Nacida en la Grecia ateniense y universalizada a lo largo de la historia como el paradigma político que mejor permite el desarrollo de la vida social del hombre y el despliegue de todas sus potencialidades, en la medida en que combine virtuosamente la libertad y la igualdad de derechos y oportunidades, la democracia aspira a ser el marco de todas las relaciones sociales. En la búsqueda por perfeccionarla y modernizarla como régimen político, se le ha ido dotando de atributos tales como la transparencia y la rendición de cuentas, convertidas en herramientas para mejorar la calidad de la participación ciudadana y, por ende, de la propia democracia.
Por una de esas paradojas que nos refuerzan la idea que alcanzar una democracia real no es posible si ésta no se extiende a todos los campos de la actividad humana, la democracia acaba de recibir una advertencia brutal de manos de uno de los sectores menos democráticos y transparentes de la vida contemporánea : el sector financiero. Lo paradojal del caso es que dicha advertencia brutal a manos de un poder fáctico global ha tenido como epicentro geográfico precisamente a esa Grecia que fuera la cuna de la democracia.
Compelido por una Unión Europea que parece decidida a salir de la crisis por la que atraviesa favoreciendo el arribo al poder político en aquellos países con mayores dificultades de tecnócratas del sector financiero y situado ante el extraño problema de no contar con el apoyo de la derecha griega para aprobar la receta clásica recomendada por el FMI y el Banco Central Europeo, que le obligaba a realizar nuevos recortes sociales fuertemente resistidos por el pueblo griego en las calles, ,el primer ministro socialdemócrata Papandreu creyó poder recurrir a una herramienta democrática salvadora: la realización de un referéndum que le permitiera legitimar estos nuevos sacrificios exigidos a su pueblo, asegurando de paso su reconciliación con la unión europea.
La mera enunciación de dicha herramienta democrática provocó una reacción inmediata, coordinada e impresionante de parte de los Jefes de Estado europeos, los medios de comunicación internacional y, last but not least, de los banqueros privados y centrales. El cerco en torno al Primer Ministro Griego se estrechó hasta asfixiarlo. De nada valió que renunciara prontamente a sus afanes de legitimar democráticamente el plan de salida de la crisis exigido por las autoridades políticas y económicas de la Unión Europea y, principalmente, por los banqueros alemanes que cobrando altísimos intereses se habían “arriesgado” a comprar bonos soberanos griegos y a otorgar créditos a empresas y al gobierno de Grecia.
Papandreu debió renunciar, la derecha griega fue “ convencida” de que debía deponer su oposición al impopular plan de salvataje exigido por la Unión Europea y el país se debate ahora en un farragoso proceso de construcción de un gobierno de alianzas políticas que no termina por cuajar. La situación no alcanza para recurrir al fácil símil de una tragedia griega clásica, llena de grandeza, sino que puede describirse como una vulgar comedia de equivocaciones llena de pequeñeces, de la que sólo sale bien parado el real director de escena: el capital financiero.
El fundamentalismo monetarista de los banqueros centrales europeos, cuya autonomía les permite imponer programas de reducción brutal de gastos sociales a los países miembros, impidiendo así el sobrevaluado riesgo de inflación, el predominio del pensamiento ortodoxo en los gobernantes europeos actuales y el poderoso lobby del sector financiero logró así escapar de un riesgo mortal : que los mecanismos democráticos hicieren pie, tras el ejemplo griego, en las respuestas nacionales a la crisis actual y en un eventual rechazo a las nada de milagrososas recetas neoliberales para “ salir” de ella, pagando el costo los trabajadores de cada país. El fantasma del caso argentino y de la figura espectral de Kirchner impidió el sueño de políticos, tecnócratas de alto nivel y banqueros europeos, que sólo lo recuperaron tras la caída de Papandreu. Pero el problema no se ha terminado y sobre las cabezas de estos funcionarios, políticos y banqueros seguirá colgando su real espada de Damocles: la llegada de los mecanismos democráticos y de la transparencia al mundo secreto y oscuro de las transacciones financieras, que se mueven mejor en las sombras y sin reglas. Esa es realmente la raíz del problema griego actual, que amenaza con extenderse a otros países mediterráneos con similares desafíos. De modo que no deberemos sorprendernos de la ofensiva mediática, adornada por sesudos artículos de “prestigiados economistas anglosajones”, orientadas a convencernos de que las arenas de la democracia son demasiado estrechas para que en ellas participe el complejo mundo de las finanzas globales, según lo previera hace ya tiempo Samuel Huntigton.
Lo que está amenazado es el concepto de soberania popular. Las decisiones no se toman a escala nacional y por los ciudadanos. Es dificil que la democracia recupere su legitimidad con este evidente desplazamiento de la voluntad popular hacia oprganismos internacionales financieros…