por Sebastián Bastías Arias. Licenciado en Historia y Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la PUCV. Magister en Ciencias Políticas y Doctor (C) en Filosofía Política, Universidad de Chile.
Asesor del Programa de Asesoría Legislativa (PAL) del Instituto Igualdad.
A modo de introducción
La separación del mundo político y el mundo educacional durante la dictadura cívico-militar implicó en sí misma una destrucción. Y ésta no sólo debe de ser dimensionada en sus concepciones de manera separada, sino que debe ser comprendida como una destrucción conceptual que no es otra cosa, y no puede ser entendida de otra manera, que como una destrucción de lo que entendíamos como política –lo público- y, por otra parte, de lo educacional –condiciones ciudadanas para actuar en lo público-.
Esto es, en sí mismo, un círculo que podríamos catalogar como las antípodas de lo virtuoso donde el mundo privado se convierte en el eje esencial del modelo neoliberal, privatizando no sólo la educación sino todo lo que ello trae consigo en pos de destruir las concepciones educacionales antes existentes, y, a la vez, llenando ese lugar “vaciado” con un discurso de valores escépticos en relación a lo público y, por sobre todo, con respecto a la ciudadanía.
Así los conceptos de ciudadanía son remplazados por una nueva definición de ésta –vaciada de contenido-, así aparece una nueva “ciudadanía” -entre comillas-, pero que es legitimada por sí misma hasta producir la normalización de ésta hasta convertirla en un “paradigma educacional” o de vida; el neoliberalismo y sus prácticas como “naturaleza humana”.
Educación neoliberal e introyección de la normalidad.
No son sólo los colegios, escuelas y universidades las que son vaciadas de contenido a partir de la dictadura –por medio de la violencia, persecución y censura-, sino que se producía una terapia de shok silenciosa donde ese vaciamiento traía consigo la “producción de nuevos chilenos” que, una vez materializada la ideología neoliberal, estarían en condiciones de rechazar al mundo público, los valores democráticos y todo principio comunitario por medio de una “nueva educación”.
Poder-saber; por medio de esa dualidad se produce un régimen de verdad que debe ser concebido no como tal, no como un régimen ideológico de verdad sino como verdad -así, a secas-. Se produce una introyección en pos de la construcción violenta de un “nuevo Chile”, donde el enemigo es el “antiguo Chile”. Probablemente los peores enclaves autoritarios son aquellos que son intangibles, que sólo son visibles en sus acciones; imposibles de eliminar porque ya se encuentran insertos ahí, cumpliendo la doble función de ser vigilante y vigilado a la vez -como el panóptico de Bentham analizado por Foucault-, donde gendarme y prisionero ocupan su posición de observador y observado a la vez.
En este punto es necesario poder definir, al menos de manera general, dos conceptos principales – introyección y nuevo Chile– que articulan lo que podríamos catalogar como uno de los resabios más inexpugnables de la Dictadura; el régimen de verdad introyectado en el mismo país que busca realizar cambios profundos. Desde la psiquiatría Luis Martín Cabré ha señalado que la introyección es; el actuar que “ante la imposibilidad de defenderse del adulto, cuando el miedo supera el umbral de lo soportable, se siente paralizado, se somete a sus deseos, a su voluntad, terminando por identificarse totalmente con él” (Cabré, 2012). Di Caprio, desde la psicología, señala que; “La introyección obstaculiza el proceso de valoración. La estructura individual se desarrolla en base a valores y normas externos. La introyección influye al individuo al momento de tomar una decisión, la cual podría ser incongruente con sus necesidades” (DiCaprio, 1985). Ambos autores, a pesar de sus diferencias, coinciden en afirmar que;
- Un elemento esencial de la introyección es la producción de deseos; el poder entonces no sólo es ejercido de manera represiva (no a la participación política, por ejemplo) sino que, por medio del discurso se produce la introyección de lo deseable (la no participación política como deseo) y,
- Los individuos, en nuestro caso pensemos en niños y niñas, se “someten a deseos de otros” o “se toman decisiones incongruentes con sus necesidades”, convirtiendo el discurso educacional de la dictadura en un discurso “propio” donde, una vez desaparecida la dictadura, se mantiene viva en esta “ciudadanía” -entre comillas- como deseo introyectado y reiterado por medio de la educación (hasta su normalización).
Es innegable que aquello que llamamos como procesos de normalización son –por medio de la educación- introyectados en los alumnos que posteriormente se convertirán en “ciudadanos”, “entre comillas”, donde el ejercicio mismo de ésta –ser ciudadanos- implica una destrucción/reconstrucción semántica del concepto ahora vaciado de todo su sentido original por la dictadura y “grabado” en el alma de los alumnos que posteriormente serán la “ciudadanía” actual. Citando a Michel Foucault; “el poder produce a través de una transformación técnica de los individuos (…) el poder produce lo real”. ¿Será el actuar de la “ciudadanía” chilena nada más que la caja de resonancia de un sistema educacional que, erigido en Dictadura, sigue produciendo ese deseo de una “ciudadanía” entre comillas?
Probablemente nuestro error ha sido el buscar hacer aparecer la verdad de nuestro pasado, cuando realmente es más urgente mostrar el pasado de nuestras verdades para así hacer visible que ella se funda en bases tan frágiles como nuestras convicciones más simples, su repetición constante hasta considerarlas una nimiedad jamás cuestionada u omitida su importancia. De esta manera, la educación en Chile correspondería tanto a un aparato de control disciplinario como a un dispositivo de seguridad -que produce un sistema de control sobre sí mismo-, por cuanto el sistema educativo participaría del gobierno de la población, bajo el alero de esta tecnología neoliberal que se presenta ante este análisis como paradoja, pues en su discurso político se “aboga por establecer límites absolutos a la intervención estatal en la vida privada de los individuos” (Lemm, 2010) mientras que en la práctica su objeto es el control de la vida misma.
“El Estado se aparta de la vida de los individuos para dejar espacio libre no tanto a ellos mismos, sino al juego de nuevos dispositivos de control que permitan potenciar la vida del viviente a través de nuevas políticas de seguridad social cuyo objetivo es transformar a la ciudadanía en una multitud de empresarios de sí mismos”. (Lemm, 2010)
En junio del año 1979 Jaime Guzmán escribe en la Revista Realidad un artículo titulado “El sufragio universal y la nueva institucionalidad”, ahí señala lo siguiente; “En primer lugar, que el sufragio universal genere sólo parcialmente al poder legislativo. En segundo lugar, diseña un conjunto de límites al pluralismo que converge en la exclusión de las ideas marxistas. Funda esta restricción del pluralismo en el hecho que la soberanía está limitada por los derechos que emanan de la naturaleza humana y los valores esenciales de la chilenidad (…) una institucionalidad concebida al servicio de la libertad y el progreso debe robustecer una economía libre, sin la cual una democracia política puede terminar reduciéndose a una fórmula hueca”. (Cristi, 1992)
Sobre la cita anterior es necesario comprender que, a diferencia del liberalismo, el neoliberalismo no es una doctrina económica sino mucho más que eso. No es que no sea una doctrina económica, sino que no puede reducirse sólo a esa dimensión sin comprender una visión cuasi teológica contenida donde la verdad emerge; limitar el pluralismo en pos de defender los derechos que emanan de la naturaleza humana, teniendo como “fundamento” los valores esenciales de la (nueva) chilenidad, en palabras de Jaime Guzmán. Todo lo que huela a colectivo o comunidad atenta contra el modelo de sujeto que se busca construir desde el mercado, insertándose el mercado de manera tal que pueda volverse intangible, invisible, actuando por medio de la incitación de cada una de nuestras conductas, hasta ser introyectadas en el alma.
El liberalismo clásico se constituyó teóricamente en el siglo XVIII en torno a la cuestión de los límites del Estado y de la intervención gubernamental. Tres principios se postularon, hablando muy esquemáticamente, como principio de esa limitación: el mercado abandonado a su “curso natural” y en sintonía con la naturaleza, Adam Smith; el cálculo utilitario, Jeremy Bentham; y los derechos de los individuos derivados de su propia naturaleza, John Locke. Estos tres autores configuraron las bases del liberalismo que perduraron, al menos, hasta la primera mitad del siglo XX. En el caso del neoliberalismo actual se sustituyen los límites: ya no se trata de limitar, sino de extender. Extender la lógica del mercado más allá de la estricta esfera del mercado, esto con el fin de reformar el funcionamiento interno del Estado de manera tal que sea la palanca principal de esa extensión. Entonces, ¿cuáles serán los límites del mercado ahí donde nosotros, por medio de un poder que incita o promueve, pasamos a formar deseosos -introyectivamente- parte de él?
Denunciar y criticar el neoliberalismo como si este fuera una renovación de las doctrinas de Adam Smith –y el liberalismo clásico- es equivocarse de época y de objetivo. El neoliberalismo no es una doctrina económica falsa, sino un conjunto de prácticas en pos de la normalización que posibilitan que, sin alternativa posible, se construyan sujetos que, no puede ser de otra forma, legitiman el neoliberalismo “sin saberlo”, en sus prácticas más habituales.
“La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”, decía Margaret Thatcher muy en sintonía con esos principios señalados por Jaime Guzmán en pos de un nuevo Chile, cuyo objetivo concreto es incorporar los postulados neoliberales -no existen límites al mercado- en el interior de cada uno de los sujetos que crea. Ahora cada cual estará llamado a concebirse y conducirse como una empresa, una “empresa de sí mismo” como decía Foucault. Ser “empresa de sí” significa vivir por completo en el riesgo, compartir un estilo de existencia económica hasta ahora reservado exclusivamente para aquellos que viven del mercado (comerciantes o empresarios). Se trata de una conminación constante a ir más allá de uno mismo, lo que supone asumir en la propia vida un desequilibrio permanente, asumiendo la incertidumbre constante como natural, donde absolutamente nada sea un derecho sino un bien inserto en el mercado, que en otras palabras es señalar que la dinámica neoliberal se encuentra inserta en los mismos sujetos que produce. ¿Es posible mantener esta mecánica de mercado en la educación sin producir, ella misma, a sujetos deseosos del mercado?
“Las escuelas públicas, que hasta ese momento (antes de la dictadura) dependían financiera, administrativa y técnicamente del Ministerio de Educación (MINEDUC), pasaron a ser administradas por los municipios. Además gracias a la subvención estatal a la demanda, se incentivó la incorporación de privados en la provisión de educación. El currículum, por su parte, permaneció centralizado por el Estado y comenzó a implementarse el Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE), mediciones estandarizadas de los aprendizajes prescritos en dicho currículum. Esta medición es censal y se utiliza para elaborar un ranking público que busca entregar información acerca de la calidad de los establecimientos a los apoderados para que elijan la institución. El supuesto de este modelo educativo era que la libre competencia entre establecimientos tanto privados como públicos, los impulsaría a la mejora, eliminando del sistema a aquellos de peor calidad”, o menos rentables. (Contreras, 2011).
- Sustitución de la definición de la educación como derecho, por la educación como un bien, y por ende parte del mercado.
- La rentabilidad de la educación, esta es una “inversión” y por lo tanto una garantía de mayor acceso a otros bienes –y, o derechos-.
- El hombre no es un fin en sí mismo, sino un recurso humano que forma parte de una naturaleza a la cual debe responder.
Lo anterior ha sido relatado de manera magistral por Gilles Deleuze; “La fábrica constituía a los individuos en cuerpos, por la doble ventaja del patrón que vigilaba a cada elemento en la masa, y de los sindicatos que movilizaban una masa de resistencia; pero la empresa no cesa de introducir una rivalidad inexplicable como sana emulación, excelente motivación que opone a los individuos entre ellos y atraviesa a cada uno, dividiéndolo en sí mismo. El principio modular del “salario al mérito” no ha dejado de tentar a la propia educación nacional: en efecto, así como la empresa reemplaza a la fábrica, la formación permanente tiende a reemplazar a la escuela, y la evaluación continua al examen. Lo cual constituye el medio más seguro para librar la escuela a la empresa” (Deleuze, 1991). No hay separación alguna, escuela como empresa; empresa como escuela.
A modo de palabras finales
El poder productivo -ese que se introyecta a partir del sistema educacional- emerge allí en la vida cotidiana, categorizando al individuo hasta unirlo a su propia identidad preconcebida; “le impone una ley de verdad que él tiene que reconocer y al mismo tiempo otros deben reconocer en él” (Foucault, 1983). Se considera a la educación, y por ende a sí mismo, como producción-producto de capital humano, como inversión personal y colectiva, la cual debe, por lo tanto, ser rentable en términos económicos.
Así, el neoliberalismo impulsa el desarrollo de algunos conceptos en materia educativa que llevan a que el Estado actúe contra sí y a favor del mercado. Lejos de disminuir el rol del Estado en la economía, éste se vuelve garante y legitimador de la economía introyectada en la ciudadanía por medio de un régimen de verdad incuestionado, o, en palabras de Jaime Guzmán; una emanación de la naturaleza que debe ser incrustada por medio de la educación.
Eficacia, eficiencia y calidad son los tres elementos fundamentales bajo los cuales el sistema educativo debe ser pensado, dentro de una racionalidad neoliberal, sin existir otra alternativa. Este conjunto de ideas fueron originalmente acuñadas por la pedagogía estadounidense del eficientismo industrial que traslada al campo pedagógico y -desde una solipsista interpretación de la economía política- conceptos antes privativos del mundo empresarial. De esta manera se vincula lineal, mecánicamente y dependientemente el sistema educativo con el aparato productivo, llegando a confundirse hasta volverlo indivisible e indefinible con respecto a sus márgenes; subordinando el primero -el sistema educativo- a los intereses del segundo -el aparato productivo-.
Cambiar el sistema educativo neoliberal es, en sí mismo, cambiar las condiciones de introyección que posteriormente serán reiteradas, como caja de resonancia, en la normalización de esa “ciudadanía” -entre comillas- incapaz de diferenciar entre mercado y derecho, tal como le han enseñado.
Sebastián Bastías Arias. Licenciado en Historia y Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la PUCV. Magister en Ciencias Políticas y Doctor (C) en Filosofía Política, Universidad de Chile.
Asesor del Programa de Asesoría Legislativa (PAL) del Instituto Igualdad.