Bobbio: Comprender antes de disctutir y discutir antes de condenar

He mencionado otras veces que el día de la muerte de Bobbio, el locutor de noticias de la RAI se refirió a él como “un hombre fiero y justo”.

“Fiero”, es decir, firme y duro a la hora de defender sus puntos de vista, y “justo”, o sea, exacto y arreglado a la razón a la hora de exponerlos.

Me gustaría recordar también que Bobbio fue varios “Bobbios”, porque tenemos el Bobbio filósofo, el Bobbio filósofo del derecho, el Bobbio filósofo de la política, y el Bobbio como figura intelectual que habla y escribe sobre algunos problemas acuciantes que concitan el interés y a menudo la perplejidad de sus contemporáneos.

Pero en esos cuatro Bobbios hay cuando menos una constante: el método de su pensamiento y el consiguiente estilo de expresión que predominan en las contribuciones que el notable pensador italiano hizo en los cuatro campos recién señalados. Una constante que yo resumiría con una sola palabra: analítico.

Analítico por su disposición intelectual para reconocer y presentar problemas antes que para resolverlos, en el entendido de que sólo un problema bien planteado tiene realmente la posibilidad de contar  con una respuesta o solución adecuada.

Analítico por una disposición, asimismo, a tratar los problemas dentro de los límites de lo razonable, esto es, con la comprensión y aceptación tanto de las posibilidades como de los límites de la razón.

Analítico por una cierta consideración de sí mismo como empirista, esto es, como alguien que procura buscar los hechos, de forjar instrumentos para ir al encuentro de éstos, de razonar a partir de los mismos hechos, y de mantener separados los juicios de hecho de los juicios de valor, aunque sin negar éstos en nombre de aquellos.

Analítico, del mismo modo, por su disposición, en el tratamiento de los diversos problemas, a aclarar el sentido de los términos en discusión.

Analítico por su sentido de la complejidad de las cosas, y porque, según creo, Bobbio habría estado de acuerdo con F. Scott Fitzgerald, el autor de “El gran Gatsby”, cuando dice que la prueba de una inteligencia superior consiste en mantener en la cabeza dos ideas opuestas a la vez sin perder por ello la capacidad de funcionar.

Analítico por su percepción de que, según el propio Bobbio, escribe, “la filosofía analítica constituye una escuela de racionalidad, un ejercicio de paciencia, una educación hacia la seriedad, y una invitación a la claridad y el rigor”.

Bobbio, en el prólogo que escribió a la edición castellana de su “Contribución a la teoría del derecho”, alude de manera bastante directa a su “tendencia hacia el análisis más que a la síntesis”, lo cual trae consigo que “mis estudios puedan aparecer como muchas piezas de un mosaico no sólo incompleto, sino también indiferenciado”. Y admitiendo de nuevo su atracción por el neopositivismo y la filosofía analítica, concluye diciéndonos que “a recibir la influencia de tales corrientes de pensamiento me encontraba por lo demás predispuesto por un radical aborrecimiento de los discursos demasiado generales sobre el ser y el no ser, y por la necesidad de permanecer con los pies en la tierra y de moverme, si era necesario moverse, dando un paso a la vez”.

Permanecer con los pies en la tierra y moverse dando un paso a la vez: toda una confesión, pienso yo, y hasta posiblemente una clave, para comprender el modo de razonamiento de Bobbio no sólo en temas filosóficos y jurídicos, sino, sobre todo, políticos. La propia democracia, sin ir más lejos, es siempre gradual y permite únicamente cambios de cantidad, aunque, claro, a la larga, los cambios de cantidad se transforman en cambios de calidad.
Me pregunto ahora qué hemos aprendido de Bobbio más allá de esa forma de pensamiento y de expresión que hemos destacado previamente.

Me parece que hemos aprendido el valor de esa virtud que Ítalo Calvino refirió con la palabra “levedad”, y que consiste en el talento para quitar peso a la estructura de los relatos y al propio lenguaje, aunque sin sacrificar por ello la seriedad ni el rigor en el tratamiento de los temas.

Hemos aprendido que a la hora de responder a la pregunta qué es filosofía del derecho, lo mejor no es especular, sino dar cuenta de los temas que como filósofo del derecho, o como profesor de filosofía del derecho, que es mi caso, uno se ha ocupado realmente.

Hemos aprendido también de su concepción en cierto modo relativista, pero no escéptica de la moral, que le ha hecho dudar de la posibilidad de verificación de valores absolutos, pero jamás de la necesidad de tener, mantener y defender convicciones de orden moral, aunque, claro está, sin la pretensión de imponerlas dogmáticamente a los demás como si se tratara de verdades firmemente establecidas y seguras, a propósito de lo cual Bobbio pudo escribir estas admirables palabras: “De la observación de que las creencias últimas son irreductibles, he sacado la lección más grande de mi vida. He aprendido a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de cada conciencia, a comprender antes de discutir, y a discutir antes de condenar”.

De Bobbio hemos aprendido que es posible concordar en un concepto de justicia, mas no en nuestras concepciones acerca de la justicia. Porque si bien podemos admitir que la justicia, como él decía, es “el conjunto de valores, bienes e intereses para cuya protección e incremento los hombres recurren a esa técnica de convivencia social que llamamos derecho”, nuestros desacuerdos comienzan, inevitablemente, cuando nos preguntamos por cuáles son esos valores, bienes e intereses, o, más finamente, por cuál o cuáles de ellos deben prevalecer en un momento dado.
De Bobbio hemos aprendido a combinar el escepticismo de la razón con el optimismo de la voluntad. Escepticismo de la razón en cuanto a que tenemos perfecto derecho a creer que las cosas irán mal, o no todo lo bien que quisiéramos, y, a la par, optimismo de la voluntad, porque nadie tiene derecho a dejar de hacer lo que esté al alcance de su mano para que las cosas vayan finalmente lo mejor posible. “Escepticismo vital”, diría Unamuno. “Pesimismo de la fuerza y como fuerza”, y no “pesimismo de la debilidad”, según expresiones de Nietszche. De donde se sigue que F. Scott Fitzgerald tenía posiblemente razón cuando escribió que la prueba de una inteligencia superior –según dijimos antes- consiste en la posibilidad de mantener en la cabeza dos ideas opuestas a la vez sin perder la capacidad de funcionar. Entonces, como continua diciendo el novelista norteamericano, “uno debiera, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas no tienen remedio y, sin embargo, estar dispuesto a cambiarlas, habría que mantener en equilibrio el sentido de la futilidad del esfuerzo y el sentido de la necesidad de luchar, la convicción de la inevitabilidad del fracaso y, sin embargo, la determinación de triunfar”.

De Bobbio hemos aprendido, tal como postulaba uno de sus autores favoritos –John Stuart Mill- que “una persona con una creencia representa una fuerza social equivalente a la de noventa y nueve personas que sólo se mueven por interés”, de modo que “los que han logrado persuadir a la gente de que merece ser preferida cierta forma de gobierno (refiriéndose a la democracia) han hecho lo más importante para ganar los poderes de la sociedad”.

Pero de Bobbio hemos aprendido también que en cuanto al compromiso político de los intelectuales es preferible que éstos conserven el sentido de la complejidad de las cosas y el aguijón de la duda, más allá del principio deformante del partidismo, y que aprendan y practiquen la difícil lección y el exigente método que los obliga a ser imparciales, aunque no neutrales, porque –según propias palabras de Bobbio- “ser neutral quiere decir no ponerse ni de un lado ni de otro, pero también el no ponerse ni de un lado ni de otro es un modo de tomar posición”, mientras que la imparcialidad del intelectual significa tan sólo que éste “debe ocuparse de las cosas de la política con un cierto distanciamiento crítico, sin nunca identificarse con el político puro, quien algunas veces, al estar obligado a tomar decisiones prácticas, debe cortar los nudos en vez de desatarlos”.

De Bobbio hemos aprendido lo que podría llamarse “una ética laica y liberal del trabajo”, como dice Tognoli, que interpela a los pensadores a ser no sólo filósofos de la tolerancia, sino, sobre todo, filósofos tolerantes, y a permanecer alejados, por tanto, de todo fanatismo, sea éste revolucionario o conservador.

De Bobbio hemos aprendido su valoración de una democracia procedimental, formal o “mínima”, como él la llama. “Mínima”, aunque no pobre, porque la democracia de los modernos presupone la tradición del liberalismo, es decir, un conjunto de libertades que ella se compromete a garantizar y promover, y presupone igualmente la tradición del estado de derecho, del estado sometido al derecho y que gobierna también por medio del derecho, del gobierno sub lege y del gobierno per lege.

Una democracia, podríamos decir ahora, sin apellidos, porque cada vez que alguien pone un adjetivo a la palabra “democracia”, ésta se vacía de todo contenido, lo cual resulta bastante visible en los autócratas que a lo largo del siglo XX han hablado de “democracia real”, “democracia popular”, “democracia orgánica”, o “democracia protegida”. Y, claro, de Bobbio, también en el campo político, hemos aprendido que aun conserva validez la díada izquierda-derecha, tal como él destacó en su best seller de lo 80, el cual tituló, precisamente, “Derecha e Izquierda”. Significado y razón de una distinción política”. Una obra en la que a mi juicio su único error estuvo en atribuirle a la derecha la libertad como su valor principal, en circunstancias de que siempre lo ha sido la propiedad. La propiedad y el orden, desde luego, porque éste es garantía de aquella.

De Bobbio hemos aprendido, en fin, que el desafío para los gobiernos no es optar entre igualdad y libertad, sino balancear ambos valores sin que uno tenga que ser sacrificado en nombre del otro. Algo parecido, si se me permite, a lo que ocurre entre orden y libertad. Si el liberalismo se inspira en el valor de la libertad, el socialismo lo hace en el de la igualdad, y en tanto no se debe renunciar a ninguno de esos dos valores, lo que se impone, según Bobbio, es una síntesis liberal-socialista. “El liberalismo –escribe Bobbio- se inspiró sobre todo en el ideal de la libertad. Pero es inútil ocultarnos que la libertad de iniciativa económica ha creado enormes desigualdades, y no sólo entre hombre y hombre, sino también entre estado y estado”. En consecuencia, puede y debe hoy levantarse un ideal que nazca de la exigencia de que los hombres, además de libres, sean iguales, aunque no en el sentido absoluto y por tanto irreal del término “igualdad”. De lo que se trata, por lo mismo, es de una igualdad no de todos en todo, sino de todos en algo, algo que no podría ser otra cosa que la satisfacción de necesidades materiales básicas para llevar una vida humana digna de ese nombre.

Por tanto, parece pertinente demandar de la democracia no únicamente la preservación del régimen de libertades que la hacen posible, sino también una voluntad igualitaria en el sentido de emplear el poder del estado para atenuar y en lo posible eliminar las desigualdades más manifiestas e injustas en las condiciones de vida de las personas, puesto que un tipo tal de desigualdades puede tornar enteramente ilusorio y vacío, para quienes las padecen, la titularidad y ejercicio de las libertades que se les reconocen con rango de derechos fundamentales.

Quisiera terminar mencionando que Bobbio compara el drama de la existencia humana sobre la tierra con la imagen de un hombre en un laberinto. Ese hombre sabe o cuenta al menos con que hay una salida, aunque desconoce cuál es la ruta que le llevará a ella. Por lo mismo, no le queda más que ponerse en marcha, hacer elecciones razonadas, ensayar todos los caminos que se le presentan, desandar aquellos que se muestren inadecuados y marcarlos para no volver luego a recorrerlos, no desfallecer en el esfuerzo, y resignarse al hecho de que no hay nadie fuera del laberinto, ni tampoco sobre éste, que pueda indicarle cuál es la vía de salida.

Estamos solos, es cierto, pero podemos movernos. Movernos, aunque, claro, dando un paso a la vez.

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Comments

  1. Excelente en tanto da cuenta de las ideas centrales por las cuales el pensamiento de Bobbio se estructura y se pone a rodar por el mundo de las ideas y el pensamiento, solo quisiera complementar que no esta ausente en su pensar la idea de racionalidad comunicativa a la usanza de otros pensadores sociales y sobre la diada libertad e igualdad como el componente nuclear de la democracia y de los valores en el Estado moderno, habría que referirse también al puente que hace posible ambos extremos y que no es otra cosa que la fraternidad, entendida como una fuerza pasional dialogante, en donde los hombres se comunican y dialogan para alcanzar el camino de salida del laberinto y realizar empiricamente la libertad e igualdad en sus vidas, vidas que son solo posible en comunidad.

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