Sebastián Bastías Arias, Doctor (c) en Filosofía Política.
Revista Ballotage.
Sencillamente me es difícil hacer algún tipo de introducción a lo que quiero narrar, y en lo posible analizar, para que, pedagógicamente comprendamos que en todo acto político existe la “búsqueda” de alterar las conductas, y no sólo las conductas, sino inculcar elementos de carácter ideológico en “ese acto político”. Así es posible el darse cuenta que cada “discurso público” es un discurso que busca ideologizar al “público”, valga la redundancia, explicar y actuar en pos de la defensa de “tal política”. Así también existe el discurso político más “camuflado”, ese que quiere decir algo pero por medio del eufemismo, de aquello que no dice, de aquello que “huele bien”, aunque sabemos que sólo es para esconder el olor a “podrido” de la omisión y de quienes son lanzados al margen de un proyecto de país.
No hay que ser un erudito para ver que el discurso ideológico de la Alianza no puede incluir la existencia de una educación gratuita –y de calidad- sin entrar en contradicción con sus concepciones de libertad, ligados a principios liberales radicales, que convierten a todo como “parte del mercado”. Es así, de una u otra manera, cuando el presidente Sebastián Piñera inauguraba la sede Duoc San Joaquín -en el 2011- y señalaba “la educación es un bien de consumo” no estaba diciendo nada nuevo, sino que estaba desnudando el eufemismo constante bajo el cual se había camuflado la ideología más brutal bajo la cual ha actuado el concepto de “libertad” que han tratado de crear en el país; convertir todo en un bien de consumo sin límite alguno –social, económico o medioambiental-. Todo es cancha y se puede “jugar” en todas partes, dicen que no es ideología –siendo la ideología más radical que puede existir- el convertir la ciudadanía en algo que puede tener grados, grados de consumo de la ciudadanía, la ciudadanía como consumidor. A mayor capacidad de consumo, mayor son los niveles de educación o salud a los cuales puedes acceder –que son derechos básicos- y por ende mayores niveles de “dignidad” o “respeto” social que puedes obtener por acceder a esos derechos que, obviamente, se convierten en derechos restringidos, pero universales, es decir “puedes acceder a ellos si tienes la capacidad económica para pagarlos”. Los derechos son para todos, pero como son parte de los “bienes de consumo” debes de pagar por ellos. Un concepto de “libertad” basado en principios económicos no es un concepto neutral, sino que “se debe” a una concepción donde el hombre es “tal hombre, con tales principios éticos o morales”, una concepción antropológica se esconde en ella, y en este caso el “dividir” la “capacidad de ser ciudadano” jerarquizándolo por la capacidad de “consumo”.
A mayores recursos mayor educación, mejor salud o un aire “más limpio”, más ciudadanía plena ¿para qué cambiarla? A menores recursos una salud colapsada, una educación que crea “mano de obra barata” y un hedor a podrido por fábricas y vertederos donde los reclamos no son escuchados ¿para qué ser ciudadano? Una ciudadanía marcada por la capacidad de consumo, ciudadanos que son tales en la medida en que son capaces de “consumir derechos”, y no ser un gasto… los que “son un gasto” deben ir a los márgenes, a la periferia, a la omisión social, al olvido. Una dignidad de primera, de consumidores, y una dignidad “de segunda”, de aquellos que pueden o no quieren “consumir derechos”, sino que los exigen sin entregar beneficios económicos a un sistema cuyo fin es que todo -absolutamente todo- sea un “bien de consumo”.
El “Recetario de Lavín” no responde a un capricho culinario ni a un menú al “alcance de todos”; este “recetario” es señalar eufemísticamente, para que no suene “brutal”, que realmente el pobre debe aceptar, agachar la cabeza, y reconocer que en un país donde existe el “pleno empleo” y donde la economía crece “por sobre las expectativas”, él no tiene lugar ni espacio para ser parte de la celebración, sencillamente no gana nada. No tendrá mejoras en salud, ni en educación, ni en ingresos, como tampoco a la hora de comer. Lisa y llanamente él no cuenta en la medida en que no pueda consumir aquello que son – en esencia- “derechos”.
Es por ello que puede sentirse feliz por Chile, por su economía y su “desarrollo”, pero siempre “a lo lejos”, una sonrisa lejana que lo hace partícipe de Chile pero sin ser parte del “crecimiento de Chile”. Charquicán digno y feliz para cada uno de los que les guste el charquicán y que pueda pagarlo, charquicán “sin carne” para el pobre y el que no pueda pagarlo. Lo siento, no todos tenemos la misma dignidad como “ciudadanos” en este país en constante crecimiento, algunos tendrán que conformarse con su “ciudadanía” “de segunda”, con su salud “de segunda”, con su educación “de segunda”, con su seguridad “de segunda”, con su previsión “de segunda”. Celebremos todo esto con unos ricos “porotos sin riendas” que es “casi igual” que el que comen en aquellos lugares que sí forman parte de Chile, pero “sin riendas”, un plato digno en cualquier mesa de Chile pero “sin riendas”, que no es otra cosa que decir, que alterado algo en su “esencia” sigue siendo lo mismo. Que gran error, pero compartido en educación, seguridad, salud, medioambiente, etc. Derechos de segunda para algunos, pero “si usted puede pagar…”
La dignidad a la hora del almuerzo no depende de la concepción de “ser humano”, depende de la capacidad económica del consumidor, del ciudadano. No todos tienen “derecho” a ser parte del Chile feliz, no todos tienen derecho a un “charquicán con carne”, algunos sencillamente no forman parte del Chile que nos quieren mostrar… a ellos va el recetario, a los que no forman parte del Chile que quieren dibujar; ese país donde la compra de derechos garantiza la existencia de “esos derechos”; derechos comprados, consumo.
Lo siento, sigan teniendo pésima atención de salud, sigan respirando el hedor de vertederos, sigan comiendo un rico plato que debe tener carne… pero que no la tiene; esa es la conclusión del “Recetario”. Volver “digno” aquello que no lo es, o que para el resto de Chile no tiene dignidad alguna, pero que poco importa ahí donde el “ciudadano” sólo lo es en sus derechos mermados y su capacidad de “consumo” limitada. Ciudadano que no consume no ayuda a la ciudadanía, no consume derechos, los exige… y eso no ayuda en nada a la economía.
La carne es muy “cara” para ustedes, al igual que la educación. ¿Quiere educación sin calidad? ¿Quiere charquicán sin carne? Ahí lo tiene al alcance de todos. ¿Quiere carne en su charquicán y calidad en su educación? Pague… sino confórmese con el “sucedáneo”, esa ciudadanía omitida por el Chile que nos quieren pintar.
Publicado originalmente en Revista Ballotage, abril de 2013.