Iole Iliada, Secretaria de Relaciones Internacionales del PT.
Para analizar la situación de Brasil, es necesario tener en cuenta la coyuntura internacional, marcada por una gran inestabilidad política y económica, en razón sobre todo de la actual crisis del capitalismo. Esta crisis se agrava en este momento en Europa, como consecuencia de las medidas tomadas para detener sus primeros efectos, sentidos en 2008. Nuestra evaluación es que la crisis internacional proseguirá todavía por un largo período, y sus consecuencias serán graves y profundas.
En América Latina, sin embargo, los efectos de la crisis han sido bastante más amenos, gracias al modelo distinto adoptado por los gobiernos de izquierda y progresistas presentes en gran número de países de la región, que han logrado obtener índices relativamente altos de crecimiento, combinados con una mejor distribución del ingreso y una disminución de la pobreza. En dicho modelo, el Estado y sus políticas económicas y sociales cumplen un papel fundamental.
Podemos decir, entonces, que hay en el mundo una disputa en curso entre dos modelos político-económicos distintos: de un lado, un modelo que conserva la esencia del neoliberalismo; del otro, un modelo que recupera la idea del Estado como promotor del desarrollo nacional, pero buscando otorgar a ese desarrollo un carácter democrático, popular y progresista.
Recordemos, incluso, que la Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible (Rio + 20), que se realizará en la ciudad de Rio de Janeiro en junio de este año, será una gran oportunidad para la realización de este debate y, desde nuestro punto de vista, para la afirmación de la superioridad de esta política alternativa de desarrollo con relación al recetario que se viene aplicando en gran parte de los países centrales. Nos interesa, en este sentido, involucrar en el debate al conjunto de los movimientos sociales y de las fuerzas políticas de izquierda y progresistas brasileñas y mundiales.
No obstante ello, dada la profundidad y duración de la crisis, los países latinoamericanos no están inmunes a ella. Es fundamental que los gobiernos progresistas estén atentos a sus impactos, que posiblemente los obligarán a hacer cambios aún más osados, para seguir avanzando en este camino de desarrollo. Hay que seguir profundizando en la distribución de riquezas, al igual que deben ser ampliadas las fuentes de financiación para sostener las políticas sociales y de inversión.
En Brasil, los efectos de la crisis se reflejaron principalmente en la caída brusca del PIB en comparación con 2010 y en la fuerte valorización del real, que incrementó sobremanera las importaciones, sobre todo de bienes industriales. Nuestra balanza de pagos, empero, no fue afectada negativamente debido al alza de los precios de las “commodities” y al significativo flujo de inversiones externas directas, que nos dejó en la situación de cuarto mayor país receptor en 2011.
Incluso con tales problemas, el crecimiento del PIB en 2011 debe situarse alrededor del 3% y, pese a su caída en comparación con el año de 2010 (cuando el PIB brasileño creció al 7,5%), la tasa media de desempleo calculada por el IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística) alcanzó el 6%, su menor valor desde que se inició la serie histórica en 2002 y para muchos una situación de «pleno empleo». Más de 1,9 millones de empleos fueron creados, lo que representa un crecimiento del 2,1% en el número de puestos de trabajo en el país.
La pobreza, entendida como el número de personas que perciben hasta medio salario mínimo (175 dólares), se redujo del 29% al 26% de la población durante el año pasado, así como la desigualdad, que de acuerdo con el índice de Gini varió de 0,49 a 0,41. Otro dato positivo es la participación de los salarios en el PIB, que en 2003 alcanzaba el 38,8% y el año pasado llegó al 46,9%. El salario medio aumentó un 1,7%.
Se puede decir, de todas formas, que las perspectivas brasileñas para 2012 son relativamente positivas, a pesar de las incertidumbres de la coyuntura internacional. Las medidas macroeconómicas adoptadas a lo largo de 2011 para contener la valorización del real y el aumento por encima de la inflación del salario mínimo en enero fueron iniciativas importantes.
Los desafíos que se mantienen son los de asegurar una tasa de cambio adecuada, que en este momento volvió a niveles inferiores a R$ 1,80, además de acelerar la reducción de la tasa de interés y aumentar las inversiones, una vez que no hay garantías de que la recaudación fiscal aumente como en los años anteriores.
Hay también datos positivos en la mejora de la educación brasileña, pero permanece el reto de ampliar las inversiones en esa área, principalmente en el sector de ciencia y tecnología, para superar varios cuellos de botella en el proceso de desarrollo del país.
Aun con estos desafíos, los números positivos señalados arriba explican la alta popularidad de la presidenta Dilma, constatada por encuestas de opinión pública que apuntan un 59% de aprobación, la más alta de un presidente brasileño en un primer año de mandato.
Pero sería un error pensar que la oposición está paralizada y desarticulada. Hay una fuerte ofensiva ideológica conservadora en ejecución por parte de la prensa y de la oposición al gobierno, principalmente en el estado de São Paulo.
A pesar de los intentos de desestabilizar al gobierno a través de seguidas denuncias de corrupción en ministerios, el gobierno Dilma dio respuestas adecuadas a las sospechas levantadas, tomando las medidas necesarias para combatir los desvíos y, al mismo tiempo, preservar la gobernabilidad. Eso contribuyó inclusive para un aumento de su aprobación popular. Pero la campaña continúa, y hay que estar atento a ella.
Este cuadro tiene repercusiones que van más allá de las disputas electorales de 2012 y 2014. El resultado puede ser una desmoralización general de la política y de los políticos, algo muy peligroso para el proceso de fortalecimiento y perfeccionamiento de la democracia brasileña.
La derecha que gobierna el estado de São Paulo sigue en la línea adoptada por el candidato del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) en la elección presidencial de 2010, de promoverse sobre la base de políticas conservadoras y enfrentar las cuestiones sociales por medio de la “autoridad” representada por la violencia de la policía militar. Los casos recientes más marcados fueron la represión a la movilización estudiantil en la Universidad de São Paulo (USP) contra la presencia de la policía militar en el campus; la acción contra los usuarios de drogas en la región de São Paulo conocida como “Cracolândia”; y el desalojo violento, con varios abusos cometidos, del barrio Pinheirinho, en São José dos Campos, uno de los municipios más ricos del Estado de São Paulo.
En este escenario, van a ocurrir las elecciones municipales en este año, sin lugar a dudas un round importante de la disputa política e ideológica que se traba en Brasil.
El PT siempre ha considerado a los espacios de poder local como fundamentales para cambiar la calidad de vida del pueblo y ampliar la participación popular.
De allí la importancia de que el PT y la izquierda en general obtengan un resultado electoral positivo, que consolide su crecimiento nacional y amplíe la base política y social de apoyo al gobierno de la presidenta Dilma, contribuyendo al enraizamiento del proyecto que defendemos y para la construcción de la hegemonía de las ideas de izquierda en el escenarionacional.