Los resultados de las recientes primarias parecen consolidar la impresión de que estas elecciones presidenciales no se resolverán en el ámbito de los “problemas concretos de la gente” sino, fundamentalmente, en el de las grandes definiciones estratégicas del país. Por los discursos, esbozos programáticos y liderazgos en juego, se refuerza la imagen de una presidencial con densidad histórica y la primera de un nuevo ciclo político.
Otra de las señales enviadas por los resultados de las primarias parece venir del poderoso distrito 23 (Las Condes, Barnechea, Vitacura), donde esta vez se definió la disputa en la derecha. Allamand, de nuevo, ha sido enviado a una “travesía del desierto”. Paradojalmente, la primera vez por liberal y ahora, la segunda, por conservador. Quizás si se hubiese arriesgado un poco más y se hubiese atrevido a balbucear en uno de los debates la palabra “dictadura”, un sector importante del centro y de la derecha liberal no hubiese traspasado su voto a Velasco. Ningún votante liberal sintió que se jugaba algo relevante en la disputa Longueira-Allamand. Grave error de cálculo electoral de Allamand y, de paso, un gran signo de interrogación a la identidad “popular” de la UDI, la cual selló su triunfo en los sectores más pudientes de la sociedad chilena.
¿Y qué pasó con la Democracia Cristiana? Tenía un gran exponente en Claudio Orrego. Una explicación piadosa es que Bachelet capitalizó un voto transversal. La otra es que el centro político en nuestro país se ha vuelto un espacio sujeto a nuevas disputas: si por décadas, en el siglo XX, perteneció a los radicales y luego pasó a manos del socialcristianismo, ahora parece que se ha vuelto un espacio que reclama el regreso a un liberalismo laico. ¿Seguirá siendo, por mucho tiempo más, el centro político chileno, la expresión de la corriente socialcristiana o entrará a disputarlo con fuerza un nuevo liberalismo más inequívocamente liberal en lo valórico? Está aún por verse y pareciera que la pérdida de ascendiente de la Iglesia Católica en los últimos años pudo haber jugado en contra del discurso marcadamente religioso-aunque en clave lúdica- que asumió Orrego durante su campaña.
¿Y qué puede temer Bachelet luego de un éxito tan apabullante? Tal vez, ser presa de ese mismo éxito. Creer que la gran movilización y votación de sus partidarios en las primarias ha conjurado el abstencionismo y el escepticismo que cruza, de manera transversal, a la sociedad chilena, en particular a sus jóvenes. Que su triunfo se vea tan seguro que los votantes busquen otros candidatos para “enviar” mensajes políticos y no le permitan ganar en primera vuelta como desea. Que no asuma a cabalidad que hoy la política chilena se da, a lo menos, a tres y no a dos bandas, y que un vasto y multiforme movimiento social recela profundamente de las lógicas y representaciones políticas del presente. El desganado video de tres ex dirigentes estudiantiles comunistas llamando a votar por Bachelet o el alegre cierre de campaña a pocas horas de los desalojos de un grupo de liceos, es quizás la mejor expresión de la falta de sintonía que aún persiste entre el mundo de Bachelet y la sociedad chilena post 2011.
» Savoir pour prévoir, prévoir pour pouvoir». Saber para prever, prever para ejercer el poder.La célebre máxima de Comte viene al caso a raÃz de este conciso,contundente y reflexivo artÃculo de Ernesto Ãguila sobre polÃtica nacional.