Se ha argumentado en abundancia, y con razón, que el debilitamiento de la legitimidad del actual modelo está relacionado con las desigualdades que genera. Se ha analizado menos que en el origen de muchos de los conflictos más recientes –el naufragio de la Universidad del Mar, la parálisis de Hidroaysen, los estallidos regionales o el rascacielo de Cencosud-, lo que se observa es una colisión entre los intereses de los ciudadanos y un modo de construir la sociedad y las políticas públicas cuyo fundamento es un “espontaneísmo de mercado” y una iniciativa privada que prevalece sobre la institucionalidad pública en términos conceptuales y jurídicos.
Si un particular quiere construir un colegio en cualquier punto del país el Estado está obligado no solo a aceptarlo sino a subvencionarlo y a permitir que margine una utilidad de esos recursos; si alguien quiere construir una Universidad no existe una autoridad estatal que vele en serio por la fe pública ni siquiera por el cumplimiento de la ley (el fin de lucro de la Universidad del Mar tuvo que ser develado por su propio Rector). La matriz energética no se construye sobre la idea de un desarrollo estratégico del país, ni en base a opciones dirimidas democráticamente, sino a partir de los proyectos que los privados van presentando, uno a uno. La matriz energética del país surgirá así de la sumatoria de estos proyectos. La misma lógica se impone en el (des) gobierno de las ciudades.
El neoliberalismo, sostenía lúcidamente el filósofo Michel Foucault, es antes que una doctrina económica una concepción política del Estado: se trata de colocar toda la fuerza del Estado al servicio de que éste no intervenga, o lo haga lo menos posible, sobre el libre funcionamiento del mercado. Esta retracción del Estado es lo que permite que la fisonomía de la sociedad se construya a través de sucesivas decisiones particulares en clave mercantil. Bajo este liberalismo silvestre, también se lo ha llamado “anarco-liberalismo”, toda la fuerza política del Estado está al servicio de su propia inhibición.
¿Ha funcionado este “constructivismo de mercado”? Cabe decir que en pocas latitudes estas ideas alcanzaron el grado de radicalidad e implementación que lograron en nuestro país. Sus mayores fracasos se observan hoy en aquellas áreas que requieren miradas de largo plazo, decisiones estratégicas, la opinión de los ciudadanos. Las ideas neoliberales, desde sus orígenes, declararon que su enemigo principal era lo que denominaron el “constructivismo estatal” y se embarcaron en una crítica que rechazaba por igual la planificación centralizada, los “planes quinquenales”, los Estados de Bienestar o incluso el más mínimo intento de planificación sectorial.
Entregar aspectos claves del país a este “constructivismo de mercado” ha derivado en una falta de institucionalidad pública y de definiciones de mediano y largo plazo en temas fundamentales, lo que incluso algunos grandes empresarios han comenzado a resentir. Es difícil pensar que sin una validación democrática y una planificación –palabra hasta ahora proscrita- de largo plazo en áreas estratégicas del país, pueda ser posible conciliar en los próximos años, por un lado, los intereses de las comunidades y de los ciudadanos y, por el otro, las decisiones de inversión y desarrollo.