Guillermo Marín y Sebastián Rivera*
El Partido Socialista es un espacio de contradicciones. Desde fuera se ve al PS como un partido de izquierda, para algunos, anclado en el pasado, para otros, excesivamente renovado. Desde otras veredas, los socialistas -o como ingeniosamente algunos dicen “sociolistos”- son neoliberales, conservadores, autoritarios y sin una identidad ni práctica de izquierda. Para otros, el viraje hacia el centro llegó en buena hora, pues le permitió reinsertarse en el juego democrático y ser un importante aporte a la construcción de mayorías de centro izquierda con vocación de poder.
Estas visiones disonantes provienen en gran parte desde afuera: de aliados, adversarios u otros observadores. Lo curioso, dirán algunos, es que estas visiones tienen un correlato al interior del partido. Pues los hombres y mujeres pertenecientes a las filas socialistas muestran en su quehacer agudos y constantes dilemas. El socialismo chileno -en sus 80 años- ha sido sin duda un espacio, que tanto en su interior como para sus aliados, es un generador de grandes contradicciones.
Así es su historia. El PS se funda en torno a la unión de sectores de izquierda no comunistas. Fue un espacio de convergencia al que acudieron diversos movimientos: socialdemócratas, libertarios, de inspiración trotskista, universitarios, regionalistas, entre otros. Más adelante fue plataforma para que revolucionarios y reformistas dieran forma a sus proyectos políticos. La discusión entre los autoflagelantes y autocomplacientes, encontró a finales de los años noventa un fecundo espacio al interior del partido. Estos aspectos de su trayectoria explican en cierta medida lo contradictorio de este partido: El PS es un espacio que cobija y ha cobijado a los diferentes, manteniendo y regulando esas diferencias en una orgánica que contribuye a la permanencia de grupos y caudillos en su interior.
Los socialistas han sido clave para la formación de alianzas entre la izquierda y el centro político. Desde sus inicios impulsaron la idea de generar frentes electorales que lograran construir mayorías que permitiera a la izquierda alcanzar el gobierno. Ha sido un partido articulador, que ha tenido la capacidad de vincularse con los sectores más radicales de la izquierda chilena, como también, con el centro laico y cristiano. Ésta capacidad puede ser explicada, por la heterogeneidad política y social de su militancia, lo que le permite vincularse con diferentes actores y realidades de nuestro país.
Sin embargo, los riesgos de ésta diversidad no han sido inocuos. Así la presencia de estrategias en pugna llevaron al PS a una crisis en uno de los momentos más relevantes de su historia: El partido de Allende no estuvo –en su mayoría- con Allende. Tras el triunfo de la Unidad Popular en el socialismo chileno se produjo un sisma. La coexistencia de dos tesis que luchaban por alcanzar una hegemonía política en su interior llevó a la fragmentación de éste dejando de ser fuente de apoyo para el gobierno de Salvador Allende. La primera tesis conducida por Altamirano tenía como objetivo radicalizar las políticas de gobierno y generar las condiciones para una confrontación armada que llevaría –posteriormente- a la instauración de un régimen socialista como el de Cuba. Sin embargo, la admiración internacional del proyecto chileno estaba vinculada justamente por lo contrario: La vía chilena al socialismo era democrática y constitucional. La tesis de Allende fue minoritaria al interior del partido lo que llevo a éste a enfrentarse con sus propios compañeros de partido. Sin lugar a dudas, este fue uno de los episodios en que el partido y sus contradicciones afectaron la vida de sus militantes y del devenir de los socialistas chilenos.
Los años ochenta fueron otro momento en que los militantes volvieron a poner en discusión diversas interpretaciones, no sólo sobre el golpe del año 73, sino sobre que hacer con el partido y cómo debía derrotarse al régimen de Pinochet. El proceso de renovación que iniciaron, fundamentalmente desde Europa, Altamirano, Arrate y Núñez, entró en fricción con los sectores menos proclives a iniciar un proceso de renovación ideológica al interior del partido. Las interpretaciones realizadas por dichos sectores, por lo tanto, obtenían diversas respuestas. De este modo, las ideas socialdemócratas propias de los renovados, se encontraron con el rechazo de otros sectores, los cuales seguían definiendo al perfil ideológico del partido a partir de su adscripción marxista. El plebiscito del 88 también: mientras los renovados apostaron por sacar adelante el proceso electoral, los Almeydistas miraban con recelo el grado de legitimidad del proceso. La desconfianza que generaba que Pinochet reconociera efectivamente un resultado negativo en el plebiscito, provocaba legítimas dudas. La política de alianzas asumida por el PS desde finales de la década de los ochenta, también.
El Congreso de unidad a comienzos de los noventa y las tareas asumidas por destacados dirigentes tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, le dieron cierto aire de tranquilidad al PS, promoviendo una dinámica interna que encontró mayores niveles de cohesión. Las contradicciones en su interior, si bien no desaparecieron, fueron atenuadas como consecuencia de las nuevas dinámicas. Así, la configuración de sus distintos sectores, más o menos ideologizados, permitió cierto grado de cooperación entre las distintas fracciones. Si durante los años precedentes al golpe la dinámica fraccionalista fue disruptiva, los años que siguieron al congreso de reunificación, esta tuvo un carácter más bien cooperativo. En parte, las lecciones sobre el 73 y el papel del partido en el gobierno, se aprendieron.
Sin embargo, la consigna asumida en materia de derechos humanos por el presidente Aylwin de “avanzar en la medida de lo posible”, se extendió a otras áreas de política pública. La nueva institucionalidad política: con el sistema binominal, los senadores designados y los altos quórum para aprobar leyes relevantes, tampoco contribuyó mucho a avanzar en la medida que amplios sectores de militantes del partido hubiesen deseado. El avanzar de esta manera, se impuso no sólo como un relato, sino que también como una práctica política y como un presupuesto normativo.
De este modo, aparecían hacia finales de los años noventa dos almas –que se agregaban a las ya existentes- en la concertación: los conocidos como autocomplacientes y autoflagelantes, en donde estos últimos mostraban una mirada más crítica sobre los fracasos y, particularmente, los logros de los dos primeros gobiernos de la concertación. En el PS, la situación no era distinta a la que vivía la coalición. Y así, como había ocurrido con el partido en otros momentos de su historia republicana, aparecieron nuevas contradicciones en su interior. Aunque no tuvo la intensidad ni el dramatismo de otras disputas de carácter interna, volvió a revelar la que el PS no es un partido monolítico. La coexistencia entre autoflagelantes y autocomplaicientes agregó un nuevo elemento a la ya histórica diversidad existente al interior del PS. Aunque con el paso de los años, estas dos visiones no han desaparecido, tendieron a aminorar debido a que varios de sus principales dirigentes, renunciaron a su militancia política, ya sea para emprender proyectos electorales personales o integrarse a otras fuerzas políticas.
Con el fin de ciclo político que significó la derrota de la coalición, el PS vuelve a enfrentar el desafío de resolver sus contradicciones internas. La caricatura de esta nueva antítesis es el procedimiento en virtud del cual modificar el actual diseño constitucional. Uno de sus más altos dirigentes ha manifestado su oposición a una asamblea constituyente, cuestión que es respaldada por decenas de militantes. Otros abogan por una constituyente. Más allá del contenido político o jurídico de esta discusión, lo relevante es que ésta devela distintas estrategias sobre cómo enfrentar los desafíos de un nuevo ciclo político como coalición y cuál es la posición del partido. El PS vuelve enfrentar contradicciones en su interior, y aunque a algunos observadores les parezca alarmante e intenten sacar ventajas políticas y electorales poniendo en duda el grado de coherencia y cohesión del partido de la candidata con más probabilidades de alcanzar la presidencia de la República, olvidan algo esencial y que hoy es uno de sus principales activos: El PS chileno es un partido de contradicciones, pluralista y heterogéneo. Y a pesar que es menester de algunos transformar a éste partido en uno pequeño y homogéneo. Sepan ellos que luchan contra el ADN del socialismo chileno.
*Sebastián Rivera es Cientista Político de la Universidad Alberto Hurtado, estudiante del Magister en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos en la misma universidad. Actualmente se desempeña como investigador en el CED.
*Guillermo Marin es Cientista Político de la Universidad Alberto Hurtado, estudiante del Magister en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos en la misma universidad. Actualmente es Coordinador de Contenido de la Revista Nuevociclo.cl
Interesante trabajo….es dificil entender la variedad ideologica del PS, es debilidad, por unlado, pero capcidad de adaptacion social e historica, por otro.
HabrÃa que agregar que también el PS es latinoamericanista, diverso en su composición social y con una alta dosis de afecto electoralista.