Ernesto Águila
No existe ninguna profesión más intervenida y vigilada que la profesión docente. Se la somete a constantes evaluaciones externas (lo que no sucede con ninguna otra) y es objeto de múltiples y cambiantes normativas ministeriales (hoy no es fácil estar al día de los cambios curriculares, por citar un ejemplo). Se investiga sobre los profesores pero no se le da reconocimiento experto a su saber.Su tarea cotidiana se encuentra plagada de formularios y tareas administrativas inútiles y se ejerce un fuerte control sobre el cuerpo y las energias docentes a través de jornadas de trabajo extenuantes que consideran un setenta y cinco por ciento de horas lectivas (lo que no se fiscaliza y en los hechos tampoco se cumple).
En momentos en que el gobierno anuncia una nueva política y carrera docente, conviene preguntarse si sus orientaciones se construirán sobre la base de superar esta sospecha y desconfianza, y terminar con esta suerte de control biopolítico (pocas veces Foucault tuvo más sentido que con los profesores chilenos). La pregunta de fondo es si la nueva política docente pondrá en el centro la autonomía profesional, la validación del saber del profesor de aula, y la liberación de su tiempo y energía, o se persistirá en una política de control burocrático y de mercado de la profesión docente.
La real directriz y voluntad de la política del gobierno se expresará en diversas decisiones, pero una es especialmente emblemática: llevar, en un horizonte de tiempo razonable, la proporción de horas lectivas y no lectivas a un 50/50. Tan importante como lo anterior es no colonizar este mayor espacio de horas no lectivas con nuevos dispositivos de control, sino dar tiempo y lugar al diálogo y la indagación pedagógica entre los profesores, favoreciendo, así, la construcción de verdaderas comunidades de aprendizaje en las escuelas. Una profesión docente sin agobio laboral, autónoma, entendida de manera compleja y no «técnica», formada en la reflexión critica y la investigación de la propia práctica, bien remunerada y reconocida social e intelectualmente, constituye un punto de inflexión imprescindible de una nueva política y carrera docente.
En las recientes movilizaciones de profesores hay señales de un malestar profundo con sus actuales condiciones no solo de trabajo sino de vida–lo que se traduce en altos índices de enfermedades laborales-. A su vez, se expresa en ellas la incipiente constitución en «sujeto» de una nueva generación de profesores que no quieren que otros sigan hablando, investigando o decidiendo por ellos. Si no se lee correctamente este proceso, que viene de aguas profundas que trascienden las desavenencias del gremio- el próximo 2006 o 2011 puede ser el de los profesores- la anunciada reforma de la profesión docente puede tempranamente naufragar. Las profesoras y profesores lo vienen repitiendo en sus movilizacionescasi como un mantra: «otra cosa es con pizarrón». Señal inequívoca de quienes ya no quieren ser objetos sino sujetos de las reformas educativas.