Al inicio del siglo XXI, las bases de la socialdemocracia se estaban desmoronando. No sólo George Bush había ganado las elecciones contra Al Gore, no sólo los socialistas del Estado de Bienestar por excelencia, como es Dinamarca, habían perdido frente a los conservadores, sino que en abril del 2002 la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas había sacudido al mundo. El ex Primer Ministro, Lionel Jospin, llegó tercero –detrás de Jaques Chirac, como se esperaba, pero además tras el líder de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen. Así fue como en junio del 2002, el Partido Laborista Británico, consciente de todos estos fracasos y completamente comprometido con la “Tercera Vía”, invitó a luminarias del socialismo, incluyendo Bill Clinton, a una reunión en Londres. Dirigido a este selecto grupo, el mensaje de Peter Mandelson, posteriormente publicado en The Times, fue claro: “ahora todos son thatchersitas”.
Analizando el deslucido desempeño de los socialdemócratas, Mandelson concluyó que el mundo pedía a gritos más Margaret Thatchers. Los socialdemócratas estaban perdiendo porque no se orientaron suficientemente al mercado; aún había unos pocos servicios públicos no privatizados (a pesar de que Jospin realizó más privatizaciones que ningún gobierno de derecha anterior); y el capital financiero aún necesitaba protección, desregulación y estímulo. Su mensaje fue: “Tenemos que ser como Maggy”. Los social-liberales tomaron el control de la situación, los socialdemócratas asintieron, los socialistas democráticos desaparecieron.
Nunca se le ocurrió a Jospin que había perdido por una sencilla razón: nadie en la izquierda quería votar por él. Las personas decían: “votaré por el arrastrando los talones en la segunda vuelta, pero que me cuelguen si pretendo aprobar su gestión en la primera vuelta”. Jospin culpó a todo el mundo de su derrota menos a sí mismo. Fundamentalmente a un ex ministro disidente, Jean Pierre Chevenement. Pero el ex ministro no tenía responsabilidad en este asunto. Toda la culpa era de Jospin y de nadie más. Había ido demasiado lejos al afirmar que él no haría una campaña socialista. Había generado tan poco entusiasmo en la izquierda que quedó sin hogar.
Los partidos socialistas han venido cometiendo el mismo error durante la última década. Obama ha contratado a una serie de ex funcionarios de Clinton –Incluyendo a Larry Summers, ex director del Banco Mundial, un protegido de Robert Rubin de Goldman Sachs, y uno de los mayores responsables de la desregulación que nos llevó a la última crisis financiera internacional-. Algunos elefantes del Partido Socialista Francés aún creen que es posible derrotar a Sarkozy en el 2012 pactando con la centro-derecha liberal del Movimiento Democrático. No parecen haber visto el resultado de las últimas elecciones en Alemania e Italia. Si la gente tiene que elegir entre el original y la copia, probablemente elegirán el original o se abstendrán.
Las personas desean alguien –casi cualquier persona- dispuesta a tomar posición en materias de principios más que en cálculos electorales. Los socioliberales, como muchos de nosotros preferimos llamarlos, han pasado los últimos veinte años acompañando al neoliberalismo, trotando detrás del cortejo. No se han levantado contra el asalto al trabajo y los jubilados, la demolición de los servicios públicos, la destrucción gradual del Estado de Bienestar europeo y la creación de desigualdades no vistas desde 1920. No previeron la crisis financiera recién pasada y se han resistido a aceptar las nuevas ideas que se les presentan, incluyendo la noción de que estamos destruyendo el planeta. El cambio climático recién apareció en el radar de la socialdemocracia durante la semana pasada.
Esta situación no sólo es desesperadamente triste, sino que ha llevado a un punto de estancamiento político, ya que, por el momento, no tenemos otra alternativa. Los partidos como las personas pueden envejecer, cansarse o morir de causas naturales. Pero es demasiado pronto para que la genuina izquierda, o como algunos dicen “la izquierda de la izquierda”, se haga cargo. O bien ha desaparecido prácticamente (Italia), o está refocilándose en su fascinación por el faccionalismo (Francia), o es simplemente demasiado nueva (Die Linke en Alemania).
Sin embargo, en ningún lugar podemos esperar que la izquierda llegue al gobierno y se convierta en mayoría sin los socialdemócratas. Así que aquí estamos –usted no puede hacer nada con ellos y tampoco sin ellos, aunque la crisis debió haber proporcionado a la izquierda la oportunidad perfecta para derrotar a la derecha –primero retóricamente y luego electoralmente-, que ha demostrado estar absolutamente equivocada. Su sistema definitivamente no funciona y, sin embargo, los socialistas aún no se atreven a aceptarlo. Unas pocas tímidas señales de que esto puede ser reconocido algún día son visibles aquí y allá –por ejemplo, Marcel Aubry está realizando algunos interesantes movimientos tentativos-, pero es demasiado pronto para decirlo. Esperemos que estás frágiles y pequeñas flores florezcan –de otro modo, camaradas, es probable que la espera sea muy larga-.
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* Este artículo forma parte del “Debate por una Sociedad Justa” que está desarrollando el Social Europe Journal. Para seguir esta discusión, pinche aquí.