En los últimos meses hemos presenciado masivas movilizaciones del movimiento feminista, expresado primero en grandes marchas contra la violencia de género y más recientemente en las llamadas “tomas feministas” en diversas universidades, protestando principalmente contra la violencia y el acoso sexual y exigiendo una educación no sexista.
No cabe duda que esta amplia protesta social ha impactado al país. Incluso el gobierno, a pesar de la tradición conservadora de la derecha, ha presentado una “agenda mujer”, centrada en las demandas del feminismo liberal, a la vez que ha recogido algunas iniciativas planteadas en el programa de la ex Presidenta Bachelet.
El oportunismo de la derecha no nos extraña, pero sí sorprende que se describa este movimiento como de generación espontánea, como una supuesta irrupción sorpresiva de las feministas jóvenes, desconociendo la continuidad histórica de los movimientos de mujeres y feministas en Chile que han desplegado por décadas una lucha constante e invisible para muchos. Su gran logro es que la actual movilización feminista ha tomado con fuerza algunas de sus banderas históricas. Las “tomas feministas” han sido posibles precisamente por el largo devenir de las organizaciones de mujeres para obtener el derecho a voto, para ingresar a la educación superior, para derrotar a la dictadura, para enfrentar la precarización de las condiciones laborales de las trabajadoras, para ampliar el ejercicio de derechos sexuales y reproductivos, para acceder al poder político. Ojalá las feministas jóvenes así lo entiendan, no parten de cero, no refundan, sino que son continuadoras de una larga lucha en la que se sitúan con nuevos bríos, con nueva fuerza, interpelando a la sociedad en su conjunto.
En este largo proceso, el Partido Socialista ha tenido también un rol por lo que este movimiento feminista no debiera serle ajeno ya que ha contribuido a generar las bases que lo generaron, paradojalmente sin tener mucha conciencia de ello. Efectivamente, la promulgación de diversas leyes emblemáticas como las de filiación, violencia intrafamiliar, matrimonio civil, las leyes a favor de las trabajadoras de casa particular, y de las temporeras, la de igualdad de remuneraciones, la de la “píldora del día después” y la de despenalización del aborto, por nombrar algunas, han contado con el apoyo y muchas de ellas han sido iniciativas de parlamentarios(as) socialistas.
La primera agenda pública de equidad de género la puso en marcha la ex Presidenta Bachelet. Su liderazgo, en iniciativas como la paridad, la representación política de las mujeres, la igualación de derechos para los niños y niñas desde la cuna; y los derechos sexuales y reproductivos, entre otros, han ampliado el ejercicio de los derechos y significado importantes avances. Asimismo, diversas políticas públicas que se hacen cargo de importantes brechas de género, tales como la reforma previsional y las garantías en salud que incluyen las necesidades de las mujeres, han sido impulsadas por autoridades gubernamentales socialistas.
En el plano interno, a pesar de que persisten prácticas machistas y discriminatorias, el Partido Socialista fue uno de los primeros que estableció cuotas en sus directivas y es el único que tiene paridad de género en todos sus cuerpos colegiados, así como una Vicepresidencia de la Mujer en el nivel más alto de conducción partidaria. En la actualización de su declaración de principios se ha definido como antipatriarcal y ya en el año 1992 formuló el primer Programa Socialista de la mujer. En sus Congresos se ha pronunciado por amplia mayoría a favor del aborto, ha prohibido expresamente que militantes condenados por violencia de género postulen a cargos de representación, y hoy está elaborando un protocolo de actuación ante situaciones de acoso sexual en la actividad partidaria.
No sólo se ha actuado desde la institucionalidad pública o partidaria, destaca también la participación activa de las socialistas en el movimiento de mujeres, en las calles, en las campañas, en las marchas, en las organizaciones. En el mundo del trabajo de dirigentas socialistas han contribuido a formar las Mesas y Secretarías de género en la ANEF y en la CUT. También destacadas mujeres socialistas, como Julieta Kirwood, han aportado sustantivamente al desarrollo teórico del pensamiento feminista en Chile.
Sin embargo, pareciera que no nos apropiamos de nuestra propia historia, de nuestra propia acción política y ciertamente en lo conceptual y doctrinario no se ha integrado el pensamiento socialista y el feminista, por lo que aún no se logra incorporar la igualdad de género, junto a la igualdad social, como elemento sustancial del proyecto y del programa socialista. Hacia allá debemos avanzar en nuestra próxima Conferencia de Organización y Programa.
Porque justamente nuestra historia y las nuevas realidades culturales nos exigen profundizar nuestra acción política contra las desigualdades estructurales entre hombres y mujeres, asentadas en la división sexual del trabajo y en el sistema patriarcal. Considerando que nuestro reto es construir una sociedad igualitaria en el amplio sentido, entonces en cada acción partidaria esta dimensión de igualdad de género y la lucha consistente contra el patriarcado en todas sus expresiones debe estar presente.
Y esta definición tiene implicancias prácticas, significa priorizar en las agendas laborales las medidas para enfrentar la precarización laboral y los menores salarios de las trabajadoras. En la propuesta de nuevo sistema de pensiones no se podría ignorar que las mujeres son las más perjudicadas en el actual sistema de AFP. En las políticas de seguridad pública debieran hacerse cargo de la mayor inseguridad y violencia que viven las mujeres tanto en el espacio público como privado. Y el nuevo modelo de desarrollo tendría necesariamente que abordar el trabajo de reproducción social que desarrollan gratuitamente las mujeres, la denominada “economía del cuidado”. La nueva Constitución Política debiera incluir la igualdad entre hombres y mujeres y la democracia paritaria como principios, e incorporar la participación social, política y económica de las mujeres, la vida libre de violencia y la salud sexual y reproductiva, entre los derechos a garantizar. Asimismo, en materia educativa la erradicación del sexismo que reproduce los estereotipos y las desigualdades de género constituyen un objetivo central, lo que implica modificar sustantivamente los programas y textos escolares, la formación y evaluación de los profesores, las prácticas educativas y los procesos de formación de la educación superior
Lo que la movilización feminista ha visibilizado y puesto en el debate público es que el machismo y el conservadurismo cultural que subordina a las mujeres siguen organizando las relaciones sociales en Chile, así lo ratifican los informes de desarrollo humano y nuestras propias experiencias.
Junto a lo anterior, avanzar en la agenda socialista-feminista requiere fortalecer y romper la fragmentación del movimiento social y político de mujeres, “cruzar los puentes” entre las organizaciones populares y políticas de mujeres y los colectivos de feministas jóvenes, asumiendo prioritariamente las diversas demandas de las mujeres que viven discriminaciones múltiples: las migrantes, las de sectores populares, las de pueblos originarios y las de minorías sexuales.
Carmen Andrade.
Directora de Igualdad.