El ex canciller Clodomiro Almeyda recuerda en sus memorias un encuentro, a comienzo de los 70, con el Primer Ministro chino Chou En-lai, en el que luego de explicarle detalladamente el proyecto de la Unidad Popular y sobre todo las estrategias y alianzas que este contemplaba para lograr con éxito sus objetivos, el experimentado líder chino de la “larga marcha” se limitó a preguntar lacónicamente: “¿Y si no resulta?”.
Ha pasado mucho tiempo y mucha historia desde aquella anécdota y los socialistas de hoy parecen tener nuevamente la posibilidad de volver al gobierno, esta vez como parte de una coalición que reúne a socialcristianos, liberales, socialdemócratas y comunistas. La estrategia para ganar electoralmente parece mucho más clara que la que se tiene para asegurar un buen gobierno. La primera está cimentada en la hasta ahora incontrarrestable e incombustible popularidad de la ex presidenta Bachelet. La segunda –la de gobernar bien- se ve amenazada por la persistencia de las principales trabas institucionales que impiden la conformación de una mayoría parlamentaria que acompañe al Presidente y su programa.
Se suele preguntar de manera un poco retórica si el próximo gobierno será el quinto de la Concertación o el primero de un nuevo ciclo histórico; el gran ciclo de la derrota de la desigualdad, podríamos agregar. No es fácil decirlo, si se considera que es posible tener la intención genuina de ser el primer gobierno de una nueva etapa pero quedar atrapado en la maraña institucional del “antiguo régimen”, es decir, en el laberinto del empate binominal y de los quórum parlamentarios inalcanzables.
¿Hay algo nuevo en la situación que enfrentaría un gobierno de centroizquierda que asumiera en 2014 respecto de aquella que enfrentaron los gobiernos de la Concertación? Sí, la emergencia de una ciudadanía activa y de movimientos sociales más estructurados. Pareciera ser que en medio del congelamiento institucional de estos años tuvo lugar una “transición social y cultural por abajo”. He ahí lo nuevo del actual escenario político. ¿Se apoyará un eventual gobierno de Bachelet en esta nueva ciudadanía o la estabilidad y gobernabilidad que comienza a anunciarse consistirá en desarticular, desmovilizar o incluso reprimir esta sociedad más organizada y activa?
El imaginario del partido de la ex presidenta parece moverse entre ser el partido del “orden” o del “cambio” (o del “cambio ordenado”). Pero la promesa de combinar el cambio con la estabilidad –un eufemismo que pareciera anunciar el intento de gobernar con una sociedad desmovilizada- descansa en el supuesto de que existe un empresariado disponible para un nuevo pacto social (y una gran reforma tributaria) y una derecha que no utilizará su capacidad de veto y de “desalojo” que le da el binominal.
Una segunda administración de Bachelet cuyo éxito descanse en restituir un diseño de gobernabilidad elitario y de relación vertical con la sociedad civil tiene serios riesgos de terminar en un gran fracaso y frustración popular. Se debiera, cuando aún no es tarde, reexaminar no solo la deseabilidad de esa estrategia sino su viabilidad en el contexto de esta nueva sociedad más organizada y exigente. Hacer pasar ese diseño, construido sobre frágiles premisas, por aquella vieja y simple pregunta: “¿Y si no resulta?”.
Si no resulta, es porque no esta suficientemente cementado, en la pluralidad,la participación y la construcción de un futuro. En donde los sueños de cada uno tenga al menos la posibilidad de entrar.