Manuel Almeyda: un hombre intachable

Camilo escalona, Presidente Instituto Igualdad.

Quisiera rendir homenaje en el día de hoy a Manuel Almeyda Medina, quien fuera secretario general del Partido Socialista de Chile, presidente del Movimiento Democrático Popular, fallecido en el curso del día y cuyos restos se están velando en la sede del Partido Socialista. Manuel Almeyda fue un médico muy destacado que abrazó la lucha política por circunstancias de la vida y por una situación especialmente excepcional que vivía nuestro país, cual era la ausencia de democracia. Hasta el 11 de septiembre de 1973 Manuel Almeyda se dedicó a la medicina, al estudio, a lo que era su vocación y con el curso de los años, ante la prolongación del régimen dictatorial fue, poco a poco, involucrándose en la actividad política, en la que no era, ni mucho menos, un activista permanente, hasta que en el marco de la situación que se produjo el año 1983, en las llamadas Protestas Nacional, la situación social que se produjo con la gravísima crisis económica que vivió el país, el aumento de la cesantía y, naturalmente, la demanda de libertad y democracia, las movilizaciones estudiantiles, poblacionales y sindicales, lo llevaron a un plano de liderazgo político que, la verdad, él no había buscado en lo personal. Las circunstancias lo transformaron en un representante de una demanda ciudadana de restablecimiento de la democracia, de la que tuve la posibilidad de conocer personalmente en los años 1983, 1984, 1985 y sucesivos.

En el marco de esta situación, se decidió por el régimen dictatorial el estado de sitio y se cerró el espacio público y legal que había ocupado; Manuel Almeyda tuvo que volver a refugiarse en la clandestinidad y, en consecuencia, me tocó convivir con él larguísimo tiempo, años y meses en que su carácter que era vehemente, decidido y valiente, tenía que, lamentablemente, chocar con el limitado espacio de la convivencia en la ilegalidad, obligado a largos meses de encierro y a soportar condiciones de vida en la clandestinidad que son durísimas, para evitar que los servicios represivos de la época lo detuvieran y, en consecuencia, tener su vida en constante riesgo y peligro.

Incluso, cuando vivió un corto período de legalidad sufrió físicamente los efectos de la represión directa, cuando en una manifestación pública, en la Plaza Artesanos, entraron en acción por primera vez los llamados «gurkas», asumiendo el nombre de un grupo de choque de elite del continente asiático, quienes lo golpearon violentamente, haciendo uso de laques y de otros elementos contundentes, que le provocaron un grave traumatismo y cuyas secuelas en su físico se mantuvieron hasta el día de su muerte, ya que le dejaron huellas imborrables en su rostro y en su cráneo.

Manuel Almeyda fue siempre socialista, siempre tuvo como vocación la justicia social y la búsqueda de una sociedad mejor, pero no buscó él, en lo personal, un rol de liderazgo público como el que en algún momento llegó a tener en nuestro país.

Después de restablecida la democracia, aportó al Partido Socialista desde una responsabilidad directiva. Como era su carácter, el de un hombre austero y sencillo, finalmente estuvo lejos de la vida pública, del sensacionalismo, de los oropeles o de las ingratitudes, sinsabores, alegrías y amarguras que significa la actividad política pública y ha muerto como habitualmente siempre fue, un hombre digno, honesto, intachable, que tuvo las más altas responsabilidades, pero que nunca, en ninguna circunstancia las utilizó en beneficio personal; por eso, me he permitido, aquí en el Senado, rendir un homenaje a su memoria, en el día de su fallecimiento.

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