Las delegaciones de más de 190 países legaron a Copenhague el 7 de diciembre sabiendo exactamente lo que tenían que hacer para frenar los cambios climáticos que amenazan al planeta: buscar un acuerdo para reducir las emisiones de gases contaminantes, reducir el calentamiento global, crear un mecanismo de verificación de las emisiones y establecer las formas de financiar y traspasar tecnología desde los países industrializados a las economías emergentes y las naciones más pobres. Pero nada de eso hicieron.
El sábado 19 de diciembre y luego de dos semanas de debates entre los casi cinco mil delegados reunidos en la capital danesa, la Cumbre logró finalmente un magro texto de resolución con el apoyo mayoritario de 188 países al acuerdo alcanzado por EE.UU., Brasil, India, China y Sudáfrica y que tiene la oposición del bloque del ALBA (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba) y Sudán.
Es una “decisión” más que un nuevo pacto, calificado por algunos como “un paso inicial” para seguir negociando un acuerdo global antes de que venza el Tratado de Kioto en el 2012, y que Estados Unidos nunca suscribió. El texto de Copenhague estima que el calentamiento global “es grave” –algo que todos saben- y no estipula ninguna medida vinculante para los que lo suscribieron.
Las expectativas en torno a la mayor reunión sobre cambio climático de la historia quedaron frustradas. La resolución de Copenhague no fija porcentajes o fechas de reducción de gases contaminantes. Eso quedó para un acuerdo posterior que se debería alcanzar antes del 31 de diciembre del 2010, en la nueva cumbre que se realizará en México.
Sólo en la definición de los recursos que serán destinados para afrontar el cambio climático hubo avances tangibles. El acuerdo establece que serán destinados 10.000 millones de dólares entre 2010 y 2012; y 100.000 millones anuales a partir de 2020 para mitigación y adaptación en las naciones no industrializadas.
El ministro británico de Cambio Climático, Ed Miliband, presionó fuertmente para conseguir el pacto, cuando éste se derrumbaba luego de las agotadoras últimas 48 horas de la cita, y cuando ya habían pasado los principales líderes del mundo por la testera de la cumbre, incluido el presidente de EEUU y el primer ministro chino, en representación de los dos países más contaminantes del planeta.
“Tenemos dos caminos: o asumimos este texto imperfecto pero preparado con buena fe o rompemos esta convención», dramatizó el británico. Asís para los países más pobres.
“Terminamos por sellar el acuerdo”, dijo Ban Ki Moon, el secretario general de la ONU, uno de los más interesados en salir de la cumbre con algo en la mano. “No es un acuerdo que deja a todos contentos pero es un comienzo esencial”, dijo. apareció el texto definitivo que no marca cuotas de emisión pero en el cual todos, con extrema obviedad, coinciden que el calentamiento global es un problema grave del planeta y estipula unos fondo
El ministro de Ambiente de Brasil, Carlos Minc, culpó a EEUU por la imposibilidad de llegar a un acuerdo más ambicioso. “Ellos son los responsables de este fiasco. El texto final deja mucho que desear, hoy es un día triste, de mucha frustración”, dijo el representante del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los más críticos a la forma de negociar que tuvieron las grandes potencias. “Esto no es un juego de póquer”, había dicho en su discurso.
“Brasil fue reconocido como un país que dio todo de sí, propuso metas fuertes, reducción de la deforestación de la Amazonia, el discurso de Lula fue saludado por otras delegaciones. Pero a pesar de todo el esfuerzo el resultado es muy pequeño de cara a las urgencias del mundo”, reclamó el ministro Minc.
El texto acordado dice en sus conclusiones finales que la comunidad internacional debería evitar que las temperaturas aumenten los dos grados, pero no se pronuncia sobre cómo hacerlo y quiénes deben llevar el peso. La ONU ha calculado que sería necesario que los países desarrollados emitieran entre un 25% y un 40% menos que en 1990, pero las ofertas anunciadas, todas voluntarias, se limitan a un 17%. Es decir, no da.
El último informe del IPCC, el grupo de expertos de la ONU, comparó el cambio climático a un tren en marcha: cuando antes se apriete el freno, menos tardará en pararse. Si no se hace nada con rapidez, los esfuerzos que se emprendan dentro de unos años deberán ser mucho mayores. Esa es la oportunidad perdida en Copenhague, la de poner el freno a tiempo.