Liderazgo y programa

Ernesto Águila

¿Cuáles serán los ejes programáticos de las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2013? ¿Cuál será su clivaje principal? Si la política es siempre, antes que nada, una lucha por definirla –quienes la hacen, con qué medios, en torno a qué ideas—este será a corto andar el primer gran campo en disputa.

Un primer tema será justamente precisar la importancia que tendrá lo programático en la campaña. O dicho de otro modo, qué tan dispuestos estarán los candidatos presidenciales a suscribir de manera explícita sus compromisos de gobierno frente a la ciudadanía. En algunos círculos ronda la peregrina idea de que el liderazgo carismático de los candidatos –particularmente de Bachelet y Golborne- permitiría soslayar un debate profundo y preciso en materia programática; que sería posible, en el campo de las propuestas, manejarse en ese impreciso y perezoso reino del “si bien es cierto no es menos cierto”.

La idea de que el liderazgo y el carisma reemplacen el programa en lugar de que estos sirvan para difundir y potenciar los proyectos políticos, resulta poco republicana y por suerte poco viable. Es difícil imaginar que esta idea pueda ser aceptada por el ciudadano más crítico y escéptico de hoy –no estamos frente al ciudadano traumatizado y quizás por ello más crédulo de comienzos de los 90-. Por otra parte, esta subvaloración de lo programático revela una concepción de la política que la reduce al ejercicio de alcanzar y administrar el poder estatal en desmedro del esfuerzo de representar y procesar la conflictividad  social.

Una vez reconocida la importancia de que el voto sea programático (algo que no ocurrirá sin conflicto en la campaña de Bachelet) cabe preguntarse: ¿cómo se construye el programa?, ¿quién lo hace?, ¿el candidato?, ¿los partidos?, ¿qué rol jugarán los movimientos sociales? Un reciente viaje a Magallanes me permitió constatar que la ex presidenta Bachelet  puede triunfar con mucha holgura en esa región, pero que le espera un extenso petitorio social y regionalista elaborado por un sector de la dirigencia que encabezó la “guerra del gas” en 2011, y que aspira a que este sea asumido por la futura candidata. No tendría por qué ser diferente en otras regiones y que la misma situación se repita con el movimiento estudiantil, los ambientalistas, los trabajadores, entre otros sectores. Se puede decir que no a algunas o a muchas de estas reivindicaciones, pero será muy difícil para la centroizquierda no pasar por este ejercicio de participación ciudadana.

Los partidos debieran involucrarse activamente en este proceso de construcción social del programa en lugar de intentar retrasarlo o escamotearlo. Sin dicha participación amplia será poco creíble lo que ya se visualiza como uno de los principales mensajes de campaña: pedir el voto de los ciudadanos con el fin de obtener en las elecciones parlamentarias los doblajes necesarios para terminar con el binominal y hacer que el programa no quede bloqueado en términos legislativos. La inscripción automática y los recientes resultados municipales generan una cierta expectativa de que esos nuevos doblajes son posibles. Sin embargo, para ello se necesita recomponer  el fracturado vínculo entre sociedad y representación política, como quedó en evidencia con la alta abstención en la elección municipal pasada. Una elaboración participativa y social del programa podría ser un primer paso en la reconstrucción de esas dañadas confianzas.

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Comments

  1. Me parece que un balance entre candidato y programa,es lo más realista en el estadio político que atrevesamos actualmente en el país. El programa y después el candidado o a la inversa, sólo nos lleva a escamotear lo principal e importante, de aquello que sólo son luces en la alfombra de los que siempre han estado en el encuadre de la política chilena.

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