Al hacer los pronósticos para la elección presidencial del 17 de enero recién pasado partí de un supuesto que a la postre resultó ser completamente errado: que la derecha no podía ser mayoría en Chile.
Mi preocupación eran los votos nulos y blancos, es decir, que una parte del Chile progresista decidiera quedarse en sus casas o votar nulo o en blanco. Pensé que cualquier frente antiderechista era mayoritario y que sólo pisándonos la cola podíamos ser derrotados por la derecha.
La realidad me golpeó duramente. Los votos nulos y blancos fueron muy similares a los de la primera vuelta, así como también el total de personas que concurrieron a sufragar. Casi 40% de los votos de Marco Enríquez-Ominami, especialmente los votos populares urbanos de grandes ciudades, tenía su lealtad puesta en el cambio y no en el progresismo.
En efecto, Sebastián Piñera rozó los 3.600.000 sufragios, bastantes más votos que los que ha obtenido cualquier candidato de derecha, y una cifra que habría hecho infartante cualquier elección anterior.
Ganó Sebastián Piñera. Ganó gracias al voto de Iquique y Alto Hospicio, gracias al voto urbano de la Octava Región y gracias al importante porcentaje de personas de sectores populares de la Región Metropolitana que votó por su propuesta. Eduardo Frei sólo logró ganar en el norte sindicalizado e ideologizado y en el centro sur campesino y menos dependiente de los medios de comunicación.
Ahora bien, ¿podemos decir que se rompió el clivaje histórico si / no, autoritarismo / democracia? La respuesta, hasta hacer análisis más profundos, es incierta. Si bien la derecha aumentó su votación, la verdad es que la votación de Eduardo Frei no fue un desastre (obtuvo casi 90% de los votos de la Presidenta Bachelet). La pregunta ahora es cómo se reconstruye un bloque histórico mayoritario que incorpore a un mundo popular descontento y cuya ideología parece no seguir los cánones tradicionales de la política.
Más que buscar culpables de la derrota (sobre todo considerando que todos tenemos un traidor, culpable o inútil favorito), creo que lo que se debe hacer a partir de ahora es intentar entender los cambios en el padrón electoral de los últimos diez años, especialmente los del mundo popular. Es muy posible que exista un mundo popular que se ha inscrito en los últimos diez años y cuya consigna ha estado siempre al lado del cambio: votó por Lavín el 99’, por Bachelet el 2005, por Marco Enríquez-Ominami en primera vuelta 2009 y ahora en segunda vuelta por Sebastián Piñera. Es muy posible que para algunos los grandes ideales y las transformaciones sociales sean bastante menos relevantes que sus propios logros, sus afectos y emociones.
Lamentablemente, desde el progresismo queremos reconquistar el poder, no basta con reencantar a los escépticos y ponernos de acuerdo; se debe dar un paso más y buscar el voto de muchos chilenos a los cuales quienes estamos en política ni siquiera hemos comenzado a entender.
Ahora que la derecha es mayoría y gobierno, la palabra cambio ya no podrá ser su eslogan, lo que deja un espacio enorme para que el progresismo pida cuentas, proponga y defienda los logros de los últimos 20 años.