Por Ludolfo Paramio, Politika.cl.
Las imprecisiones conceptuales resultan hasta cierto punto previsibles e inevitables en los análisis de las ‘clases medias’, ya que se engloban en ellas personas con posiciones muy distintas en la estructura productiva, a las que se supone unificadas por su identidad social (estatus) o por el nivel de ingresos, dejando en segundo plano las diferencias educativas y culturales. Cuanto mayor es la voluntad de darles un perfil con la información empírica existente, mayores son las dificultades para lograr un enfoque analítico conceptualmente coherente.
Pero para esbozar una sociología política de las clases medias puede ser fundamental una distinción entre las clases medias en su relación con el Estado. La pequeña burguesía tradicional teme los impuestos y la inflación, y sólo en un segundo momento depende de la protección del Estado para evitar que el mercado la desplace, especialmente frente a la competencia de los grandes comerciantes o de las importaciones, en el caso del pequeño campesinado. Pero las clases medias profesionales, asalariadas o no, mantienen una relación de dependencia mucho mayor respecto a las políticas públicas.
Esta dependencia no se refiere sobre todo a su nivel de renta en un momento dado, como en el caso de la pequeña burguesía tradicional, sino a la posibilidad de reproducirse, a la posibilidad de transmitir su estatus y sus niveles de renta a los hijos. Para las clases medias caracterizadas por el nivel educativo y el estatus profesional, es necesario que el Estado les ofrezca la posibilidad de dar una educación de nivel alto a los hijos, y que la economía cree los puestos de trabajo adecuados para ese nivel educativo. En ambos sentidos la acción del Estado (las políticas públicas) puede resultar decisivo, y eso puede llevar a clases medias a movilizarse en defensa de sus aspiraciones de futuro.
La hiperinflación en algunos países, y la destrucción de empleo a consecuencia de la crisis de la deuda golpearon fuertemente a las clases medias latinoamericanas. Los planes de ajuste y las medidas previstas en el Consenso de Washington acentuaron este proceso en varios sentidos. Las privatizaciones —normalmente acompañadas de recortes de plantilla— y el redimensionamiento del Estado no sólo supusieron en muchos casos la pérdida del ingreso regular sino también la pérdida del acceso a la sanidad y a otras formas de protección social ligadas al empleo formal.
Klein y Tokman (2000) estimaron que entre 1980 y 1999 la informalidad había pasado del 40,2 al 48,5% de la población empleada en la región. Si definimos la clase media en función del poder adquisitivo y no del tipo de actividad —es decir, si incluimos en la clase media a los asalariados cuyo ingreso familiar es claramente superior a los niveles de pobreza—, la pérdida del empleo formal y de la protección social asociada puede haber significado una fuerte disminución de las clases medias en la región.
En Argentina, una sociedad en la que durante los años de Perón se expandió y consolidó una amplia clase media, Minujín y Kessler (1995) hablaron de nueva pobreza para describir las consecuencias de esta pobreza. La novedad de esta pobreza no se refería tan sólo a que afectaba a hogares que anteriormente no eran pobres, sino a sus diferentes niveles de educación y cultura, a su autopercepción como clase media en dificultades, a su negativa a aceptar la pérdida de su estatus social anterior. Los nuevos pobres se aferraban a su identidad social aunque hubieran desaparecido las condiciones económicas en que aquella se había asentado, y trataban de mantener su diferenciación cultural incluso en las pautas prioritarias de consumo y a pesar de las restricciones a las que se veían sometidos.
Evidentemente esta clase media empobrecida era una parte muy significativa de lo que podríamos llamar los perdedores en el cambio de modelo económico. Pero también lo eran quienes permanecían asalariados en los niveles medios y bajos de un sector público que no sólo había disminuido en su peso cuantitativo, sino también en sus niveles de prestigio y de remuneración. Quizá el mejor ejemplo lo ofrezcan los maestros de enseñanza primaria y secundaria, desbordados por la falta de inversiones y los bajos ingresos frente al número creciente de estudiantes.
Junto a estos perdedores —expulsados del empleo formal o bien con ingresos y prestigio menguante— también hubo una clase media ganadora con el cambio de modelo. El nuevo dinamismo económico desatado por las reformas estructurales de la primera mitad de los años noventa creó oportunidades para profesionales por cuenta propia y asalariados de los sectores beneficiarios del modelo económico abierto. En Argentina, además, la estabilidad monetaria creada por la paridad del peso con el dólar se tradujo en euforia por la artificial capacidad adquisitiva ganada.
Así, el escenario a finales de los años noventa era el de una clase media que había perdido peso, dando lugar a unos nuevos pobres procedentes de ella, y que por otra parte se había escindido entre perdedores y ganadores dentro del nuevo modelo económico. En muchos casos la escisión era además física, ya que los ganadores cambiaban de residencia, desde los viejos barrios de clase media hacia suburbios residenciales y barrios cerrados, con seguridad privada y servicios propios, y desde luego optaban por la sanidad privada y por la enseñanza privada para sus hijos (Svampa, 2001).
Sociológicamente esta escisión no sólo reflejaba la aparición de lo que podemos llamar una clase media globalizada, más próxima a sus equivalentes de otros países que a la vieja clase media de los suyos, sino que también reforzaba el declive de la clase media ‘perdedora’. La salida de la clase media ganadora disminuía el valor inmobiliario de los viejos barrios, su actividad económica y su seguridad y servicios públicos. Y a la vez creaba una división sociológica que puede ser un factor decisivo en la erosión de la confianza interpersonal y del capital social.
Lo que ha cambiado en la década pasada es que ha aparecido un tercer tipo de clase media, unas clases medias emergentes a partir de la pobreza. Entre 1990 y 2007 se estima que en los diez países estudiados por la CEPAL (Franco, Hopenhayn y León, 2011), que suman el 80% de la población de la región, el número de hogares de clase media aumentó en 56 millones, y en países como Brasil y México más que se duplicó.
La posible movilización de las clases medias por sus aspiraciones de futuro frente a los gobiernos que las amenazan plantea preguntas interesantes sobre la posible consecuencia de la fuerte emergencia de clases medias en América Latina durante la década pasada. A corto plazo puede darse un clima de optimismo compartido por las clases medias tradicionales y las emergentes, si las primeras no ven en peligro su estatus y las segundas experimentan su ascenso social como la realización de sus máximas aspiraciones.
Este parece haber sido el caso brasileño tras los gobiernos de Lula da Silva. Por una parte, las clases medias emergentes vinculan su ascenso con la acción del gobierno, muestran actitudes más favorables a la política democrática, y en particular expresan un fuerte apoyo al PT (Tavares de Almeida y Nunes de Oliveira, 2010). Por otra, las clases medias asentadas no sólo no se sintieron amenazadas por las políticas de Lula, sino que comparten la euforia por los avances económicos y sociales que han acompañado sus gobiernos.
Sin embargo, a medio plazo se presenta el problema de la sostenibilidad de las aspiraciones de las clases medias emergentes. Quizá el primer ejemplo sea en 2011 el conflicto sobre los precios de la educación —pública y privada— en Chile. El que haya aumentado de forma espectacular el número de estudiantes universitarios de clase media ha llegado a plantear un problema, ya que los precios de la enseñanza universitaria son muy altos para el poder adquisitivo de las familias y los créditos para financiar estos estudios son caros. Surge así una demanda social de bajada de los precios y de extensión de la enseñanza pública gratuita.
La parte más visible del conflicto puede ser la referida a la enseñanza media y superior, pero el origen último del conflicto podría estar en la absoluta insuficiencia, cuantitativa y cualitativa, del sistema público de enseñanza primaria. Así como las clases medias asentadas consideran intocable la enseñanza privada en la que ven la condición necesaria para transmitir su estatus a sus hijos, es inevitable que las clases medias emergentes demanden un sistema público gratuito y de calidad, y rechacen verse abocados a un sistema privado o público, pero en todo caso de precios altos, que amenaza con hacer inviables sus nuevas aspiraciones.
Aunque las circunstancias sean tan distintas, es sugerente el paralelismo con el desafío que las nuevas generaciones latinoamericanas plantearon al sistema educativo de comienzos del siglo pasado en torno a la reforma universitaria. Como entonces, el éxito del crecimiento económico condujo a una expansión de las clases medias, pero a su vez estas nuevas clases exigieron representación política y sus hijos chocaron con un sistema educativo que no se adaptaba a sus aspiraciones y demandas.
Fotografía: http://www.distintaslatitudes.net
Referencias
Franco, R., Hopenhayn, M., y León, A. (2011), “Crece y cambia la clase media en América Latina: una puesta al día”, Revista de la CEPAL 103: 7-26.
Klein, E., y Tokman, V. (2000), “La estratificación social bajo tensión en la era de la globalización”, Revista de la CEPAL 72: 7-30.
Minujín, A., y Kessler, G. (1995), La nueva pobreza en la Argentina, Buenos Aires: Planeta.
Svampa, M. (2001), Los que ganaron: la vida en los countries y barrios privados, 2ª ed., Buenos Aires: Biblos, 2008.
Tavares de Almeida, M.H., y Nunes de Oliveira, E. (2010), “Nuevas capas medias y política en Brasil”, en L. Paramio, comp., Clases medias y gobernabilidad en América Latina, 103-118, Madrid: Pablo Iglesias.