.

Pero lo que de ningún modo se debe hacer es reemplazar a la derecha en su responsabilidad política. El gobierno tiene la obligación de asumir los puestos de dirección a plenitud. Para eso fue electo y para eso asumió el poder. La verdad es que no termina de ser convincente que se nos diga que el terremoto impidió que se pudiera completar a tiempo la nómina de las autoridades de primera y segunda línea.

Y no es convincente porque lo natural es que hubiera acontecido justamente lo contrario: la situación de emergencia tuvo que haber vencido las resistencias iniciales entre quienes eran convocados, y tenían que abandonar las comodidades de los mejores puestos del sector privado para afrontar el juicio público, el menor sueldo y la mayores exigencias.

Tal como dijera Jorge Pizarro, al asumir la presidencia del Senado, “al patriotismo no se le pone precio de mercado. Uno no pregunta cuánto me conviene para entregarse al servicio público sino que dice de inmediato ‘aquí estoy’. En la Concertación así lo hemos hecho y demostrado siempre y eso es lo que esperamos de los demás. Ninguna otra actitud se condice con nuestras tradiciones republicanas ni prestigia la democracia que hemos sabido construir entre todos”. No se puede gobernar a modo de virreyes desplazados a las colonias.

No se puede retroceder tanto en la historia. Tal modo de comportarse es impresentable y llega al peor de los mundos. Los que se convenzan a sí mismos de que están colaborando desde puestos de responsabilidad superior (y conocemos bastante el Estado como para saber que no siempre estos puestos se desprenden de observar los organigramas) están cometiendo un error del que no tardarán en salir.

La ingenuidad no da para tanto: las diferencias políticas existen y tienen consecuencias muy concretas, de otra forma no tendría importancia quien resultara electo presidente. Amor al poder, desconfianza del Estado Un actor político ha de sostenerse sobre sus propios pies por mucho que le cueste. Los que intenten suplir esta deficiencia básica se encontrarán, pasado el peor momento de la crisis, que la responsabilidad de lo que no se hizo les será endilgada sin escrúpulos.

La lógica de los acontecimientos hará que, en su minuto, los verdaderos responsables de las decisiones se justifiquen con la consabida excusa de que confiaron en los funcionarios que venían haciendo la tarea, pero que no cumplieron bien con lo que se esperaba de ellos. Para volver a citar a Jorge Pizarro en la oportunidad ya señalada: “Se puede servir a Chile desde el gobierno y desde la oposición. Para servir al país hay que tener valores claros, un proyecto de país, disponer de propuestas que entreguen una vida mejor a los chilenos, mostrar y demostrar que se sabe hacer avanzar al país”.

Lo que tiene la derecha que demostrar es que tiene un proyecto de país propio y que puede dar conducción al conjunto de la ciudadanía desde el Ejecutivo. No basta con el mensaje básico empleado en la campaña que, en términos simples, se puede traducir como “yo puedo hacer todo lo que hacen ellos, pero de manera más eficiente”. La eficiencia es un método, no constituye en sí misma una finalidad.

Esto debiera ser algo evidente para los que han anhelado el poder por décadas. Pero no tiene nada de obvio. Al parecer la derecha ama el poder, pero no aprecia lo suficiente al Estado. A cada paso da la impresión de que si pudiera dirigirlo por control remoto desde el sector privado, lo haría encantada. No le gusta sus sueldos, le sorprende que no existan “indemnizaciones” (una de las preguntas más recurrente al llegar a sus puestos), no entiende sus normas, no conoce sus intersticios y no le molesta que se comporte de un modo diferente del sector privado.

Así como el gobierno se está constituyendo en un movimiento migratorio que coloniza el Estado desde el mundo privado, también compara su apoyo con las cifras inéditas que se alcanzaron con Bachelet y esto no lo pude dejar satisfecho. Algo en lo que Piñera debiera evitar incurrir es en hacer referencias a su antecesora, sobre todo cuando hace alusiones críticas apenas encubiertas. Nada más fácil que crear una sombra permanentemente cerniéndose sobre esta administración que la proyectada por la más popular de las mandatarias.

Es bien sabido que Piñera tiene actitud altamente competitiva, y es de suponer que no le gusta nada que Bachelet se despida con más apoyo, adhesión y despertando más cariño que los que él mismo puede exhibir. Pero este tipo de sentimientos no son buenos consejeros. ¡Qué le vamos a hacer!, hay personas que pueden aspirar a ser más respetas que queridas.

Dos miradas bien diferentes Tal vez se recuerde la reacción íntima que provocaba cualquiera crítica que rozara el ámbito de lo ético en un gobierno de la Concertación. Por cierto, el efecto era simplemente devastador en las filas de la centroizquierda. La crítica pública no era nada comparado con el sentimiento propio de haber faltado a un deber fundamental. Y eso, aún cuando los que se sentían en plena falta no habían tenido nada que ver con los hechos se cuestionaran.

Pero está visto que nada de esto suele ser el comportamiento al interior de la derecha. Comparativamente, lo que sobresale es la falta de vergüenza como actitud primera y vital. Lo digo más con asombro que como un reproche. En efecto, la palabra de un presidente solía ser sagrada, salvo fuerza mayor. Pero en el caso del actual mandatario, no ha ocurrido del mismo modo. A la conducción del Estado se subordinaba todo otro interés: esa es la tradición nacional.

Pero en este caso, nos encontramos con que, pese a todas las advertencias previas, decide mantener un conflicto de intereses más allá de todo lo prudente y de lo exigible, y se los llevó consigo este conflicto al interior de La Moneda. Por si fuera poco, ha escogido también colaboradores que suelen tener conflictos de intereses potencialmente importantes en áreas críticas. De allí el asombro. Es como intentar cubrir una falta multiplicándola tanto que casi se convierte en regla. Siendo así, lo único que no se puede permitir la Concertación es responder al desparpajo con acostumbramiento o indiferencia. No porque la falta de coherencia llegue alto ha de aceptarse.

Lo que el país perdería con ello sería esencial para nuestra democracia. Por eso la permanente llamado al cumplimiento de la palabra empeñada en el caso de la venta de las acciones de LAN, y ha de estar atenta a desempeñar su función fiscalizadora cada vez que sea necesario y con la mayor fuerza. El conflicto de intereses será, ya se sabe, un tema de toda esta administración y no es factible descartar su presencia, incluso, en los proyectos de ley que ahora se envíen.

Repito que cabe colaborar al máximo en la reconstrucción. Pero nada justifica que se puede llegar a confundir la agilidad para emprender acciones, con la suspensión efectiva de las normativas en materia de construcción y medioambiental. Hubo edificios que los derribó, no el terremoto, sino la criminal falta de aplicación de normas plenamente vigentes. Por eso ha de ser expedito en el proceder, pensando en los damnificados, no en la conveniencia de las empresas comprometidas.

Tenemos suficiente experiencia como para saber que no se puede hacer política pensando únicamente en las primeras reacciones de la opinión pública. Nuestras acciones son juzgadas en el instante que se toman, pero, sobre todo resultan evaluadas en el tiempo por sus efectos permanentes. Por eso hay que legislar para el momento y para lo permanente.

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