En anteriores análisis habíamos sostenido que cualquiera fuera el resultado el 17 de enero –y ya sabemos cual fue- a la centroizquierda y al progresismo chileno se le imponía una agenda política más o menos similar: recuperar la sintonía fina con la sociedad chilena y sus transformaciones; actualizarse programáticamente; reinsertarse y volver a militar activamente en la sociedad civil; renovar, modernizar y abrir los partidos políticos a una agenda más ciudadana y social.
A ello habría que agregar ahora aprender a ser oposición, una sólida, activa y creíble oposición.
Aunque aún está demasiado cerca la elección presidencial como para pretender análisis definitivos sobre el nuevo escenario, ya se pueden comenzar a observar y a evaluar los primeros movimientos y reacomodos que la nueva situación política está generando tanto en la centroizquierda como en la derecha. De alguna forma el progresismo y la centroderecha realizan los primeros tanteos y comienzan a definir su talante en los nuevos roles que cada uno deberá cumplir en los próximos cuatro años.
Piñera y la derecha entienden que el resultado ha sido electoralmente estrecho y de alguna forma sienten el peso de ser el primer gobierno de este signo político elegido democráticamente en 52 años. Deberán cruzar con éxito este test histórico y demostrar que son capaces de dar buen gobierno y gobernabilidad al país. En este contexto, las condiciones con que la Concertación les entrega el país son óptimas desde el punto de vista político y económico (y con holguras fiscales inéditas).
En un intento por ampliar su base de apoyo Piñera y la derecha ha propuesto el concepto de “gobierno de unidad nacional” y han llamado a reeditar la llamada “democracia de los acuerdos” de comienzos de los 90. La verdad es que no se ve ninguna situación crítica o de emergencia en el país que amerite un gobierno de “unidad nacional”. Y como lo ha señalado la dirigente Carolina Tohá: “Chile no solo se requiere de acuerdos hacia delante sino también abrir grandes debates”. Este llamado “unitario” de la derecha más bien parece un subterfugio para intentar generar divisiones al interior de la centroizquierda, lo cual no es una manera de empezar una relación que se pretende de cooperación con la oposición.
Por su parte el recién electo Presidente tiene su propio test que aprobar: separar de aquí al 11 de marzo –tal como se ha comprometido- de manera nítida negocios y política. Para el desarrollo republicano del país conviene que esto se realice con total transparencia y prontitud, no dejando ningún espacio a futuros conflictos de interés. Para decirlo de la manera más austera posible, constituye una señal más que preocupante lo que ha estado ocurriendo con el alza de acciones de LAN Chile desde que Piñera ha ganado la Presidencia de la República.
A su vez, algunas de las definiciones del próximo gobierno que ya se han conocido en estas pocas horas, obligan a una oposición atenta, reconstituida y actuando a la brevedad: el anuncio de que Codelco requiere de “nuevo capitales”, abriendo la posibilidad que de existir un “acuerdo en el país” podrían ingresar privados a la propiedad de Codelco (en su programa Piñera planteó hasta un 20%), resulta altamente preocupante. La segunda medida, anunciada por uno de sus principales asesores en educación, es el retiro de la Ley de fortalecimiento de la educación pública, y su reemplazo por una ley que potencie “el sistema de educación mixto municipal y particular subvencionado”. Mantener las condiciones de simetría entre la educación pública y el sistema particular subvencionado, significaría el debilitamiento cada vez mayor del primero.
Por su parte la centroizquierda tiene por delante un proceso de reflexión necesario e insoslayable sobre las causas que condujeron a la derrota el pasado 17 de diciembre. Sería eso sí bastante inconducente que dicho proceso se hiciera de manera autodestructiva y que se perdiera de vista la necesidad de reconstituir a la brevedad una oposición fuerte, responsable y fiscalizadora. Lo que corresponde en estos casos es un repliegue rápido y ordenado.
La centroizquierda y el progresismo han demostrado en estos 20 años ser una fuerza política capaz de dar buenos gobiernos a Chile, está finalizando una administración exitosa con la Presidente Bachelet y ha sido derrotado manteniendo un digno y expectante 48% del electorado.
En la nueva etapa parece conveniente no solo revalidar el acuerdo político que dio vida a la Concertación, sino también ser capaces de abrirse a un proceso que de cuenta de los nuevos procesos y fenómenos políticos, sociales y culturales que se han venido incubando en la sociedad chilena, y que han quedado en evidencia en esta campaña, y que se profundizarán con la irrupción de esos cientos de miles de nuevos electores –especialmente jóvenes- que abrirá la inscripción electoral automática.
La centroizquierda y progresismo necesita prepararse para este nuevo ciclo que se ha abierto. No son pocas sus precariedades para esta nueva etapa como fuerza opositora y que deberá subsanar lo antes posible, particularmente su orfandad en materia de medios de comunicación, la tecnificación y mejoramiento de la calidad de su acción legislativa, la construcción de capacidades para la generación de ideas y propuestas a través de sus Centros de Estudios, el fortalecimiento de los actores sociales, la necesaria recuperación de legitimidad y de sintonía con los ciudadanos de los partidos del progresismo.
Sin duda, una intensa agenda de trabajo, que necesita de fuerzas políticas y de líderes, que asuman con entusiasmo y decisión los desafíos de esta nueva etapa histórica del país. También implica un gran desafío de organización, capacidad de trabajo y de propuesta para el Instituto Igualdad.
Probando…