Reflexiones sobre momentos testimoniales en la obra teatral Gladys, de Elisa Zulueta.
Publicado en Revista Ballotage.
“A dónde está mi familia, señor
La guerra fría los congeló
En el frío más abrigador
Dormía yo y alguien me despertó.”
(Fragmento de la canción “Extraño a mi mamá” [1])
“¿Lo sabías, tú, Ian?” “No, Uxue”, contesta Ian. “Yo no lo sabía”, dice Uxue. “¡Impresionante!”. La repetición constante de este diálogo, por parte de Uxue, una mujer con Síndrome de Asperger e Ian, su hermano profesor, convoca las carcajadas del público asistente a ver la obra teatral Gladys. Ian manifiesta su desconocimiento ante los datos que entrega Uxue sobre las peculiaridades del nacimiento de mellizos en animales, por lo que Uxue apoya la aseveración con un sonoro “¡impresionante!”. Impresionante resulta no saber y, de pronto, enterarse de lo desconocido. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿es impresionante cuando, a pesar de que supimos, luego de un tiempo ya no sabemos más?
El hilarante diálogo transcurre en una cena de Noche de Reyes. Una familia, casi convencional, come antes de abrir los regalos que los reyes magos han traído para cada uno de ellos. La testarudez de Uxue producida por padecer este trastorno del desarrollo, su comportamiento infantil a pesar de sus más de 20 años es enfrentado por una familia que se debate entre el afán de querer ver a esta niña-mujer como un adulto responsable o, bien, de ignorarla en sus “excentricidades”. Sólo Ian, con paciencia ciertamente pedagógica y amor fraterno, sigue el juego de esta mujer cuyo cerebro no funciona de manera ordinaria. Su familia, no obstante, insiste en ver en ella normalidad.
La obra Gladys, escrita y dirigida por la directora Elisa Zulueta Yáñez cuenta la historia de una familia de descendencia vasco-española que, en la celebración de Noche de reyes, recibe la inesperada visita de Gladys. La tradicional familia está compuesta por Ander, un padre viudo (Sergio Hernández) y sus tres hijos: Lucía, la hija modelo y estudiante de medicina (Elisa Zulueta); Uxue, la hija con Síndrome de Asperger (Antonia Santa María); e Ian, el hijo mayor y profesor de párvulos (Álvaro Viguera). A ellos se suma Ane, la hermana solterona de Ander (Coca Guazzini), quien ha criado a sus sobrinos y asume el papel de perfecta y maternal dueña de casa. Y, por supuesto, está Gladys, la hermana “olvidada” de Ander y Ane.
Ian desata el conflicto dramático cuando al enterarse de la existencia de una tía, Gladys -que por desconocidas razones no vive junto a ellos-, la invita a venir a la cena familiar de Noche de reyes. Gladys reside en Estados Unidos y acude a la invitación de su sobrino: ella, al igual que Uxue, padece el Síndrome de Asperger. La reacción de extrañeza de Ane y Ander ante el sonido del timbre en plena cena abre las puertas a una seguidilla de sorpresas y desconocidas historias que se develarán a lo largo de la noche.
Lo desconocido es, sin duda alguna, el hilo argumental de esta obra dramática. Y, junto a lo desconocido, es también hilo argumental lo impresionante que resulta vivir en la ignorancia de aquello que se desconoce. Más aún cuando lo desconocido ha sido ocultado, conscientemente, por quienes suponen hacer el bien a una comunidad. La familia de Gladys, específicamente sus hermanos, Ander y Ane, son los responsables de su obligado exilio hacia Estados Unidos, por el bien de la familia.
“¿Por qué no sabemos nada de ti, Gladys?” (Zulueta, 2012) pregunta, con ascendente angustia, Lucía, la complaciente hija de Ander. “¿Por qué no estás en nuestras fotos?” Gladys comienza a inquietarse moviendo los brazos agitadamente. Sabe la verdad y no la puede retener por más tiempo. Gladys ha sido borrada de los recuerdos familiares, aun cuando existe otra integrante de la familia que padece el mismo síndrome. Ella, en su eterna ingenuidad, asume la orden de exilio, pero no calla las razones de la imperante decisión de sus más cercanos familiares. Quienes padecen síndrome de Asperger no pueden mentir, no poseen ese filtro que permite ocultar la información según la conveniencia personal o la de otros.
Tiempo atrás, cuando los tres hermanos eran jóvenes, Gladys se hace amiga de una chica de su colegio que accede a trabajar junto a ella. La proximidad de esta chica produce gran espanto en Ane, cuya intolerancia hacia los homosexuales –y hacia todo tipo de diferencia cultural y social- gobierna su comportamiento frente a los otros. En cierta ocasión, la amiga de Gladys se queda en la casa y pide dormir desnuda en su cama, desatando un escándalo de proporciones en el conservador hogar. Sin embargo, no es esta cercana amistad la que produce espanto en la familia, sino que existe otra gran razón. Gracias a esta amistad, Gladys se entera que su padre trabaja “limpiando” papeles de personas asesinadas por militares. Gladys, sufre de Síndrome de Asperger y no puede callar: por lo tanto, debe ser exiliada.
La casi perfecta familia guarda un secreto. Ocultar aquella verdad implica mandar lejos a un integrante de la propia familia en una paradójica situación: ya no son los perseguidos por su opción política los que deben huir, sino que deben salir aquellos que saben la verdad a pesar de pertenecer al bando “apropiado”. Gladys debe adaptarse a un país ajeno que, como muchos, debió acoger a exiliados durante la dictadura militar en Chile. Y el regreso, por supuesto, no es fácil. Así como Gladys reabre heridas que se quieren ocultar bajo un manto de felicidad familiar, el regreso de exiliados a Chile y de otras formas de recuerdo reabre heridas que nunca fueron sanadas en un país que se ha esforzado en olvidar.
“Escribo para olvidar esto, es un hecho”, dice Droguett al comenzar su novela Patas de Perro. El olvido siempre suele ser conducido. Aparente signo de abandono, en realidad se lleva a cabo mediante un mecanismo serio -y a veces repugnante- de entierro del recuerdo. Tal como afirma Nelly Richard, la vuelta a la democracia en Chile significó la reducción de lo político y, con ello, de los contenidos fracturados del recuerdo mediante una triple fórmula: consenso, memoria y mercado (16). La metódica manipulación de los medios masivos y la continua preocupación por progresar fueron las claves de un exterminio paulatino y constante de la memoria reciente de la sociedad. Se exoneran culpas, se reduce el conflicto ideológico a una problemática de víctima y victimario, se subestima la tortura hasta el punto de llevarlo a mera ficción y, entonces, voilà!, a transición ha hecho su trabajo.
De esta manera, ad portas de cumplirse 40 años desde el Golpe Militar en Chile, hay situaciones que la mayor parte de la población piensa que ya deben estar resueltas. De pronto el tiempo pasa vertiginosamente y crea la ilusión de que todo ya está dispensado. Los recuerdos borrosos, aún llenos de tabúes, yacen almacenados en el fondo de nuestra historia nacional oficial. Gladys es una alegoría de esta terrible situación; una familia que relega el recuerdo traumático hacia otro lugar, queriendo dejarlo para siempre allí, porque no presta utilidad alguna, tal como reprocha Ander a Ian:
“Y tú con tu rebeldía no fundaste otra patria, no salvaste el mundo. Lo dejaste igual de tirado. No arreglaste nada. No salvaste nada. Tú quieres que yo reconozca qué. Quieres que perdone a quién. Si te muestro un subterráneo lleno de hermanas escondidas no vas a salvar nada, y vas a seguir buscando hoyos en mi patio” (Zulueta, 2012).
Sin embargo, siempre surgen voces que retoman la senda del recuerdo ocultado.
Ian se convierte en la voz de muchos que hoy en Chile luchan contra un sistema de progreso “mata recuerdos” y trae de vuelta a su tía Gladys casi impelido por una misión esencial de vida: “Yo crecí y sabía que había que llevar todo a la superficie, rescatar a los muertos cuando floten” (Zulueta, 2012). Basta sólo traer al presente aquello que se quiso ocultar en el pasado, para que entonces la tragedia de recordar se suceda. Y es una tragedia, porque devela la fractura de una familia que intenta ser feliz a sabiendas de que no puede serlo con la herencia de un padre cómplice de asesinatos. Bien lo dice Ane en su propio mea culpa “Se me aprieta el pecho de pensar en esa gente feliz” (Zulueta, 2012). Colaboradores y víctimas parecen ser justos dolientes del mismo peso.
Gladys es un retorno al recuerdo oculto y manipulado del pasado, pero desde una perspectiva contemporánea. El teatro y la literatura en Chile han sido bastiones de esa barrida general que los poderes oficiales han intentado ejercer en la sociedad chilena (sin menospreciar el trabajo documental y testimonial, por supuesto). Donde la televisión cubría, con relucientes y bellas imágenes, las torturas y vejámenes de millares de chilenos durante la dictadura militar, un verso y un diálogo dramático reanimaban el recuerdo. Sin mayor investigación, los textos de Juan Radrigán y Ramón Griffero dan cuenta de este permanente ejercicio de memoria con obras como Redoble fúnebre para lobos y corderos (1981) y Cinema Utopía (1985), entre otras. Lo testimonial se hace parte inherente de la literatura chilena desde los años setenta en adelante, asumiendo, en palabras de Kohut, “una función casi terapéutica” (31). Gladys, escrita en pleno siglo XXI, es constatación de un hecho innegable: aún vivimos en un cruento sistema de amnesia dirigida.
Es así como la presencia de Gladys y de Uxue representa el límite de una historia nacional actual que no sólo se caracteriza por su fractura, sino que por su descontrol dentro de una estable máquina de hegemónico orden. Ambos personajes desde su trastorno mental son mediadoras de la verdad: Uxue devela la idiosincrasia de una familia intolerante frente a lo distinto; Gladys devela el ocultamiento de la verdad en sus máximas consecuencias. En la otra vereda, la de la “gente normal”, Ian y Lucía realizan sus descargas: Lucía ve cómo la imagen del padre-dios (Ander) se desmorona ante sus ojos; Ian relaciona su creciente frustración con ese tipo de relaciones, hechas a bases de mentiras y despótico poder, asumiendo que su fractura es total: “No me sigas culpando a mí, Ander, que estoy podrido de pena y la he llevado con toda la dignidad inculcada. Nos faltó madre, al país le sobró hombría” (Zulueta, 2012).
He aquí un espejo preciso de nuestra realidad nacional: una población sometida que necesita de ese límite donde se pierde la razón para comprender y para aceptar. Que vive llena de rencores y de falsos dioses, pero que, de a poco, da pasos decisivos como los de Ian. Seguramente nos faltan más Gladys y Uxues que permitan develar esos caminos que no nos atrevemos a recorrer, porque definitivamente duelen y llegan a ser parte de una macabra pesadilla. Pero son reales y así lo evidencian los numerosos testimonios existentes en Chile sobre la dictadura militar.
Sin embargo, no sólo es el testimonio en sí el que permite este recordar, sino que también lo son estos momentos testimoniales a lo largo de toda la literatura nacional. Pues la literatura alberga un testimonio sobre una historia no oficial, pero también un apartado alejado del dato fáctico, de la fecha y las relaciones de causa y efecto estándar que de alguna u otra forma mantienen los testimonios. Ese momento testimonial en lo literario se esfuerza por recordar, por tener presente cómo la dictadura en Chile reorganiza los sentires de una población que ya no volverá a ser la misma que soñó con un movimiento socialista en los años setenta. Se trata de testimoniar de qué manera las ideologías se fueron pudriendo y llegaron a convertirse en eso que tenemos ahora, un olvido que angustia y que termina por impresionar. No por su novedad, sino por la evidente verdad que encierra. Porque la verdad sigue oculta a pesar de que existen mujeres, hoy, que en pleno desierto de Atacama buscan desesperadamente huesos de sus detenidos desparecidos [2]. “Impresionante”, diría Uxue.
“¿Por qué cuando cierro los ojos no puedo recordar tu rostro?” (Zulueta, 2012), increpaba Lucía a una desconcertada Gladys. A veces no recordamos porque no queremos, otras porque simplemente se nos ha educado para no recordar. Sin embargo, es en la dramaturgia, en la narrativa y la lírica chilena dónde se sigue haciendo incesantemente la pregunta de Lucía. Es labor, entonces, de los lectores y de quienes enseñamos a leer, convocar a las respuestas, sean éstas impresionantes o no. De todas maneras, a estas alturas, necesitamos, urgentemente, respuestas.
Notas al pie:
- [1] Canción compuesta por Rodrigo Santa María para la obra teatral “Gladys” y cantada por Uxue, Gladys e Ian a modo de cierre de la historia dramática.
- [2] Historia relatada en el documental Nostalgia de la luz, del Director Patricio Guzmán. (Atacama Productions. 2010).
Bibliografía:
- GLADYS, Aut. Elisa Zulueta. Dir. Elisa Zulueta. Reparto actoral. Sergio Hernández, Elisa Zulueta, Antonia Santa María, Álvaro Viguera y Coca Guazzini. Teatro Universidad Católica. 17 de octubre. 2012. Representación teatral.
- KOHUT, Karl y Morales, Saravia; La literatura chilena hoy. La difícil transición. Madrid. Iberoamerica, 2002.
- RICHARD, Nelly. “Recordar el olvido”. En Volver a la memoria. Raquel Olea y Olga Grau (comps.) Santiago de Chile: LOM Ediciones (pp.15-20), 2001.