Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL CLARÍN (Chile) el día 2 de abril de 2020
En Chile, en el corto plazo, habrán miles o millones de personas que carecerán en forma absoluta de ingresos y que no tendrán condiciones como para conseguirlos. Sus familias estarán en alto riesgo de padecer hambre, enfermedades o muerte. Habrán otros millones que tendrán algún ingreso, pero de menor cuantía que el que les permitía medio vivir hasta el año pasado. Veamos.
Los trabajadores informales -que son más de dos millones de personas – aun cuando puedan salir a las calles, no se encontrarán allí con sus compradores habituales, sino con muchos menos, y cada uno de los cuales, a su vez, tendrá menos capacidad de compra, y no comprarán – en los mercados formales o informales – sino aquello que les sea absolutamente imprescindible. ¿De que vivirá entonces esta masa de trabajadores? Puede que logren ser beneficiados con el subsidio Convid 19 – que en realidad alcanza para bastante poco – pero, aun así, su ingreso se verá sustantivamente reducido, bordeando el nivel del cero absoluto.
Los trabajadores por cuenta propia – que no son exactamente igual a los informales – son también cientos de miles. Allí está el que tiene una tiendita de barrio, o un puesto de venta de cualquier cosa. No sin informales. Dan boleta de compraventa a cada uno de sus clientes y pagan impuestos. Son pymes o empresas familiares. Pero todos ellos verán también reducidas sus ventas y sus ingresos, pues su mercado habitual quedará reducido a su más mínima expresión.
Los trabajadores formales, a su vez, que se supone que son corrientemente los que tienen mayores mecanismos de defensa, se verán enfrentados a tener que trabajar parcialmente o no trabajar en absoluto. En su nueva condición de semi cesantes, podrán recibir algún subsidio, pero siempre menor que sus ingresos anteriores.
Los que pensaban jubilar este año, aun con pensiones bastante bajas, se encontrarán ahora con que incluso estas se han venido abajo, pues las inversiones que las AFP hicieron de sus fondos resultaron plata perdida.
Los trabajadores de cuello y corbata, pero que trabajaban a contrata, podrán ser cesanteados con gran facilidad y con pocas posibilidades de recurrir a fondos de cesantía.
Todo lo anterior traerá cesantía, hambre y desesperación a millones de hogares chilenos. Incluso en su nueva situación carecerán de los mecanismos que antaño les otorgaban fuerzas y esperanzas, como eran la unidad y la solidaridad de sus iguales. No funcionarán los sindicatos, ni las juntas de vecinos, ni las ollas comunes, pues el miedo al contagio tiende a evitar, en forma voluntaria u obligatoria, toda la sociabilidad y el encuentro. Muchos de esos hogares carecen, además, de conexiones electrónicas como para mantenerse comunicados con sus amigos, familiares y colegas de trabajo. El encierro – voluntario u obligado – es inviable cuando muchos miembros de la familia duermen en la misma pieza. El aislamiento social – donde se libra gruesa parte de la batalla contra el virus – está realmente solo al alcance de los sectores más pudientes de la población.
Toda esta situación de bajos o nulos ingresos para millones de chilenos, traerá, su vez, menor demanda de las mercancías y bienes de consumo que les eran habituales, con lo cual las empresas verán reducidas sus ventas y se verán inducidas a bajar su nivel de producción y de contratación, con lo cual la crisis y la catástrofe que se avecina se multiplicará, se acelerará y se profundizará. La crisis económica trae dramáticas consecuencias sociales, y estas a su vez, redundarán en mayores consecuencias negativas sobre el aparato productor. El atender la demanda y el consumo de la población – ahora, pronto y a cualquier precio – no solo aparece como un imperativo de orden moral para la sociedad chilena. Si la derecha fuera un poco más sensata y menos inmediatista y ambiciosa, se daría cuenta que la caída en los niveles de empleo y de ingreso se traducirá, tarde o temprano, en menores ingresos para todo el mundo, incluso para ellos, además de generar un ambiente social y político de alta explosividad. Si todo esto sigue su marcha, que Dios nos pille confesados.