30 DE ENERO DE 1933: EL ASCENSO DEL NAZISMO EN ALEMANIA, LA DESTRUCCIÓN DE LA REPÚBLICA DE WEIMAR Y LA SOCIALDEMOCRACIA

Juan Manuel Reveco del Villar*

Desde el nacimiento de la República de Weimar en Alemania, originada en la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y de la Revolución de noviembre de 1918, y proclamada el 9 de del mismo mes por el socialdemócrata Philipp Scheidemann en un balcón del edificio del Parlamento (Reichstag), esta fue mirada por muchos alemanes con desconfianza sino con aversión. Sus principales enemigos estaban en la derecha conservadora nacionalista monárquica y la extremista ultraderecha alemana nazi, esta última apoyada por los grandes industriales alemanes, que nunca quisieron la República de Weimar y su Constitución. Tampoco la República democrática parlamentaria de Weimar pudo contar con los comunistas -primero bolchevizados y luego stalinizados-, ya que se reconocían en el régimen soviético. “A pesar de su enemistad, la derecha y la extrema izquierda estaban de acuerdo en una cosa, la lucha contra la República democrática”, nos advierte de entrada Horst Möller.  Misma actitud predominó, complementa Hagen Schulze, entre los intelectuales de la extrema derecha y de la extrema izquierda, ya que “se mostraron unánimes a la hora de burlarse y difamar, en nombre de las más dispares ideologías e ideales políticos, al existente Estado parlamentario y democrático”. En igual sentido se mostraron en general los funcionarios públicos, la prensa conservadora del empresario Alfred Hugenberg, la prensa comunista, las escuelas de enseñanza media, las universidades, las fuerzas armadas, industriales y terratenientes. La República de Weimar, la primera democracia alemana era, como con frecuencia se ha dicho, prácticamente una “república sin republicanos” o “una democracia sin demócratas”. En 1934, poco tiempo después de la caída de la República de Weimar, Karl Kautsky, el teórico del Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands o SPD), señalaba que durante el periodo republicano la socialdemocracia alemana, de amplias credenciales democrática-republicanas,“resistió obstinadamente”, defendiéndose de “una combinación abrumadora de enemigos, que van desde los comunistas hasta el Partido Popular, los nacionalistas alemanes y los nacionalsocialistas.”  En perspectiva histórica, podemos decir sin embages que construir una democracia moderna y un Estado de bienestar (Sozialstaat) en tiempos extremadamente difíciles, como fue en la República de Weimar, fue un intento memorable de los socialistas alemanes. Pero, desgraciadamente, como se lamentaba el economista oficial del SPD y también ministro de Hacienda Rudolf Hilferding, al final de la República de Weimar el SPD estaba sumergido en una “situación trágica”, ya que “Afirmar la democracia contra una mayoría que la rechaza, y hacerlo con los medios políticos de una constitución democrática que presupone el funcionamiento del parlamentarismo, es casi la cuadratura del círculo, que es lo que se le pide al SPD, una situación verdaderamente sin precedentes.”

Para los enemigos de la República, el “sistema de Weimar” -calificativo con el cual acostumbraban a denostarla-, era básicamente antialemán, artificioso e impuesto por las potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial. República también motejada por la ultraderecha alemana como la “República Judía” (Judenrepublik), haciendo del antisemitismo político una de las estrategias más exitosas utilizadas por las fuerzas antirrepublicanas de derecha durante el periodo republicano. Ofensiva que desde luego se extendía en contra del Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands o SPD), el partido más importante de Weimar, que el nazi Joseph Goebbels reinterpretaba como Schamloseste Partei Deutschlands (el partido más desvergonzado de Alemania). República que “había surgido de una acción de la que los alemanes se avergonzarán aun después de mil años”, en palabras del nazi Alfred Rosenberg, aludiendo a la leyenda de “la puñalada por la espalda” (Dolchstosslegende), que tenía su origen en lo señalado por el Mando Supremo del Ejército alemán (OHL) al final de la Primera Guerra Mundial, y que planteaba que los ejércitos alemanes estaban invictos y que la capitulación alemana fue obra de un “frente interno” poco confiable y rebelde, los socialistas y judíos, los revolucionarios que habían proclamado la República el 9 de noviembre de 1918, los “criminales de noviembre” (Novemberverbrecher), al decir de  Hitler, quienes habrían saboteado los esfuerzos bélicos alemanes, arreglando la capitulación de Alemania el 11 de noviembre de 1918 (Armisticio de Compiègne) ante la Entente, desconociendo así que fueron los generales Ludendorff y Hindenburg quienes pusieron en marcha la rendición. Ultraderecha que “maldecía a la revolución” de noviembre de 1918 que trajo la República y, especialmente, a “los socialistas y los judíos” por “traidores y antipatriotas”, tal como lo dijese el teniente Theodor Lohse, ese personaje extremista de derecha de la novela La telaraña de Joseph Roth ambientada en la República de Weimar, y publicada pocos días antes del frustrado Putsch de Múnich o de la Cervecería intentado por los nazis en noviembre de 1923, en plena crisis hiperinflacionaria. 

Fue en ese deprimente espíritu antirrepublicano que se expandió gracias a la frustración por la derrota bélica, por la devastación económica que había provocado la Primera Guerra Mundial y los durísimos términos del Tratado de Versalles, y especialmente a la Gran Depresión, de octubre de 1929, evento catastrófico cuyos males -especialmente, el enorme desempleo- afectaron a la República de Weimar con extraordinaria dureza, que, como advierte Peter Gay, los alemanes estuvieron “abiertos a los vendedores de panaceas aún más nauseabundas que la guerra que habían recibido con tanta alegría.” La Gran Depresión causó un enorme malestar en la población y desafección por la República, haciéndola aparecer como un fraude o una farsa, poniendo a los partidarios de la República y su Constitución a la defensiva frente a las tendencias autoritarias. El gran beneficiado de la crisis fue el ultraderechista Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei o NSDAP) o Partido Nazi, cuyo crecimiento electoral fue superlativo, ya que desde un insignificante 2,63% de los votos en 1928, paso a ser, en 1930, la segunda fuerza política en el sistema de partidos de Alemania, debajo del SPD y sobre el Partido Comunista (Kommunistische Partei Deutschlands o KPD), con el 18,25% de los votos, y en las elecciones de fines de julio de 1932 su crecimiento electoral se elevó al 37,27%, transformándose por primera vez en el partido más votado -aunque sin mayoría absoluta-, por encima del SPD y del KPD, que se ubicaron en el segundo y tercer lugar, respectivamente. En las elecciones parlamentarias de noviembre de 1932, aunque el NSDAP perdió votación y escaños parlamentarios, se mantuvo como la primera fuerza política de Alemania, el SPD fue segundo debilitándose aún más que en las elecciones de julio, quedando a gran distancia de los nazis, y el KPD tercero, ganando electorado y escaños parlamentarios.   

El problema estaba dado por que a esa altura la frágil y joven República de Weimar no sólo estaba quebrada por las corrientes extremas de derecha nacionalista e izquierda comunista que habían brutalizado la política y la vida social, totalmente desafectados de la República democrática, que sembraban y fomentaban el descontento y la violencia, y golpeada por una espantosa crisis económica, sino que también porque la socialdemocracia, era un partido cansado, derrotista y a la defensiva. Y los partidos centristas y de derecha que se reclamaban democráticos también habían fracasado en el cuidado de la República, y esto se debió, como amargamente sostiene Heinrich August Winkler, porque en dicha tarea los socialdemócratas necesitaban un “socio” de verdad comprometido y con lealtad con la democracia: “una burguesía diferente, más democrática.”  En efecto, a los partidos de centro y derecha democráticos tradicionales alemanes les cabe la responsabilidad de haber contribuido al socavamiento de la República de Weimar, al no ofrecer ningún tipo de resistencia eficaz a la admisión del partido nazi en el círculo de los partidos gobernantes, saboteando el Weimar democrático e instalando así al nazismo. 

Como signo del decaimiento definitivo de la socialdemocracia y pérdida de reputación al final del periodo republicano, está su actuación en el putsch del conservador canciller Franz von Papen contra el gobierno de la Coalición de Weimar en Prusia a cargo del socialdemócrata Otto Braun a mediados de julio de 1932 (Preussenschlag) –Land decisivo que por su extensión y población superaba los tres quintos del total de Alemania-, intervención federal que destituyó al gobierno y nombró a Papen como Comisionado del Reich para Prusia, pretextando incapacidad del gobierno prusiano para contener la violencia política, golpe de Estado ejecutado por grupos conservadores y autoritarios para quitar el poder a la socialdemocracia en Prusia -ya que gobernaba allí casi ininterrumpidamente desde 1920-  y buscar una alianza con el nacionalsocialismo, ya que, en palabras de Karl Dietrich Bracher,  la  “apresurada y pacífica capitulación” del SPD, ante las fuerzas de la reacción, salvo la de pedir serenidad y disciplina a los trabajadores, militantes y fuerzas paramilitares republicanas que esperaban órdenes para enfrentar el golpe de Estado, sin tampoco acudir a las poderosas fuerzas policiacas prusianas bajo mando socialdemócrata y la interposición de algunas inútiles acciones judiciales contra la intervención de Papen, mostró su estrecha estrategia legalista y debilitó aún más al SPD, el “baluarte de la República” en Prusia, haciendo cundir el desánimo y frustración entre militantes de base y su electorado y la complacencia entre las fuerzas de la reacción. Desencanto que se venía arrastrando desde la caída de la cancillería de Herman Müller en marzo de 1930, último canciller socialdemócrata que tuvo la República de Weimar, y que claramente se acentuó por la impotencia que mostró el SPD ante la acción de Papen, reflejándose unos días después en el evento eleccionario de fines de julio, cuando la socialdemocracia es desplazada por los nazis en el primer lugar de las preferencias.

La dirigencia del SPD como los líderes sindicales de los “sindicatos libres” de tendencia socialdemócrata que no apoyaron una huelga general contra el golpe, excusaban su pasividad amparándose en que las condiciones no eran las mismas que las del Golpe de Estado  de Kapp en 1920, donde una gigantesca huelga general exitosa frustró la intentona militar golpista en contra del canciller socialdemócrata Gustav Bauer y el también socialdemócrata presidente Friedrich Ebert, ya que las pésimas condiciones económicas reinantes, el desempleo generalizado, la falta de confianza en las Fuerzas Armadas, la imposibilidad de contar con los comunistas y las elecciones recientes de abril de 1932 para elegir los miembros del Landtag de Prusia -donde la Coalición de Weimar había perdido la mayoría manteniéndose en el poder como gobierno interino-, creaban las peores condiciones para una huelga general y menos para una acción de resistencia por las armas. Sin embargo, esa falta de resistencia eficaz en el momento decisivo ha sentenciado Edgar Feuchtwanger, sin dudas “fue otro clavo en el ataúd de la República de Weimar”.

El fatídico 30 de enero de 1933, después de las derechistas y presidencialistas cancillerías de Heinrich Brüning, Franz von Papen y Kurt von Schleicher -que se extendieron entre marzo de 1930 y fines de enero de 1933-, y sobre la base de una coalición de fuerzas nacionalistas conservadoras tradicionales y la ultraderecha nazi, Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania (Reichskanzler) por el presidente Paul von Hindenburg, alianza donde los conservadores pretendían arrastrar a Hitler a un proyecto de restauración del Segundo Reich (Kaiserreich), y que rápidamente el nazismo desestimaría para instaurar una dictadura y luego el Tercer Reich, un régimen totalitario-terrorista que trajo la barbarie nazi.

Con la llegada del “Día de la Toma del Poder” (Tag der Machtübernahme) -según la rimbombante expresión nazi-, se da inicio al “ajuste de cuentas con el sistema de Weimar” y con los “criminales de noviembre”, según lo divulgado por la propaganda nazi. Los órganos paramilitares de defensa de la República, el “Abanderado del Reich” (Reichsbanner) –que contaba con 1,5 millones de miembros- y el “Frente de Hierro” (Eiserne Front), la militancia socialista y muchos de los trabajadores estuvieron dispuestos y alertas para pasar a la defensa radical de la República, pero el Ejecutivo socialdemócrata permaneció inamovible, confiado en que si el SPD había sorteado con éxito las leyes antisocialistas (Sozialistengesetze) del canciller Otto von Bismarck, que se extendieron de 1878 a 1890,  saliendo de ellas muy fortalecido, igualmente lo haría con la nueva ola de persecución nazi y saldría triunfante, siguiendo la táctica de no dar pretextos al gobierno nazi para que accionara contra el SPD y llamando a la disciplina partidaria, disciplina que hasta 1914 le permitió ser el partido socialista más poderoso del planeta y que, por otra parte, en el ocaso del periodo republicano y al inicio del nazismo lo inmovilizó, permitiéndole a Hitler arrasar con el SPD y sus organizaciones en los primeros meses de 1933.  Permaneció el Ejecutivo socialdemócrata confundido por la “táctica legal” del nazismo hacia el poder después del fiasco del Putsch nazi de Múnich de 1923, también atemorizado por una guerra civil y esperanzado en su ilusoria política de “resistencia legal”. Los líderes del SPD razonaban y ajustaban su resistencia al nazismo porque postulaban una analogía histórica carente de realismo: esperaban una persecución como bajo la cancillería de Bismarck, sin comprender la verdadera naturaleza totalitaria del nazismo. Pronto, como dice Lewis J. Edinger, “los viejos dirigentes se fueron dando cuenta de que la analogía era falsa.” Los socialistas confiaban en la Constitución, la ley y las elecciones, y esperaban, advierte Francis Ludwig Carsten, “contra toda esperanza, que Hitler fuera tan poco capaz de resolver los problemas de Alemania como sus predecesores y que fuera sustituido por otro canciller.”

Una de las medidas básicas de Hitler para asegurar el poder fue la disolución del Reichstag el 1 de febrero de 1933 y se programaron nuevas elecciones para inicios de marzo, con el propósito de dotar al gobierno de Hitler de una mayoría parlamentaria viable para poder gobernar en solitario. A fines de febrero de 1933, con el pretexto del incendio del Reichstag, y que los nazis imputaban a los comunistas, y por tanto la necesidad de instaurar un estado autoritario que debía tomar medidas duras contra los intentos de golpe de Estado del KPD, el gobierno nazi ilegalizó a los comunistas, y suspendió o restringió casi todos los derechos fundamentales, permitiendo la “custodia protectora” indefinida en los campos de concentración para la oposición política, dejando Alemania de ser un Estado de Derecho. El incendio del Reichstag tuvo un principal efecto político: aceleró el establecimiento de la dictadura nazi. 

En las elecciones de 5 marzo de 1933, donde el NSDAP salió triunfante obteniendo el 43,91% de los votos, aunque no logró obtener la mayoría parlamentaria para gobernar en solitario, y que mostró una campaña de terror callejero nazi de gran envergadura, las últimas antes de la Ley de Plenos Poderes (Ermächtigungsgesetz) que otorgó poderes dictatoriales a Hitler -los socialdemócratas fueron los únicos que en el Reichstag se opusieron a dicho otorgamiento-, el SPD, que había estado en retirada desde el putsch de Papen de 1932, y que ya no contaba con el bastión de Prusia, ni con los sindicatos libres, pudo hacerse apenas del 18,25% de los sufragios, su más bajo rendimiento durante la República de Weimar.

La “revolución nacional” de Hitler que se inició con la victoria electoral de marzo disolvió, en palabras de Sebastian Elsbach, a los “dos colosos con pies de barro” del SPD, el Reichsbanner y el Eiserne Front, sin que ambas organizaciones paramilitares ofrecieran resistencia significativa, persiguiendo, encerrando y matando a sus miembros. El mismo mes hizo su estreno el campo de concentración de Dachau, “el primer campo de concentración para presos políticos”, en palabras del nazi Heinrich Himmler, que estuvo a cargo de la organización paramilitar Schutzstaffel o “SS” (escuadrones de protección), y la política de “coordinación” (Gleichschaltung) o de nazificación de los estados federados (Länder), que aplastó a sus gobiernos y sus parlamentos, quedando todos dirigidos por gabinetes nazis, junto al copamiento forzado de los municipios, hospitales y agencias de empleos. A principios de abril empezó la purga de judíos y opositores políticos de la Administración del Estado por medio de la Ley para Reconstituir a los funcionarios de Carrera (Berufsbeamtengesetz), y llegado el término del mes se creó la Policía Secreta del Estado (Gestapo). A pesar de los estragos que causaba la “revolución nacional” nazi, todavía en abril de 1933 el SPD apostaba por la legalidad, resolviendo en una conferencia partidaria celebrada en Berlín, que “mediante la firme adhesión a sus principios y la utilización de las posibilidades legales dadas para su actividad, el Partido Socialdemócrata de Alemania sirve a la nación y al socialismo”. La última manifestación y prueba de la ilusión del legalismo y de la política de apaciguamiento del SPD aconteció el 17 mayo de 1933, cuando Hitler dio en el Reichstag su hipócrita y mentiroso discurso sobre la paz -en el contexto de la Conferencia Internacional de Desarme de Ginebra que se había iniciado en febrero y que concluiría en octubre, mes en que Hitler anunció el retiro de Alemania de la Conferencia y de la Sociedad de las Naciones a la cual se había adherido en 1926-, argumentos apoyados por el grupo parlamentario socialdemócrata que obedecía a la dirección nacional de Paul Löbe -con la oposición del Ejecutivo del SPD en el exilio (SOPADE) a cargo de Otto Wels-, por medio de su votación favorable a la “resolución de paz” (Friedensresolution) presentada por el NSDAP, bajo la insostenible premisa de que los socialdemócratas con su voto afirmaban una política exterior alemana pacífica sin ser un voto de confianza para Adolf Hitler. Al final, con la aprobación de la resolución, la figura de Hitler creció en el extranjero, ese fue el único efecto neto que trajo la “legalidad” de la socialdemocracia. No solo el partido estaba quebrado y se había ganado el repudio de los socialistas internacionales, y a pesar de que la dirección nacional del SPD el 19 de junio de 1933 expulsó a los miembros del comité ejecutivo en el exilio y eliminó a los judíos del mismo comité, pocos días después llegaría el golpe final contra el SPD: su proscripción. 

En cuanto a los líderes sindicales socialdemócratas, que desde mediados de 1932 venían distanciándose y criticando al inerme SPD, y que a esa altura arrastraban, plantea Erich Fromm, junto a la gran masa obrera un estado psicológico “de cansancio y resignación íntimos” y un “desmoronamiento de sus esperanzas”, rehuyeron resistir a la dictadura de Hitler y se mostraron burocratizados, pasivos e imbuidos de legalidad, tan ineficaces como los dirigentes políticos socialdemócratas, siendo Theodor Leipart, el presidente de la Confederación General de Sindicatos Alemanes (Allgemeiner Deutscher Gewerkschaftsbund o ADGB) y su política de ajuste al régimen nazi, la mejor muestra de aquello.  Leipart evitaba resistir a la dictadura de Hitler -“Organización no manifestación: ¡ésa es la consigna del momento!”, decía-, y en su imaginario intento de salvar la estructura sindical del nazismo y adaptarse elásticamente, los líderes sindicales  se alejaron del SPD y prometieron neutralidad política. Muy pronto, el nazismo a sabiendas que en las últimas elecciones de comités de empresa celebradas en la primavera de 1933 los resultados no los favorecían, el 2 mayo de 1933 y después de las celebraciones del Día Nacional del Trabajo, donde la ADGB llamó a participar, el nazismo destruyó a los sindicatos libres, ilegalizándolos y apropiándose de sus bienes, dinero, junto con encarcelar a sus dirigentes, siendo sustituidos por el Frente Laboral Alemán (Deutsche Arbeitsfront o DAF). “La adaptación hasta el autosacrificio no salvó a los sindicatos. La ilusión de que incluso el Estado nazi los necesitaría se hizo añicos”, subraya Kai Doering.  Todo aconteció sin resistencia, sin huelga general ni manifestaciones en contra importantes. No solo estaba el hecho que el desempleo y la depresión económica habían debilitado la fuerza de la resistencia de los sindicatos socialistas, sino que al igual que los líderes del SPD, los sindicalistas socialdemócratas estaban burocratizados y le temían a la guerra civil y, cuestión clave, también tenían, reconoce Franz Neumann, “una incomprensión absoluta del carácter real del nacional-socialismo”, de su condición totalitaria-terrorista. 

Con los primeros golpes que el régimen nazista le dio a la socialdemocracia y a los sindicatos libres, a su prensa (200 diarios), a sus bienes, a sus órganos paramilitares de defensa de la República, a las Juventudes Obreras Socialistas, incluida la clausura de la Fundación Friedrich Ebert, se demostró que el SPD y su formidable red de organizaciones, como apunta Richard Bessel, “era poco más que un tigre de papel, un castillo de naipes que se vino abajo en marzo y abril de 1933.” El 22 de junio de 1933, después que el socialista Anton Schmaus resistiera un ataque nazi dando muerte a tres miembros de las milicias nazis llamadas Sturmabteilung o “SA” durante la “Semana de la sangre de Köpenick” (Köpenicker Blutwoche), y que el Ejecutivo del SPD en el exilio llamara a derrocar a Hitler, el SPD fue completamente aplastado, la tiranía nazi lo ilegalizó, fue declarado un “partido hostil al Estado y al pueblo”. Al día siguiente, el nazi Goebbels consignaba en su diario: “SPD disuelto. ¡Bravo! ¡El estado total no tardará en llegar! Con la dictación de la “Ley contra la formación de nuevos partidos” (Gesetz gegen die Neubildung von Parteien) del 14 de julio de 1933, se prohibieron todos los partidos excepto el NSDAP, quedando así definitivamente constituido el Estado nazi de partido único.  En pocos meses Hitler había destruido la democracia alemana y a la socialdemocracia.

A modo de término y haciendo nuestra la conclusión de Richard N. Hunt, en cuanto a que a pesar de los errores y omisiones de los socialdemócratas durante el periodo republicano, “también hay que reconocer que, sin los socialdemócratas, la República no se habría creado en primer lugar, ni habría sobrevivido ni siquiera catorce años sin su apoyo constante”, no podemos dejar pasar la igualmente válida conclusión de Donna Harsch, cuando señala que “debido a que la Socialdemocracia constituyó el pilar popular más importante de la República de Weimar, su incapacidad para enfrentar efectivamente el asalto nazi a la República es central en la historia de la disolución de Weimar.”  

*Diploma Superior en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales (FLACSO/Chile) y Magister en Ciencias Sociales, Mención Teoría Política, de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS). Actualmente reside en la ciudad de Arica. Email: jmrevecodv@gmail.com 

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