Un veterano de la generación de los 80 me dice con cierto melancólico ingenio: “Hemos perdido una guerra pero no la batalla” mientras reparte a la salida de un supermercado unos volantes a favor de la candidata a alcaldesa de Providencia, Josefa Errázuriz.
Entre la izquierda chilena y las elecciones ha existido históricamente un “romance nervioso”. Por un lado, éstas han sido miradas con cierta desconfianza e incluso desdén, tal vez por su simpleza y falta de glamour revolucionario. Incluso en los períodos de mayor exaltación retórica se llegó a hablar de “cretinismo electoral”. Por otro lado, la historia y el ascenso de los sectores populares y medios en nuestro país han estado marcados por grandes momentos electorales: el principio del fin de la “república oligárquica” con la elección de 1920; el triunfo del Frente Popular de 1938; las cuatro campañas presidenciales de Allende, hasta su triunfo en 1970. No deja de ser sintomático que la dictadura haya concluido con un acto electoral, el plebiscito del 88.
Se debe, eso sí, reconocer que esos grandes momentos electorales estuvieron precedidos de importantes luchas sociales y culturales. Es incomprensible la elección del 20 sin la irrupción en las dos décadas anteriores de la “cuestión social” y del movimiento obrero organizado; el triunfo de Allende el 70 sin la creación de la CUT en los 50 y el ascenso de los movimientos sociales y generacionales de los 60; el triunfo del NO del año 88 sin las protestas del 83-86. En rigor, esas grandes jornadas electorales han venido a resumir o acrisolar una energía social fraguada previamente.
¿Hay una “vía electoral” para salir de la actual crisis de representación del sistema político? ¿Puede ser la presidencial de 2013 uno de esos grandes momentos electorales de nuestra historia aprovechando la inédita popularidad de la ex presidenta Bachelet? Difícil saberlo, existe demasiada desconfianza flotando en el ambiente. En lo inmediato hay una elección municipal que tendrá como padrón a todos los chilenos mayores de 18 años y que no se rige por el sistema binominal: es uninominal a nivel de alcaldes y proporcional a nivel de concejales. Por otro lado, se ha planteado un proyecto de “cuarta urna” para el 2013, emulando la elección colombiana de 1990 y el “movimiento de la séptima papeleta” impulsado por los estudiantes de ese país y que dio paso a una nueva Constitución Política.
Cuando hoy se habla de rescatar las memorias de las luchas sociales y políticas de los sectores populares dentro de una nueva historiografía chilena, se suele pasar deliberadamente por alto los procesos electorales y el aprendizaje social allí acumulado. Lo que resulta no solo parcial sino que desconoce el rol de la dimensión electoral en los procesos de transformación en América latina en la última década. La póstuma e impensada batalla que terminó ganando Allende fue que su incomprendida “vía institucional” terminó por transformarse en el referente teórico del conjunto de la izquierda latinoamericana, tanto de sus corrientes revolucionarias, populistas o reformistas. El voto, unido a la organización y movilización de la sociedad civil, no solo no ha sido un impedimento para producir transformaciones en América latina en los últimos años sino que se ha constituido en la vía principal para lograrlas.