CAMILO ESCALONA
Hace 25 años, el 29 de diciembre de 1989, se llevó a cabo el acto político en que se consagró la reunificación del Partido Socialista de Chile. Con ello, se puso término a una década de un lamentable periodo de dispersión, que atomizo el socialismo en múltiples orgánicas, dañando duramente su convocatoria social y debilitando severamente su fuerza política.
Desde que se instaló la dictadura en el poder, el Partido Socialista empezó a sufrir una dolorosa etapa de quiebres internos, ya evidenciadas en los tres años del gobierno del Presidente Allende, en que se genero una áspera critica”desde la izquierda”, al concepto de la vía chilena propiciada por el equipo de gobierno.
Esa posición expresada en la consigna de Avanzar sin Transar, intento sobrepasar la conducción de la Unidad Popular. Tal idea tuvo diversas facetas en su desarrollo, entre ellas, convocando a una “Asamblea Popular” en la ciudad de Concepción, fomentando la toma de pequeñas empresas e industrias en las ciudades y predios en la economía campesina, todo lo cual condujo a un lamentable debilitamiento de la base de sustentación social del proceso que proponía a Chile avanzar hacia el socialismo en democracia, pluralismo y libertad.
Quienes insistían en la gradualidad de las reformas y en una perspectiva de acuerdos nacionales de gran amplitud para su concreción, liderados por el propio Pdte Allende, eran despectivamente tildados de “reformistas”, no pocas veces con el hiriente epíteto de “amarillos”, como si la sola idea de asegurar un camino estratégicamente viable y acertado, se convirtiera en una total abjuración y renuncia a los ideales socialistas; sin embargo, muchos militantes, de toda una vida, querían apoyar al Pdte Allende y no entorpecer el proceso de cambios planteando propósitos que tornaban imposible el despliegue del mismo; entre las figuras que llamaban a ordenar el Programa en torno a sus tareas esenciales, se distinguía el joven diputado y Secretario General de la Juventud Socialista, Carlos Lorca Tobar. El Partido Comunista también respaldaba tal orientación.
Los que vaticinaban el “enfrentamiento” como inevitable se adentraban por un camino que conducía exactamente hacia donde los conspiradores más reaccionarios querían llevar el proceso político; a un sangriento golpe de Estado del cual emergiera un régimen de ultraderecha en el que se ahogaran, en medio de la represión y el terror, las conquistas populares alcanzadas en tantas décadas de lucha.
Las posiciones de ultra izquierda no lograban percibir como la dispersión política que generaban con una retórica fuera de la realidad, en la que se amenazaba con la lucha armada en una confrontación de carácter definitivo, provocaban un daño irreparable a la “vía chilena” propiciada por Salvador Allende. Líderes socialistas de profundo arraigo popular, como la diputada Carmen Lazo, denominaban a tales actores infantilistas de izquierda como “guatapiqueros”, aludiendo al ruidoso pero inofensivo guatapique.
Allende se afanaba en impulsar una vía institucional para las transformaciones que el se proponía hacer realidad. De esa convicción no cedió en ninguna circunstancia. Incluso afirmo ese camino la noche de la fracasada primera intentona golpista del 29 de Junio de 1973.
Por ello, la idea de un “poder popular”, excluyente y sectario, que despreciaba décadas de lucha del movimiento popular fue levantada por personas recién llegadas, como la gran solución de un grupo de iluminados, a la postre, resulto ser una estrategia alternativa al objetivo allendista, cuyo efecto desmentía y desvirtuaba la opción de un socialismo que no proscribía las ideas, que respetaba el pluralismo y era garantía de permanencia de las libertades políticas y derechos fundamentales.
En consecuencia, en el seno del Partido Socialista habíanse formado heridas profundas que rompieron la frágil institucionalidad partidaria después del Golpe de Estado. Fue así que, al constituirse la Dirección Interior en la clandestinidad, se opuso de inmediato a la misma una orgánica que se denomino Coordinadora Nacional de Regionales, generandose una ruptura que debilitaba, aún más al Partido, en medio de la cruenta represión que lo cercaba y golpeaba duramente.
De manera que imposibilitado de un amplio debate democrático, por esa persecución que destruía los esfuerzos de sus más abnegados militantes para reconstituirse en una fuerza nacional, que fuera un actor decisivo en la vuelta a un régimen democratico; nuevamente, en medio de la ofuscación de un debate interno sin solución, el Partido Socialista se dividió después del Pleno, que la Dirección Única, interior-exterior, realizara en Mayo de 1979, en la ciudad de Berlín, en rigor el segundo “Pleno de Argel”, como se les llamó entonces.
El primero de esos eventos había instalado aquella Dirección Única, un año antes en la misma ciudad, luego que en la clandestinidad en Chile se lograra rearticular un Comité Central, como el centro direccional legítimo y ampliamente reconocido, luego de las dolorosas pérdidas sufridas en los años anteriores. Lamentablemente, esa Dirección Única no resistió las divergencias y se dividió en un clima de recriminaciones y enconadas acusaciones cruzadas.
De modo que al reactivarse la lucha democrática, al calor de las Protestas populares, iniciadas en Mayo de 1983, el socialismo chileno estaba separado en diversas orgánicas. Es obvio que tal situación mermaba seriamente su contribución a la causa libertaria del pueblo de Chile.
Soy testigo, de como Clodomiro Almeyda, hizo uso de todo su ascendiente y autoridad personal, aceptando incluso la organización de su ingreso clandestino a Chile, para colaborar al logro de la unidad socialista; la orgánica dirigida por Carlos Briones, Ricardo Núñez y Jorge Arrate, confluyo con tales propósitos convergentes y unitarios. En otros líderes como Manuel Mandujano y Juan Gutiérrez estaba presente la misma voluntad. Desde lo más genuino del sentimiento del pueblo socialista se abrió paso y se impuso la unidad.
Luego del triunfo del NO a Pinochet, en el Plebiscito del 5 de Octubre de 1988, era fundamental organizar una amplia base de sustentación de la transición que se iniciaba y para ello era esencial contar con un sólo Partido Socialista, que respaldara al nuevo gobierno, así como, para que contribuyera desde su condición de fuerza de izquierda, a la unidad con el centro político y derrotara cualquier brote de dispersión o inestabilidad, como añoraba Pinochet para intentar, otra vez, alcanzar el poder.
En este proceso unitario la revalorización de la democracia jugó un rol fundamental. En efecto, las luchas del movimiento popular chileno permitieron la acumulación de fuerzas necesarias para ganar con Allende, las elecciones presidenciales de Septiembre de 1970. Desde la transformación, durante décadas, de la institucionalidad democrática se hizo posible pensar en aquella proeza de participación social y cambio revolucionario.
Sin embargo, estando en pleno gobierno, encabezado por el líder histórico de la izquierda chilena, surgieron voces de algunos teóricos desencantados por un avance popular que no se había apegado a sus esquemas, los que descalificaban la tarea realizada aduciendo que era un simple acomodo a la “democracia burguesa”. Con ese argumento, paradojalmente, se podía llegar a renegar del gobierno de la Unidad Popular; eso es lo que explica que ciertos miembros del propio Comité Central plantearan que se debía cancelar la participación socialista en el mismo, debido a que, supuestamente, ya no representaba sus objetivos históricos. Aprendiendo de los errores cometidos, en la reunificación del socialismo se proclamó, solemnemente, que sin democracia no hay socialismo.
Como es sabido, la transición democrática en Chile coincidió con el derrumbe del muro de Berlín y el término de la experiencia comunista en la ex Unión Soviética y los países de Europa del Este, fenómeno de alcance global que provoco la más potente oleada neoliberal que se haya conocido. Se sabe como se glorifico el mercado y denostó el rol del Estado, aún así a nuestros gobiernos democráticos,instalados después de 1990, les corresponde el mérito de haber iniciado el camino dirigido a restablecer las políticas sociales y a revalorizar la gravitación esencial del espacio público, para avanzar en la reposición de la institucionalidad destruida por la dictadura en beneficio del mercado,
Aunque sea en otro contexto, de muy distinta naturaleza, no hay que volver a caer en el error de despreciar lo conquistado y lo avanzado en otras etapas, que es lo que ocurre cuando se descalifica la tarea realizada para consolidar y afianzar la democracia, menoscabando el proceso de cambios democráticos de los últimos 25 años como simple “administración del modelo neoliberal”.
Desde esa idea se pretende repudiar el proceso democrático que ha transformado la institucionalidad política, a pesar de las dificultades con que se ha tropezado para reformar el carácter excluyente y concentrador que adquirió, por la acción del régimen dictatorial, la estructura económico-social del país. Se confunde, por algunos deliberadamente, que en democracia sólo es posible reformar y modificar la estructura económica desde la institucionalidad política para lo cual se requiere mayoría y que, evidentemente, no se pueden confundir ni mucho menos considerar ambas, la política y la economía como una misma cosa. Cuando se mete todo en un mismo saco se cae en la confusión y falta de claridad.
Lamentablemente, esa debilidad conceptual conlleva la tentación de configurar falsos adversarios, acusando de conservadurismo a quienes no lo padecen y usando el ataque personal cuando no hay argumentos.
Ese es el error de fondo de quienes han asumido la llamada posición refundacional, cuya expresión más desafortunada es la idea de la “retroexcavadora”. La equivocada pretensión de querer partir de cero, ignora en los hechos, lo que ha costado cada una de las conquistas populares que han robustecido el ancho abanico de las fuerzas que respaldan a Bachelet y hecho posible alcanzar el gobierno de la nación.
Además, cuando la crítica a la que me he referido se hace virulenta se expresan cuestionamientos o rivalidades personales que deben ser dejadas de lado. Los errores puntuales o el mal desempeño o evolución de tal o cual persona, en ningún caso podrá invalidar el proceso en su conjunto. Ya que se trata de un esfuerzo que permitió que hoy en Chile se viva en democracia y se haya prosperado y crecido, no obstante, el conjunto de bloqueos institucionales con que los ideólogos del régimen militar pretendieron congelar el país, en el marco de la tutela autoritaria.
No hay que volver a caer en el error de despreciar lo conquistado y lo avanzado en otras etapas, que es lo que ocurre cuando se descalifica la tarea realizada para consolidar y afianzar la democracia, menoscabando el proceso de cambios democráticos de los últimos 25 años como simple “administración del modelo neoliberal”.
Los actores políticos y la reflexión intelectual deben mirar más allá de lo puntual y lo inmediato; en el nuevo periodo que vive Chile es crucial que se eleve la mirada pues las repuestas que se necesitan para dignificar la política no pasan por lo accesorio, sino que por definir lo esencial: como transitar por un proceso de reformas que afiancen una mayoría nacional que permita gobernar el país y asegurar que los cambios maduran y fortalecen una institucionalidad democrática capaz de resistir y ser preeminente frente a las fuertes tendencias a reproducir la desigualdad que marcan este ciclo del desarrollo humano.
Tengo la convicción que será posible lograr el propósito que lo público sea preeminente, con más y no con menos gobernabilidad democrática en la comunidad nacional,
No cabe la menor duda que la reimplantación de la democracia es una tarea inacabada. Lo que falta por hacer cubre toda una etapa histórica que va más allá de la duración del actual gobierno, para dotar a la institucionalidad de la fuerza para derrotar la desigualdad; es decir, de la capacidad de impedir que la marcha espontánea de la economía provoque el aumento de la acumulación y concentración de la riqueza en escasos controladores del poderío económico de la nación.
La institucionalidad democrática es la que contrarresta al mercado, de modo que es doblemente desafortunado intentar su desprestigio caricaturizandola como “neoliberal”, ya que de su fortaleza depende precisamente la lucha por reducir la desigualdad en Chile. De manera que acentuar su legitimidad es la misión de quienes se proponen derrotar efectivamente la opción neoliberal en el país.
A 25 años de la reunificación del Partido Socialista reivindico y rescato su rol en la gran tarea de reinstalar la democracia en tierra chilena. Soy socialista desde niño y se el sacrificio que costó cada conquista o posición lograda; por ello, me son ajenas las modas pasajeras que ignoran o pretenden ignorar la contribución irreemplazable del socialismo a la libertad de Chile. Ahora, sin fatigas y sin complejos, hay que abrir paso, con amplitud, firmeza y perseverancia a la renovación y dignificación de la política, viabilizando las reformas contra la desigualdad, que consoliden definitivamente el régimen democrático en tierra chilena.