Reflexiones para un cambio tranquilo

El proceso de renovación política-ideológica implementado en Chile desde finales de la década de los 70, se dio en un escenario internacional caracterizado por la bipolaridad, y en el ámbito nacional, en un contexto de dictadura como expresión de una derrota política la cuál en términos económicos fue la implementación de un modelo neoliberal a ultranza y en lo político el vislumbramiento del pensamiento único.
Se intentaba entonces responder a la siguiente interrogante: ¿En qué medida la derrota tuvo que ver con el contenido mismo de la política propuesta y las valoraciones inherentes a nuestro proyecto con respecto a la democracia?

“Los realistas a ultranza, que parecen prevalecer hoy en día, son los que realmente no resuelven ningún problema. Las ideas son indispensables para enfrentarse al mundo concreto, especialmente en tiempos difíciles. ¿Qué es la política sino esta gran tensión entre las ideas sobre el mañana y la realidad de hoy? De allí, la necesidad de reforzar, en la lucha política, el valor de las ideas.”
Olof Palme

El proceso de renovación política-ideológica implementado en Chile desde finales de la década de los 70, se dio en un escenario internacional caracterizado por la bipolaridad, y en el ámbito nacional, en un contexto de dictadura como expresión de una derrota política la cuál en términos económicos fue la implementación de un modelo neoliberal a ultranza y en lo político el vislumbramiento del pensamiento único.

Se intentaba entonces responder a la siguiente interrogante: ¿En qué medida la derrota tuvo que ver con el contenido mismo de la política propuesta y las valoraciones inherentes a nuestro proyecto con respecto a la democracia?

Hasta entonces, la izquierda mundial tenía asumida una filosofía de la historia, por la que creía poder diagnosticar el presente -el capitalismo con todas sus contradicciones-, convencidos que el futuro era nuestro. Se contraponían distintas estrategias para alcanzarlo, pero no cabía dudar que el futuro -una vez que superásemos esta sociedad tremendamente injusta-, no fuese el socialismo. Pues bien, esa filosofía se nos hundió bajo los pies.

Aún en la actualidad, carecemos de un análisis del presente que nos permita vislumbrar en que dirección va la historia

La adversidad de la época no fue motivo para soslayar el debate, en dicho proceso de renovación se volvió a las “raíces” mismas de la identidad de la revolución francesa; era la búsqueda de mayor libertad, de mayor igualdad y de mayor fraternidad, se logra redimensionar y por tanto reivindicar la democracia como el espacio natural que constituye el verdadero horizonte a través del cual las fuerzas progresistas deben transitar y orientar su acción política, un horizonte que se busca, que se desplaza y que nunca se alcanza en plenitud; la democracia y su permanente desarrollo

Las fuerzas progresistas no hicieron de la necesidad fáctica, virtud ética, y por ello no se renunció a hacer posible lo necesario. Hacer real y plausible la lucha por el Estado Democrático y Social de Derecho, por la democracia deliberativa, por un nuevo proyecto de ilustración y por un orden internacional que evite el choque de las civilizaciones, que propicie el diálogo entre las culturas, y fomente, la cooperación internacional el multilateralismo y la Gobernanza Global.

La “esquizofrenia” del progresismo ha sido siempre su virtud, de ser políticos realistas pasamos a ser utópicos incontinentes.

Es en este contexto, en donde el proceso de renovación reflexiona sobre una determinada concepción de la Democracia. Como el eje central del debate y de la lucha contra la dictadura. Democracia, no sólo ya como el método a través del cuál los ciudadanos se pronuncian mediante elecciones libres sobre las distintas opciones políticas, sino que introduciendo la necesidad de una activa y constante implicación de los ciudadanos en la vida política con importantes dosis de igualdad y justicia social. Así, la Democracia la asociamos a un importante impulso ético, aquél que esta detrás de su dimensión normativa; el principio de igualdad política de todos los ciudadanos.

Esta dimensión social, consustancial al ideario progresista, es la que permite integrar en forma efectiva a la sociedad, a todos aquellos ciudadanos que sufren cualquier tipo de precariedad. No ya sólo mediante un Estado asistencial orientado a mejorar las condiciones de los más necesitados, sino tratando de poner en funcionamiento un sistema auténticamente redistributivo. Se trata en definitiva de acceder a una sociedad mucho más igualitaria y capaz de establecer una real igualdad de oportunidades.

No podemos negar que desde ésta concepción, la democracia se encuentra necesariamente entre la utopía y la adaptación. No puede darse nunca por satisfecha con una determinada configuración de sus instituciones y prácticas, siempre debe aspirar a una mejora e innovación en nombre de ciertos ideales. Pero tampoco puede ignorar las condiciones específicas en la que se está inserto; es deudora de una serie de circunstancias objetivas particulares, de un contexto concreto al que necesariamente ha de adaptarse y del cuál partir.

Esta fue la convicción política- ideológica con la que se afrontó la recuperación de la democracia en nuestro país

La Recuperación de la Democracia

Esta redimensión de la democracia no fue un proceso exclusivo de las fuerzas progresistas. De la incapacidad de la dictadura, para proporcionar una auténtica mejora en las condiciones de vida de los ciudadanos, –con la lógica ausencia de libertad y presencia de represión- se deriva la cada vez mayor participación, valoración y compromiso de la democracia por parte de los ciudadanos. Adentrándonos cada vez mas en un círculo virtuoso.

Ahora bien, no hay precedentes de ningún sistema democrático que no esté inserto en un sistema capitalista, y es evidente de la predisposición de dicho sistema económico a acentuar las desigualdades convirtiendo en un magnífico disolvente la imprescindible igualdad que nos reclama el ideal progresista. Y no sólo la igualdad, también la insoslayable integración normativa.

La lógica neoliberal había traído como consecuencia una disgregación de la cohesión social, por tanto y con todas las limitaciones habidas se contrarrestó con valores o sentimientos comunitarios concretados paulatinamente en políticas públicas capaces de soldar a los desarraigados y excluidos ciudadanos en torno a un proyecto común. Allí donde no es posible imaginar un “interés colectivo” distinto y por encima de los meros intereses individuales no cabe hablar de “sociedad” propiamente dicha.

El desafío de la Concertación de los partidos por la Democracia fue titánico.

¿Cómo fue posible consolidar la democracia bajo las inhóspitas condiciones de la pobreza, la desigualdad, la polarización, el desempleo masivo y la segmentación social?

Con todas las consecuencias derivadas de una mundialización económica y financiera en pleno apogeo; un creciente debilitamiento del Estado en donde cualquier apelación a lo público estatal se quedaba sin fundamento dado el derrumbamiento del estatalismo burocrático colectivista y la crisis del Estado de Bienestar; la incapacidad de cada sociedad para intervenir sobre su propio destino; su práctico sometimiento a los intereses del gran capital financiero; a la cada vez mayor interpenetración de intereses entre clase política y multinacionales. Todo ello, dentro de la ceguera ideológica impuesta por el “pensamiento único” neoliberal cuyo rasgo unificador y central es la glorificación de la impotencia.

La paulatina Crisis de la Política en la transición que lleva a la derrota electoral

La aproximación a la crisis de la política, no puede sino observarse desde una interpretación de los profundos cambios de escenario que a nivel mundial y nacional se han dado por una parte, y a los factores de crisis -endógenos- de los partidos como únicos mecanismos de representación de intereses ante los órganos de poder del Estado, como así también a la irrupción de una ciudadanía nacional y mundial cada vez con mayor conciencia de si misma por otra.

En el proceso de transición política se fueron manifestaron de manera creciente peligros que se han confirmando hoy con la derrota electoral de la Concertación.

A saber;

El debilitamiento del movimiento social, el parlamentarismo; el electoralismo y el personalismo

El fenómeno –generalizado a nivel internacional-, de ir abdicando de las señas de identidad propias para acercarse a las preferencias de los segmentos electorales que permiten acceder a la mayoría; de centrar la acción política sólo y/o exclusivamente en el campo institucional, abandonando por tanto, la movilización y la articulación social y de concentrar todas las acciones de los partidos progresistas en unos pocos líderes que asumieran la imagen y la referencia de éstos, ha traído también, una derrota generalizada de estas fuerzas precisamente en los momentos en que el modelo de la desregulación, y de la hegemonía de la economía sobre la política ha hecho crisis y de la cuál Chile no ha quedado exento.

Cuando hoy se habla tanto de la crisis de la democracia representativa y de la conversión de los partidos políticos en maquinarias electorales al servicio de unos líderes, habría que volver a reflexionar sobre dicha situación.

1. Uno de los aspectos centrales que caracterizan los cambios de época, es el paso de un clima de certidumbre y confianza social a su opuesto: la instalación de la incertidumbre y la desconfianza colectiva.

2. La ideología neoliberal no es una simple receta económica, conlleva un desplazamiento de la política por la lógica societal del mercado. Así, la política pierde su centralidad para ordenar el conjunto de la sociedad, y la estrategia neoliberal dominante, toma el mercado por el principio constitutivo de la reorganización social. En otras palabras; los principios propios de la racionalidad del mercado han adquirido preeminencia en todas las esferas de la vida social, incluyendo la política. Y son estas nuevas orientaciones, tales como la maximización de los beneficios privados, las que presionan sobre las bases normativas de la vida democrática, es decir, sobre las orientaciones del bien común.

3. La ruptura del sentimiento de identidad y de pertenencia a un proyecto común está mucho más referido a la crisis de valores colectivos. Es la lógica del “sálvese quien pueda”, algo que procede tanto del clima de incertidumbre colectiva que se apoya en el mantenimiento del ajuste económico, como de su cimentación ideológica -la propuesta neoliberal- lo que resquebraja la comunidad social.

4. El descentramiento de la política se ha acentuado con el proceso de elitización de los partidos, amparado éste con un supuesto impulso técnificador. Pero, también se ha producido una pérdida de solidaridad y cada vez hay mas hombres y mujeres que conciben su status en los partidos socialistas y progresista como una carrera muy individual. Hay cada vez más personas que piensan que no forman parte de un proyecto colectivo, que están en una carrera personal, en una carrera política individual. Es un poco toda esa reflexión de Galbraith sobre la “Cultura de la satisfacción”, como si fuera calando en los comportamientos de los compañeros y compañeras, y por desgracia, sobre todo, de los que van asumiendo responsabilidades en el partido o como hasta ahora, en la Administración.

La conclusión: se consolida el divorcio entre la clase política y la ciudadanía, entre la dirección partidaria y la militancia. Esta separación tiende a acentuar la percepción de que la política es poco confiable y poco ética.

5. Los estudios realizados al respecto, ponen de manifiesto la contradicción existente en los ciudadanos entre las opiniones sobre la política y las opiniones sobre la democracia. En términos generales, los ciudadanos consideran esta última como la mejor forma de gobierno, pero en cuanto a como hacerla funcionar, predomina una opinión fuertemente negativa. Ahora bien, eso no sólo se refiere a la calidad de las instituciones políticas, sino también al compromiso de la ciudadanía; son estos los primeros en desarraigarse del sentimiento de comunidad que es la base de la sana política.

6. Es en éste contexto de crisis de la política que hay que analizar la crisis de los partidos y en especial su incidencia en el socialismo chileno y circunscribir el debate, la organización, la reestructuración orgánica y el compromiso de una nueva dirección.

Hubiera sido imposible que nuestro partido -toda una institución- próxima a cumplir ya 77 años de historia se hubiera mantenido incólume en medio de esta crisis comunitaria o de proyectos colectivos de transformación. De allí, lo inconcluso de nuestro proceso de renovación y de praxis debemos adentrarnos hasta nuestras propias entrañas y reconocer -como antaño lo hicimos con el valor intrínsico de la democracia- la especificidad de las vicisitudes partidarias. El PS tiene mayor fuerza cuando impulsa y apoya a movimientos sociales que logran conectar con la sensibilidad de la época.

7. Reconocer por tanto, que las prácticas políticas y los diseños partidarios no se corresponden con las nuevas dinámicas de la sociedad, que precisamente la Concertación impulsó durante estos últimos 20 años. Que en éste nuevo escenario, se requiere de manera insoslayable de un cambio profundo, orientado primero que nada-, a robustecer la institucionalidad, la legitimidad y la praxis partidaria.

8. Entendámoslo bien, no es un proceso de renovación circunscrito sólo a la reorganización estructural partidaria, sino también, a la que corresponde al orden funcional y que debe responder a lo menos a las siguientes preguntas: ¿Cómo puede y debe responder el Partido Socialista a sus funciones de mediación con los poderes públicos; de representación de clase y de amplios colectivos sociales; de articulación de intereses sin menoscabar nuestra identidad ideológica; de comunicación política en la actual sociedad mediática; nuestra función socializadora para incidir en la cultura política de la sociedad y cimentar una fuerte subcultura propia; de movilización social frente a la depresión de las dinámicas colectivas, dada la crisis de liderazgo sociopolítico; de mantener en tensión toda la musculatura orgánica propia de períodos electorales sin que se relajen o atomicen una vez terminadas estas; de proveer con los mejores cuadros técnicos -porque la eficiencia no está reñida con la igualdad-; de cómo analizar y procesar los cambios que se suceden en la sociedad; de cómo fortalecer los valores éticos dentro del partido, mas aún cuando se avecina un largo camino como oposición en un contexto democrático, etc., en una sociedad cada vez más compleja y variable, en un contexto en el cuál ya no está caracterizado por la exclusividad de los partidos y en la que asisten nuevas expresiones organizativas de orden político.

Existe hoy una doble frustración del militante que ha perdido la esperanza de cambiar al PS desde dentro, pero que tampoco acaba encontrando su lugar en las otras orgánicas el cuál opta finalmente por abandonar la política activa.

Para terminar con las malas prácticas en la política debemos primero reivindicar el valor y el prestigio de la misma y para ello:

1.- Es necesario que los partidos se democraticen y asuman el pluralismo interno, de forma que a su vez sean capaces de contagiar democracia y pluralismo, cosa impensable si atendemos a lo que hay.

2.- Es imprescindible fomentar la tensión ideológica-moral. Tener una identidad ideológica puede conducir a la intolerancia (véase DS), a la exclusión y al fundamentalismo si ésta es una identidad acrítica e irreflexiva, pero puede ser también un camino para profundizar en una democracia deliberativa e impulsar una modernización reflexiva, es decir una ilustración de la ilustración.

3.- Debemos hacer más transparentes nuestras organizaciones de manera tal que los ciudadanos puedan participar de manera continuada y no sólo cada cuatro años

4.- Asumir la responsabilidad que han sido nuestras propias formaciones políticas las que en buena medida han contribuido a la desactivación de la esfera pública, la cuál se ha tendido a utilizar como mero escenario teatral en el que representar las confrontaciones políticas

5.- Es importante que quienes están en la política no dependan absolutamente para sus vidas personales y familiares de una forzosa continuidad y apalancamiento en aquella

A mi juicio estas son batallas imprescindibles si queremos tomarnos en serio este nuevo escenario para ser una oposición seria, viable con perspectivas de recobrar el camino perdido. De lo contrario, frente a los desafíos que se nos avecinan, la derrota recién sufrida no nos permitirá levantar el vuelo. El pasado nos comerá el presente y no nos dejará construir el futuro.

A nuestro juicio es éste y no otro, el desafío que nos debería convocar, con audacia y responsabilidad política, reafirmando convicciones de nuestros fundadores como elementos de continuidad y asumiendo desde la praxis concreta de la política elementos de cambio en nuestro acervo político. Y no veo razón alguna para no continuar asumiendo dicho impulso a éste proceso que si bien es cierto es permanente, con los tiempos y al día de hoy, es claramente deficitario.

El peligro de autodestrucción, atomización y/o paralización está presente, no concedamos una segunda derrota gratuitamente a la derecha.

El libreto para enfrentar estos y otros desafíos que vendrán, no está escrito, dediquémonos a escribirlo simultáneamente con la praxis y la reflexión.

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