Ernesto Águila, Director Ejecutivo Instituto Igualdad.
La unidad de la centroizquierda (o de una alianza entre el centro y la izquierda si se prefiere) parece una necesidad política difícil de controvertir en un país donde existe una derecha con un piso duro electoral de un 40% y que posee un incontrarrestable poder económico, mediático y cultural. La derecha chilena es posiblemente las más fuerte, ideológica y sofisticada de América latina. No obstante, para esta derecha conquistar mayorías electorales ha sido históricamente esquivo, en parte por errores propios y también por una cierta sociología electoral levemente inclinada hacia la izquierda que ha persistido en buena parte del siglo XX hasta nuestros días.
Desde el retorno de la democracia hasta la elección presidencial pasada la alianza política hegemónica (no la única) dentro de la centroizquierda fue la Concertación. En torno a dicho bloque histórico se articuló una mayoría política y social que logró derrotar a la derecha en cuatro elecciones presidenciales consecutivas. No es del caso hacer el balance de ese período, sin embargo, hoy por hoy, parecen ser ciertas dos cosas: la primera es que la Concertación ya no posee la densidad política y social suficiente para articular un proyecto de centroizquierda mayoritario; la segunda es que difícilmente la derecha será derrotada en las próximas contiendas electorales de 2012 y 2013 si no se articula un acuerdo amplio entre la izquierda y el centro.
La ecuación a construir no es simple. Los persistentes “tres tercios” de la política chilena no pesan hoy lo mismo: el “tercio” mayor lo ostenta la derecha, el del medio una izquierda dispersa y el “tercio” menor el centro, representado por la DC. Este desequilibrio se traduce, por un lado, en un centro político que ve como una amenaza a su supervivencia la unificación de la izquierda y, por otro, una izquierda que duda –más bien el que duda es el PS- si una reedición de un eje socialista-comunista no terminaría por arrojar a la DC a la vieja tesis del camino propio o bien a un pacto con RN (cuya “primera piedra” supo poner con astucia Carlos Larraín en el acuerdo con la DC sobre cambio al sistema electoral y al régimen presidencial).
La centroizquierda dio un paso importante al construir un acuerdo en torno a candidatos únicos a alcaldes, pero no fue capaz de generar una lista única de concejales, lo que acentuará la competencia entre sus fuerzas en ese nivel. El riesgo es que la cooperación necesaria y de mutuos apoyos que se requiere a nivel de alcaldes se debilite por una competencia encarnizada a nivel de concejales. Las dos fuerzas que mayores riesgos electorales corren en este esquema son, sin duda, el PC y el PS. El primero porque la competencia y la desconfianza puede terminar debilitando el apoyo del voto de centro a sus candidatos; el segundo porque su fidelidad al pacto con la DC puede terminar siendo castigada por el voto de izquierda. Un triunfo de la derecha en las próximas elecciones municipales, para nada descartable en un esquema de fragmentación y de predominio de la competencia por sobre la cooperación en el interior de la centroizquierda, puede significar un vuelco en el escenario político y ser el punto de inflexión para un rearme exitoso de la derecha con vistas a las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2013.