NO ES LA PRIMERA vez que se cruzan el fútbol y la política. Berlusconi ganó sus primeras elecciones bajo la consigna ¡Forza Italia!, nacida de las graderías de los estadios. El popular club de fútbol Argentinos Juniors se llamó en sus inicios «Mártires de Chicago», en homenaje a los dirigentes sindicales anarquistas asesinados en 1886. En este mismo registro se puede consignar aquel surrealista y fantasmal partido del 21 de noviembre de 1973 entre Chile y la URSS, «jugado» en ausencia de este último y para cuya realización hubo que evacuar apresuradamente a los prisioneros que estaban en las graderías.
Más trágica es la historia que cuenta el escritor uruguayo Eduardo Galeano de lo sucedido con los jugadores del Dinamo de Kiev, en 1942, bajo la ocupación nazi, régimen que había hecho del fútbol un tema de Estado: los ucranianos habían sido claramente advertidos de que no podían derrotar a un combinado de las Fuerzas Armadas hitlerianas, pero no pudieron contenerse -como el protagonista de Puntero Izquierdo, de Benedetti, que termina metiendo el gol del triunfo de su equipo en lugar de cumplir con la extorsión de ayudar a que pierda- y ganaron 5 a 3 en memorable jornada. Más tarde, nueve de los 11 jugadores del Dinamo fueron fusilados, algunos con la camiseta puesta.
Si el gol es el momento más alto y sublime del fútbol, el autogol es su reverso: un momento absurdo, humillante, casi imperdonable. A veces, trágicamente imperdonable, como ocurrió con el defensa colombiano Andrés Escobar en el Mundial de Estados Unidos de 1994, cuyo infortunado autogol selló la participación de Colombia en ese torneo. A su regreso a Bogotá, cuando salía de un club nocturno, el jugador fue ultimado de 12 disparos. Desde ese autogol y el deleznable asesinato de Escobar el fútbol colombiano nunca ha vuelto a ser el mismo y quizás no lo volverá a ser.
Si un autogol dentro de la cancha es parte del juego, consustancial al «drama» que se pone en movimiento con la pelota, por tanto explicable y finalmente excusable, resulta incomprensible cuando éste se realiza desde fuera de la cancha, como el que acaba de perpetrar un grupo de dirigentes de la ANFP con el desplazamiento del tándem Mayne-Nicholls-Bielsa, quienes con profesionalismo, rigor y pasión habían logrado lo que parecía imposible: hacer jugar bien a nuestros jugadores, darles disciplina, confianza y hasta un poco de amor propio.
El Presidente Piñera, como accionista relevante de uno de los clubes que encabezó la oposición a Mayne-Nicholls, ha vuelto a enredarse en un conflicto de interés, arrastrando y envolviendo -de paso- a la institución presidencial. El gobierno ha negado tajantemente cualquier injerencia en la elección de la ANFP, pero aunque tal vez en este caso la mujer del César sea honesta, está también aquello de parecerlo.
Se dice que el fútbol no debiera mezclarse con la política, pero de que lo hace, lo hace, como lo muestra con elocuencia la historia. De no mediar algún tipo de acción o gesto que repare y revierta en parte lo sucedido en estos días, la actual administración puede terminar siendo recordada como la que sacó de la cancha a la dupla histórica más proba y exitosa del fútbol chileno. Un autogol de antología.
Esto es un autogol: Si el fútbol ha caÃdo en manos de privados, ¿por qué el Estado debe hacerse cargo de financiar la seguridad e infraestructura de su negocio?, ¿es legal beneficiarlos con el dinero de todos los chilenos?, ¿cuántas casas significan 2 mil millones de pesos?… ¿Sigo?
Piñera se disparó en el pie con el tema de la ANFP. Ya perdió todo el capital polÃtico ganado con el rescate y ahora se hunde en terreno negativo. Es patético.
A este sr. Agulia parece que le gusta confundir las peras con lo higos. Hace rato que el debate traspasó el lÃmite Bielsa. El opinó, y por lo tanto lo único que le queda es pasar por caja, y adiós. Desde los tiempos de Pinochet que no teniamos a alguién tan categoricamente influyente como loco.
Interesante y cierto. Ejemplo de polÃtica y fútbol hay de sobra. Recordemos que acá en Chile se adulteraron pasaportes y se cortaron las cejas por la «patria».