Hablar de lo poscolonial en relación a los estudios latinoamericanos, es adentrase en la movediza franja entre categoría binarias del centro y periferia, dominante y dominado, imperio y colonias, opresor y oprimido, es decir, un amplio espectro de consideraciones, problemas y perspectivas que apuntan a una nueva configuración entre lo local y global, desde la óptica de la cultura, la identidad, la diversidad de pueblos y comunidades, en periodos de grandes mutaciones, de diásporas migratoria, de encuentros y desencuentros, entre quienes habitamos un continente en vías de superación, autonomía del saber y del otro del cual fuimos una vez colonias, en donde el peso de la historia, nos tiene aun en condición subalternalidad o bien de influjo imitativo.
Temas como multiculturalidad, transculturalidad, interculturalidad, devienen en espacio de reflexión crítica y problemas demarcatorios a la hora de de los estudios sobre la poscolonialidad, ya sea en ámbitos culturales, en las letras, en las obras de artes, en la crítica social, cómo asimismo, en lo simbólico. No está demás mencionar que la ascendencia de lo poscolonial encuentra su nexo de representación en lo que se denomina la posmodernidad y desde esta mirada es que tiene sentido adentrarse y reflexionar a partir de determinados textos señeros que nos van acompañar en este ensayo.
Entonces, lo que queremos resaltar es su condición compleja de estos conceptos o términos, visibilizando a partir de su análisis los problemas aún no resueltos, las diversas perspectivas que están en juego, los límites epistemológicos de los mismos, la alteridad entre los sujetos que interactúan con el significante.
LO POSCOLONIAL
El significado de lo poscolonial, se resignifica en relación con los discursos poscoloniales sobre la historia, el capitalismo, la cultura, el cosmopolitismo, que en una buena parte de la teoría social anglosajona -se trata de crítica literaria, estudios culturales, estudios de género, antropología- el término poscolonial se ha visto como una sustitución de lo posmoderno, del cual sin embargo es una derivación. El hecho que justifica esta apreciación puede sintetizarse de la siguiente manera: “si en los años inmediatamente posteriores al proceso de descolonización de la segunda posguerra, el término poscolonial se utilizaba para señalar el comienzo de un nuevo curso histórico de independencia formal de la “madre patria” en los territorios que habían sido colonias, hoy en día el uso de esta noción, que se encuentra estrechamente ligada a las perspectivas de autores como Edward Said, Homi K. Bhabha, Gayatri Spivak, Stuart Hall, Paul Gilroy, Arjun Appadurai o James Clifford, remite a otros significados. Sirva como ejemplo el hecho de que en los textos más recientes el uso de la expresión poscolonial indica o bien la condición histórico-social contemporánea de los sujetos y culturas –recuérdese expresiones como transnacionalismo, poscolonialismo, dislocación, descentramiento, fragmentación, hibridación-, o bien un enfoque crítico de la cuestión de la identidad cultural derechamente fundado sobre las premisas del posestructuralismo” (Mellino, 2008). Sobre esta discusión de la práctica significante de lo poscolonial volveremos con profundidad más adelante.
Lo que quiere significar el autor es que bajo el término poscolonial, pueden caber muchas cosas, pero no cualquier cosa, es decir, ha sido un ámbito confuso, diverso, matizado con muchos elementos, en fin, algo aún complejo y ambiguo, que necesita desatarse de muchas cargas en su proceso de configuración. Constituyéndose por lo mismo, este fenómeno en una de las pesquisas principales del trabajo y que Mellino se encarga de constatar de la siguiente manera:
“Se percibe de inmediato que el proceso de inflación del que ha sido objeto este término ha producido resultados contrastantes: si, por un lado, ha decretado su institucionalización en los departamentos humanísticos de muchas universidades en el mundo anglosajón, por otro ha vuelto la noción poscolonial tan elástica que se ha convertido en vaga y heterogénea, muy parecida a un “concepto contenedor” en cuyo interior pueden convivir perspectivas muy diversas entre sí.” (Mellino, 2008: 22)
Para Santos (2009: 340), poscolonialismo “es un conjunto de corrientes teóricas y analíticas, con fuerte implantación de los estudios culturales, pero hoy presentes en todas las ciencias sociales, que tienen en común dar primacía teórica y política a las relaciones desiguales entre el Norte y el Sur en la explicación o en la comprensión del mundo contemporáneo”. Tales relaciones fueron constituidas históricamente por el colonialismo y el fin del colonialismo en cuanto relación política no acarreo el fin del colonialismo en cuanto relación social, en cuanto mentalidad y forma de sociabilidad autoritaria y discriminatoria. Desde esta óptica se hace problemático saber hasta qué punto vivimos en sociedades poscoloniales. Esto es aún mayor para el conjunto de países Latinoamericanos que vivieron una larga tradición histórica de relaciones desiguales producto del colonialismo.
EL IMPERIO DE LO COLONIAL PARA UN MEJOR ENTENDIMIENTO DE LO POSCOLONIAL
Consideraciones necesarias y relevantes habría que hacerla sobre colonialismo o colonialidad, y a partir de esto, nos dé más pistas para adentrarse de manera crítica en lo que hoy se puede denominar poscolonialidad. Sobre el término colonialidad muchos pensadores empezaron a mostrar es que “el colonialismo no es solamente un fenómeno económico y político sino que posee una dimensión epistémica vinculada con el nacimiento de las ciencias humanas, tanto en el centro como en la periferia. En este sentido cabría hablar de colonialidad antes que de colonialismo para destacar la dimensión cognitiva y simbólica de ese fenómeno” (Castro-Gómez, 2005).
Casi todos los autores mencionados han argumentado que las humanidades y las ciencias sociales modernas crearon un imaginario sobre el mundo social del «subalterno» (el oriental, el negro, el indio, el campesino) que no solo sirvió para legitimar el poder imperial en un nivel económico y político sino que también contribuyó a crear los paradigmas epistemológicos de estas ciencias y a generar las identidades (personales y colectivas) de colonizadores y colonizados. Así, la colonialidad dista de ser un fenómeno colateral al desarrollo de la modernidad y el capitalismo, como pudieran pensar muchos intelectuales de raigambre marxista.
Como se ve en esta cita, se visualiza una señal para el entendimiento, problemas y límites de la colonialidad que permita llegar a elucidar la riqueza y por lo mismo, la complejidad de lo poscolonial desde las distintas miradas intelectuales.
Para Santos Boaventura de Sousa (2009), “la modernidad occidental es originariamente colonialista, todas sus luces de progreso sólo rigió en las sociedades metropolitanas, es decir, sociedades del centro de Europa. Las sociedades colonizadas fueron excluidas de esa dialéctica ilustrada y sólo pudieron “optar” entre la violencia de la represión y la violencia de la asimilación” más adelante Santos señala “desde el siglo XV el capitalismo no es pensable sin colonialismo, ni el colonialismo sin el capitalismo”. Esta aseveración tiene importancia para destacar que el capitalismo no puede existir en cuanto a relación social, sin colonialismo, es decir, sin colonialidad del poder y del saber. Para este autor, colonialismo es “el conjunto de intercambios extremadamente desiguales que establecen una privación de la humanidad en su parte más débil como condición para sobreexplotarla o para excluirla como descartable”. Lo que no puede hacer el capitalismo es existir sin poblaciones sobreexplotadas y sin poblaciones excluidas. Por lo mismo, nos conmina a poner atención en que no ha de confundirse capitalismo con colonialismo, tampoco se puede confundir la lucha anticapitalista y la lucha anticolonial o poscolonial, pero ninguna de ellas puede ser llevada con éxito sin la otra.
Se puede resumir, que el colonialismo como una condición de subalternalidad, y como factor explicativo de determinadas relaciones sociales, estuvo siempre vinculada con el capitalismo y que ambos fenómenos son parte integrante de la misma constelación de poderes y por tanto, es de la unicidad de los mismos, que se pueden explicar las formas de opresión y discriminación existentes en las sociedades coloniales.
Pues bien, cómo entonces la poscolonialidad se hace cargos de las distintas miradas y mecanismo de explicación del colonialismo y a partir de esto, ¿cuáles son sus puntos de conflicto, desafíos y límites de los estudios poscoloniales?, en relación a sus visiones dominantes u otras que están dentro de las opciones alternativas o de oposición, tanto de lo denominado posmoderno y poscolonial.
Una primera cosa que solapadamente debemos considerar que tras de lo poscolonial se signa un estadio de transformación de una etapa colonial, es decir, estaríamos en presencia de un ciclo histórico, que marcaría el término de una oprobiosa etapa de asimilación y represión del imperio a sus colonias. Si bien esto no necesariamente se puede desprender de los estudios poscoloniales dominantes desde la década del 60 en adelante, lo pos, siempre conlleva la superación de una fase anterior, no necesariamente en términos de desarrollo, pero si en términos epistemológicos.
La otra visión claramente explicitada en los estudios que dominaron el espectro de lo poscolonial guarda relación con problemas epistemológicos y ontológicos que se desprender de consideraciones de las perspectivas de diferentes autores. Por ejemplo: Valiéndose Mellino de la distinción efectuada por Richard Rorty en La Filosofía y el espejo de la naturaleza (1979) entre epistemología y hermenéutica, sostiene que el recurso a la noción poscolonial en la teoría social actual parece guardar dos valencias diversas: una de tipo epistemológico, que se aprecia en expresiones como “sociedad poscolonial” o “poscolonialismo”, donde el término aparece signado por objetivos que se podrían denominar como epistemológicos, ya que lo que se propone de fondo allí es un modo particular de definir los rasgos distintivos de un determinado estadio histórico: el de la contemporaneidad.
La otra valencia es de tipo ontológico. Podemos apreciarla en expresiones como “crítica poscolonial” o “teoría poscolonial”, donde la utilización de este término parece señalar lo que el autor define como una particular filosofía de la identidad, cuyo principal objetivo se encuentra representado por la deconstrucción de aquellos principios, valores y nociones que están en los cimientos de la identidad occidental moderna. Una buena síntesis de lo que significa recurrir a esta segunda acepción la entrega Ian Chambers (2001), para quien reclamar el término poscolonial en análisis cultural significa fundamentalmente un “síntoma de modificación histórica” de las posiciones “terrenas y diferenciadas en la articulación y en la gestión del juicio histórico y de las definiciones culturales. Es así que lo poscolonial se presenta como espacio teórico y político que busca socavar en el conocimiento occidental, entendido ya sea como disposición de disciplinas, ya sea como disposición histórica específica de la verdad” (En Mellino, 2008: 113-114).
De esta forma, para autores como Spivak o Bhabha, la particularidad de la crítica poscolonial reside precisamente en la tentativa de restituir al Otro aquella subjetividad sustraída por el colonialismo en todas sus manifestaciones, ya sean estas últimas de índole política, económica y/o discursiva. Es por esto que el autor rastrea la raíz de la crítica poscolonial entre los precursores de los black studies como W. E. B. Du Bois o Marcus Garvey, y en el anticolonialismo de pensadores como Frantz Fanon, Aimé Cesaire y C. L. R. James. La reflexión que extrae Mellino de toda esta constatación es que la segunda acepción o valencia de poscolonial parece primar por sobre la primera de ellas. Para esto Mellino se apoya que la dominante epistemológica es más propia de lo moderno y por tanto de la etapa del ciclo de las luces, en cambio, lo ontológico es propio del pensamiento posmoderno, en las artes y en la teoría social. De acuerdo a McHale, mientras que el pensamiento moderno se mostraba dominado por una instancia epistemológica, el posmoderno abandona casi por completo esta tentativa para concentrar la atención en los modos con los cuales el sujeto aprehende el mundo propio, en otras palabras, sobre las condiciones existenciales de la conciencia y el conocimiento humano. A partir de esto, Mellino afirma que en muchos autores poscoloniales el uso en sentido epistemológico de esa noción sirve para reforzar discursos y problemáticas de tipo ontológico y sobre todo para señalar el camino sobre una determinada concepción ético-política respecto de las dinámicas de las identidades culturales. Esto queda reflejado en la siguiente cita:
“En los discursos sobre identidades culturales, el uso en sentido ontológico de la noción de poscolonial tiene una finalidad, podemos decir, ideológico-política: la formulación y promoción de un “Multiculturalismo fundado en la idea de las identidades débiles” como estrategia de lucha ante toda forma de “racismo diferencialista” (Taguieff, 1988; 1997; Wieviorka, 1991), de “absolutismo étnico” (Gliroy 1993) o de “identidad tribal” (Clifford, 1997) y por lo tanto de toda reivindicación nativista (o neofascista) de una presunta pureza étnica natural y originaria.” (Mellino, 2008: 115)
De este modo, mediante la utilización del término ontológico de lo poscolonial se termina por robustecer una serie de premisas y presupuestos acerca de las dinámicas de las identidades culturales –antiesencialismo, hibridación, falta de fundamentos- más usados, por ser considerados ética o ideológicamente más “auspiciosos”, pero que finalmente no guardan relación con la experiencia social de los sujetos. Teniendo en cuenta que el problema de fondo es la no correspondencia teórica con el ámbito social, la explicación de esta situación pasa por la revisión de la relación de dos significaciones imaginarias sociales claves desde los sesenta a esta parte: prácticas discursivas y prácticas sociales. Como se sabe, sobre todo a partir del Foucault de La Arqueología del saber (1969), se establece que la práctica discursiva es una práctica específica que no reduce a ella todos los otros tipos de prácticas que exceden el plano del discurso. Pero por esto mismo, y de manera paradójica, esta relación entre lo discursivo y lo no discursivo genera un movimiento de reducción a un ámbito meramente discursivo a todos los restantes regímenes de prácticas. Es por esto que la explicación que buscamos debemos encontrarla en las reglas y propiedades, más debidamente instituciones, que gobiernan la práctica discursiva, para así entender ese giro que va de lo epistemológico a lo ontológico.
Se puede entender el paso de lo epistemológico (el estudio de las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas de determinado fenómeno) a lo ontológico (estudio de lo que es, de qué manera es y cómo es posible) y también el hecho de que Mellino y Loomba concuerden en atribuir como causa de la ambigüedad del término poscolonial a la naturaleza interdisciplinaria de los estudios poscoloniales, cuya variedad de enfoques, intereses y temáticas, vuelven, para los autores comentados, difícil la identificación de un objeto particular del discurso.
En síntesis, y a modo de una primera conclusión, podemos decir que lo Post, desde la óptica de estos autores, es una significación social imaginaria que oscila entre lo instituyente y lo instituido: aparenta generar nuevas significaciones y estadios para la institución de la sociedad, sin embargo termina sirviendo como una significación ambivalente y circular (recordemos el carácter casi celebratorio de lo poscolonial en algunas universidades del mundo anglosajón) de la creación que asegura la institución de la misma, convirtiéndose así en una artimaña discursiva fraguada por los centros de poder (centro-periferia). En otras palabras, la teoría poscolonial anglosajona no es suficiente para visibilizar la especificidad del debate latinoamericano sobre modernidad/colonialidad, ya que está teñida de dominio sobre lo que se debe entender como poscolonialidad no sólo desde Europa, sino, también desde Latinoamérica.
Autores como Santos (2009) frente a tal estado de cosas, se refiere al carácter oposicional de la concepción de poscolonial expuesta precedentemente, dichas reformulaciones entran en dialogo conflictivo con las versiones dominantes sobre el término. Un primer punto de conflicto tiene que ver con la versión culturalista de los estudios poscoloniales. “Si la investigación importante se queda solo relegada a los estudios culturales, análisis críticos de discursos literarios, subjetividades sociales, etc. estos pueden correr el riesgo de ocultar u oscurecer la materialidad de las relaciones sociales y políticas que hacen posibles, cuando no exigen, la reproducción de esos discursos, ideologías y practicas simbólicas”(Santos, 2009: 352). Es en la recuperación de la materialidad de la praxis, en donde Santos argumenta que “la presencia demasiado explicita de tradiciones euro céntricas en los estudios poscoloniales, como, por ejemplo, la deconstrucción y el postestructuralismo, contribuyen, a mi entender, un cierto desarme político de estos estudios. Por ejemplo, el énfasis en el reconocimiento de la diferencia sin un énfasis comparable en las condiciones económicas, sociales y políticas que garanticen la igualdad en la diferencia corre el riesgo de combinar denuncias radicales con pasividad práctica ante las tareas de resistencia que se imponen”(Santos, 2009:353).
Un segundo punto de conflicto, siguiendo la línea del autor portugués tiene que ver con la tendencia a privilegiar el colonialismo y la colonialidad como factor explicativo de todas las relaciones sociales, en este sentido, discrepa de Aníbal Quijano que considera que todas las formas de opresión de discriminación existente en las sociedades coloniales – de la discriminación sexual a la étnica y a la clasista -, fueron reconfiguradas por la opresión y discriminación colonial, la cual subordinó a su lógica todas las demás. El argumento que da Santos para evitar los a priori analíticos es que tanto el colonialismo y el capitalismo son parte integrante de una misma constelación de poderes y, por eso no parece adecuado privilegiar uno de ellos en la explicación de las prácticas de discriminación. Si ambos fenómenos son expresión concreta de opresión y por lo mismo de discriminación, ambos deben ser considerados en su justo equilibrio, en la comprensión o explicación de las realidades sociales que sufrieron los sujetos en el colonialismo. De ahí que considere errada que la critica poscolonial se centre más en la modernidad occidental que en el capitalismo que hizo posibles las bases de dicha modernidad.
Una tercera dimensión de conflicto tiene que ver con designar un poscolonialismo dominante que intenta universalizar la experiencia colonial a partir del colonialismo británico y de algún modo el poscolonialismo latinoamericano emergente procede del mismo modo, partiendo en este último caso del colonialismo ibérico. En ambos caso lo que se quiere ilustrar es el intento de universalizar a partir de dos formas colonizadoras de Europa como representantes en confrontación con el resto del mundo. “Ahora, no sólo hubo históricamente varias Europas como hubo y hay relaciones desiguales entre los países de Europa, incluyendo relaciones coloniales, como ilustra el caso de Irlanda. No solo hubo varios colonialismos, como fueron complejas las relaciones entre ellos, por lo que algo está errado si tal complejidad no se refleja en las propias concepciones del poscolonialismo”. (Santos, 2009: 354).
Aquí, lo que se trata no sólo poner atención en los diferentes colonialismo que se dieron en Europa, sino también en los diferentes procesos de descolonización que ocurrieron en diferentes continentes. En lo que respecta a Latinoamérica la descolonización de España a diferencias de otras experiencia en el mundo, acarreo entrega de territorios a los descendientes de Europa, aspecto que está bien marcado en la experiencias de los países del cono sur, por lo mismo, la concepción poscolonial desde Latinoamérica debe contemplar dichas diferencias e ir más allá del poscolonialismo en versión anglosajona. (La crítica del eurocentrismo que luego desarrollarán teóricos latinoamericanos como Dussel y Mignolo).
La tarea entonces, es dotar de contenido distinto a una concepción de poscolonialidad latinoamericana, en tanto continente que ya tenía algo que decir, como decir, y porqué, en otras palabras “pensar desde América Latina no es un pensar desde la nada, como si ese pensamiento empezara con nosotros», sino que «se trata de reapropiar críticamente todo lo que ha sido pensado desde siempre» es decir, reconocer una geo-cultura, que ya dotaba de sentido la cotidianeidad y por lo mismo, tenía toda una gama de manifestaciones que contribuyo a delinear lo que tempranamente se denomino Hispanoamérica. A la primera modernidad que bien Dussel señalaba que había ocurrido entre los siglo XVI y XVIII, que no sólo «aportó» al sistema-mundo mano de obra y materias primas, como pensó Wallerstein, sino, también, los fundamentos epistemológicos, morales y políticos de la modernidad cultural. Por tanto la visión eurocentra en su primera época, de vernos en torno al mito y la superstición, no es otra cosa que imponer la condición centro – periferia, que conlleva la carga ideológica de colonialidad del poder y de colonialidad del poder-saber.
Si aceptamos que la poscolonialidad es en sí misma, un estudio crítico de la cultura y significa entre muchos otros aspectos el estudio crítico de la identidad étnica de los actores de las diversas comunidades, en nuestro caso latinoamericanas, entonces, lo que cabe es significar desde dentro dichas críticas. No obstante, esto que pareciera ser obvio queda invisibilizado, dado que el fenómeno poscolonial va adquiriendo una cara obscura que no es otra cosa que el soporte que el imperio quiere darle, es decir, la sociedad global capitalista reacomoda sus piezas, entonces, nos seduce con lo posmoderno y su visibilidad a contra luz, que es lo poscolonial. Así como la colonialidad es la «otra cara» constitutiva de la modernidad la poscolonialidad es la contrapartida estructural de la posmodernidad y, en este sentido, lo que la poscolonialidad indica no es el fin de la colonialidad sino su reorganización. Poscoloniales serían, pues, las nuevas formas de colonialidad actualizadas en la etapa posmoderna de la historia de Occidente» (Mignolo 2002:228; cursivas añadidas).
La colonialidad del poder sigue existiendo, lo único que ha cambiado es en las distintas caras que se manifiesta, que son muy congruentes con la nueva etapa de capitalismo mundial, una producción posfordista y en base al conocimiento, a los nuevos agregados que hoy muchos denominan “desarrollo sostenible”, e ahí, que nuevamente el sur sea, como lo fue antiguamente, condición necesaria para la riqueza originaria del imperialismo de la época moderna, hoy es el espacio para la acumulación de riquezas en su fase neoliberal del capitalismo, explotando nuestros conocimientos tradicionales en base a una relación muy cercana con la naturaleza.
En este escenario actual, el nuevo imperio del capitalismo global que es mucho más pragmático, ve a nuestro continente como una fuente rica y diversa, para la industria farmacéutica, las investigaciones biogenéticas, la alimentación en base a transgénicos, etc., así mantener y aumentar su tasa de ganancia, dominación y explotación del capital humano y cultural de los países latinoamericanos.
En conclusión, invitar a pensar un poscolonialismo no subordinado al mundo occidental en toda su complejidad que esto significa, con las herramientas, el léxico y la materialidad propia de nuestra identidad forjada desde la diversidad, el mestizaje, el indio, el blanco, es decir, desde lo barroco que hay en todo su territorio, desde el rio grande hasta la Patagonia insular, desde el cabo de horno hasta México subregional. Para construir y desplegar en todo su espacio la globalización contrahegemònica que se ha ido desarrollando desde el sur en su extrema pluralidad. Un poscolonialismo de nuevo tipo, en cual todos los estudios, cualquiera que sea el tema de interés, serán también estudios identitarios, para reconocernos con mayor visibilidad y expresar en nuestra sociabilidad todo lo que hay de interculturalidad y de un nuevo cosmopolitismo a escala humana.
Bibliografía consultada:
- Castro, Gómez, Santiago (2005) La poscolonialidad explicada a los niños, Editorial Universidad del Cauca, Instituto del Pensar, Universidad Javeriana.
- Mellino, Miguel (2008), La crítica Poscolonial. Descolonización, capitalismo y Cosmopolitismo en los estudios culturales. Buenos Aires: Paidós.
- Santos, Boaventura de Sousa (2009), Una epistemología del sur: la reinvención del conocimiento y la emancipación social, cap. 8 “De lo posmoderno a lo poscolonial y más allá de uno y de otro”. Clacso ediciones, siglo XXI.