Un adiós sin ceremonia

El pasado 13 de febrero se cumplió un año desde la muerte del destacado sociólogo Antonio Cortés Terzi. De 57 años, y aunque con una salud quebradiza, se encontraba en plena actividad creativa y de producción intelectual.

Como se sabe sus problemas de salud se profundizaban, cada tanto, por su afición  al cigarrillo. El escritor mexicano Juan Villorio ha llegado a sostener, luego de observar la intensidad y frecuencia con que uno de sus amigos fumaba, que tal vez para algunas personas “la vida puede ser solo una excusa para fumar”. Seguramente Villorio exageraba, pero no deja de ser una sugerente exageración.

Cortés Terzi pertenecía a una categoría de pensadores un poco en retirada que podríamos llamar propiamente “intelectuales”, en el sentido de individuos que buscan mantener una visión global de la sociedad, intentando descubrir sus contradicciones y tendencias de mediano y largo plazo. Lo suyo era la “teoría general”. En un mundo que ha ido en el sentido de la fragmentación e hiperespecialización del conocimiento y con un fuerte e interesado discurso político contra los “metarrelatos”; es claro que el intento de sostener un esfuerzo analítico y un discurso comprensivo globalizador de la sociedad tenía algo de quijotesco.

Como agravamiento de lo anterior Cortés Terzi se dedicaba a tiempo completo a esta actividad “intelectual”. La mayor parte, por lo menos en los últimos años, permanecía recluido en su casa, leyendo o escribiendo, y siempre muy informado del acontecer político del país. En cualquier circunstancia u hora del día en que se le pudiera contactar, se podía terminar rápidamente hablando sobre complejos temas teóricos, epistemología o las vicisitudes del gobierno o del partido socialista.

Otro aspecto a destacar, y que probablemente le dio más celebridad, fue su participación como columnista político y polemista. La “columna política” es, sin duda, un género –menor si se quiere frente a la novela, el cuento o el ensayo- pero tiene sus leyes, requiere su oficio, y se puede hacer con más o menos gracia y virtuosismo (como casi todo en la vida por lo demás).

En este sentido Cortés Terzi le dio una nueva dignidad a la columna política y le devolvió poder a la palabra escrita (no era grato para nadie atravesarse con su pluma). En este sentido ha sido una de las personas que llevó más lejos en sus posibilidades la columna política como género literario y representó un antes y un después en materia de polémicas públicas.

Hay frases y contenidos que son importantes porque las personas que las dicen lo son, en otros casos como el de Antonio (me siento parte también de allí) se depende de la calidad, originalidad y fuerza de lo que se dice. Cortés Terzi probablemente añadía como rasgos insuperables la ironía y lo que podríamos llamar el “arte del insulto”. Ello lo hacía temible, pero también creo que le implicaba un fuerte costo emocional, lo que casi no exteriorizaba, fiel a su personaje de “hombre duro”.

Sigue estando pendiente lo principal: reunir su amplia obra dispersa, la que fácilmente puede llegar a más de mil páginas escritas entre libros, columnas, informes. Constituye un vasto trabajo de edición seleccionar, clasificar y discernir aquello que sobrevive mejor el paso del tiempo. Y tan importante como lo anterior, es la tarea de realizar una lectura interpretativa que permite reconocer los rasgos más constitutivos y originales del pensamiento de Antonio Cortés. Estoy convencido que detrás de esa obra fragmentada y dispersa hay un pensamiento teórico y político con importantes grados de coherencia y sistematicidad, y cuya recuperación sería de gran utilidad para el desarrollo de las ideas progresistas y de izquierda en Chile.

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