MÁS DEMOCRACIA PARA UNA MEJOR ECONOMÍA


Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL CLARIN (Chile) el día 29 de enero de 2021.

El capitalismo fabril y la democracia política no son hermanos gemelos. No nacieron juntos. El sistema capitalista fabril nació con bastante independencia de la democracia, y exhibió inicialmente condiciones de terrible explotación de hombres, mujeres y niños, durante jornadas extenuantes en el seno de talleres fabriles bien parecidos a las cárceles. Igualmente, se amparó en gobiernos autoritarios y se expandió por el mundo, hasta donde pudo, a costa de sangre y de pólvora, sin ningún tipo de miramientos a los derechos ni a las tradiciones de los pueblos con que entraba en contacto. 

La democracia, a su vez, seguía en la historia y en la geografía, sus propios y diferentes derroteros. 

Pero llegó un momento de la historia en que estos dos poderosos movimientos tectónicos coincidieron y se aparearon, quizás no como un matrimonio feliz de dos enamorados, pero por lo menos como una pareja de convivientes por conveniencia mutua. La caída de emperadores y reyes absolutos coincidió y se apoyó en la idea de que la soberanía radicaba en el pueblo – y no en la cabeza de un solo hombre – y dio origen a grandes virajes en la historia moderna.  La idea de que en cada ciudadano descansaba un pedazo de la soberanía política se sumó armónicamente con la idea de que cada vez que ese ciudadano acude al mercado a comprar o vender, decide el curso de la economía y de producción nacional. Son ideas que en alguna medida se complementan. Se asume que en ambas caras de la moneda – en el sistema político y en el sistema económico – el ciudadano expresa su libre y soberana decisión, y esa decisión se conjuga, gracias a una mano invisible y maravillosa, con la de miles de sus iguales y produce un determinado resultado¸ que es la consecuencia de todos en general y de nadie en particular. 

En la realidad de las cosas, ni en el sistema político ni en el sistema económico los fenómenos suceden en forma tan romántica como la teoría supone. En ambos frentes la voluntad de las mayorías es violentada o manipulada por quienes tienen mucho poder político – y tienen mil herramientas como para conservarlo – y por quienes tienen mucho poder económico y muchas ganancias extraordinarias, alejadas de las condiciones medias que imperan para los demás agentes económicos. Las cosas se complican más aun cuando los que tienen poder de mercado -y por lo tanto más riqueza que el común de sus iguales – se confabulan con quienes tienen poder político, de todo lo cual resulta una mazamorra que no tiene nada que ver ni con la democracia política ni con la interacción entre iguales en mercados competitivos.  

Pero nada de eso sucede como consecuencia de una ley de la naturaleza ni de una maldición divina. Se puede salvaguardar, proteger, aumentar y profundizar la democracia, y utilizar todo aquello para combatir los abusos y el poder extraordinario de los detentadores del poder económico – precisamente como una formula necesaria para salvaguardar y profundizar la democracia – de modo de construir una sociedad más justa y más solidaria. Se puede. Las luchas del de los últimos cien años, en nuestro país y en otros, han sido por obtener más y mejor democracia, por y para generar una mejor distribución del ingreso y combatir los abusos del poder económico. Ese binomio tan simple sigue presidiendo las luchas del presente. Más democracia, no solo en las esferas del sistema político, sino en el seno mismo de la economía empresarial, para generar un sistema político y económico con derechos sociales, con empleos dignos y con una mejor distribución del ingreso. Se puede.

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