Joaquín Fernández, historiador.
El anarquismo tiene una larga historia en Chile. La formación de las primeras organizaciones ácratas y la difusión de sus ideas en nuestro país pueden ser rastreadas desde fines del siglo XIX. Dicha corriente llegó a tener un rol muy relevante en la formación de organizaciones obreras a través de las sociedades de resistencia. Hacia la segunda década del siglo XX también tuvo una importante presencia en el incipiente movimiento estudiantil, mediante la participación de sus adherentes en la FECh. Como han mostrado las investigaciones de Sergio Grez, los anarquistas chilenos se caracterizaron por enarbolar un discurso clasista y un evidente rechazo al Estado y a la representación política. También promovieron el anticlericalismo, el internacionalismo, el antimilitarismo, la igualdad de la mujer e incluso, algunos de ellos, llegaron a ser precursores del vegetarianismo. Sin embargo, se trató de una corriente laxa, extremadamente fragmentada, al interior de la cual convivieron sectores diversos, que abarcaban desde anarcosindicalistas hasta partidarios individuales de la “acción directa” y desde pacifistas hasta adeptos a las acciones violentas de “propaganda por los hechos”.
Si bien nunca desaparecieron completamente, desde la década de 1930, las organizaciones anarquistas vivieron un proceso de decadencia que llevó a que los espacios que habían llegado a conquistar en los movimientos obrero y estudiantil fueran ocupados por sectores marxistas, principalmente comunistas y socialistas. Como han señalado Felipe del Solar y Andrés Pérez, fue durante la dictadura que el anarquismo resurgió, asociado a formas de rebeldía contracultural juvenil como el Punk. El paso de formas identitarias más bien estéticas, a organizaciones de carácter político y social lo dio en las décadas de 1990 y del 2000. La crisis de legitimidad de los partidos políticos, la desconfianza hacia la institucionalidad y la desmovilización social generada con la democracia transicional, llevaron a que en la política estudiantil se abriera el espacio para la aparición de “colectivos” enfrentados a los partidos y a la política institucional nacional. En ese contexto, los sectores anarquistas volvieran a irrumpir en la organización estudiantil.
El triunfo de Melissa Sepúlveda en la FECh, del Frente de Estudiantes Libertarios (FEL), implica la vuelta, después 90 años, de grupos asociados al anarquismo a la cabeza de una de las organizaciones más importantes del movimiento estudiantil con un proyecto anticapitalista y de autogestión. Las preguntas apuntan a saber si lograrán perpetuar su proyecto en el tiempo y a salir de los ámbitos exclusivamente estudiantiles y juveniles.