Ernesto Águila
Los empresarios han hecho sentir su poder para transmitir su malestar con las reformas del gobierno y con lo que ellos definen como un escenario de incertidumbre. No habría por qué dudar de ese estado de ánimo. Solo habría que recordar que la sociedad es más amplia y compleja, y que las actuales incertidumbres empresariales conviven con otras incertezas cotidianas de larga data: vivir con el salario mínimo o con la pensión de una AFP; sentir el temor de una debacle económica personal y familiar ante una enfermedad catastrófica; ser uno de esos ochenta y cinco mil jóvenes que estudian en universidades no acreditadas y que probablemente nunca encontrarán trabajo en lo que estudiaron; ser un “profesor taxi”; estar sobreendeudado; no contar con un trabajo decente; y un largo etcétera.
Hace tiempo que la incertidumbre es la condición existencial de la mayoría de los chilenos. Esta no comenzó con las actuales reformas. En las «sociedades duales» como la nuestra -donde un grupo vive en el “primer mundo”, otro en el “tercer mundo”, y una amplia y heterogénea clase media, entra y sale, trepa, se encarama o cae, de alguno de estos mundos- la experiencia cotidiana de la mayoría de las personas es de inseguridad. No se trata de empatar incertidumbres, pero cuando los grandes empresarios presionan para convencer de que las suyas son las de todos, conviene no perder de vista que las condiciones de vida de la gran mayoría en estas, así llamadas, “sociedades de riesgo” son de incertidumbre cotidiana desde hace bastante tiempo. De esta incertidumbre se habla poco y se escribe menos, pero está allí, esperando ser atendida y no permanentemente postergada.
El principal problema político hoy, de rango histórico, no proviene de las reformas en curso sino de la ausencia de un diagnostico compartido acerca de cuál es el dilema central de la sociedad chilena. La desigualdad y el malestar social impactan con fuerza el discurso político cuando hay grandes manifestaciones o, incluso, violencia, mientras que cuando estas desaparecen, resurge, rápidamente, el discurso del “si no es para tanto”. El actual programa de gobierno se construyó sobre la hipótesis de un pacto social agotado, y de la inviabilidad de reconstruirlo sin una nueva ecuación entre Estado, mercado, sociedad y comunidad, en la dirección de mayor igualdad e inclusión social. Como suele suceder en política no es posible saber con absoluta certeza si estamos en el país del “pacto social roto” o en el del “no es para tanto”. Lo claro es que uno u otro diagnóstico determinan conductas políticas diferentes y contrapuestas. En esa disyuntiva hemos estado en 2014 y, seguramente, lo seguiremos estando en 2015.
Las reformas provocan incertidumbres, qué duda cabe, pero también contienen potencialmente la posibilidad de un tránsito hacia nuevas certezas; la oportunidad de una evolución hacia arreglos institucionales y sociales donde las incertidumbres de muchos no se construyan sobre la vida despreocupada y llena de certezas de unos pocos.