Democratizar las imágenes

Cámara TV

Ernesto Águila Z. Director Ejecutivo, Instituto Igualdad.

TAL VEZ, lo más difícil de este tiempo es lograr que algo no sea olvidado de manera inmediata y definitiva. El gran ojo mediático se despliega, va eligiendo lo que es una noticia, convierte el hecho, con más o menos éxito, en algo único e irrepetible,  lo exprime lo más que puede y luego lo desecha. Enseguida se desplaza y se posa sobre otro punto de la realidad igualmente «inédito» y «excepcional», construyendo así un presente efímero y perpetuo que se va ensanchando infinitamente, y que va borrando en su mismo movimiento cualquier huella profunda o recuerdo perdurable.

Este ojo medial ha demostrado ser, además, en el caso chileno, profundamente selectivo: no sólo se le pide al hecho noticioso cierta espectacularidad y adaptación al formato dramático de la imagen, sino también la creciente exigencia de generar «emociones consensuales»: la «proverbial solidaridad del chileno» frente a la adversidad; la invocación a la «unidad nacional» para reconstruir «el Chile devastado»; el Bicentenario que todo lo vuelve a unir (incluso a O’Higgins y Carrera), la bandera más grande y la siempre impecable y gallarda Parada Militar (esta vez terrestre y naval); el milagroso y eficiente rescate de «los 33 de Atacama», y las «27 horas de amor y solidaridad» que ya se acercan.

En este reino de las imágenes y los relatos consensuales, el punto más alto (o bajo, según desde donde se mire) lo constituyó el férreo y absoluto control oficial de las imágenes del rescate minero en cadena nacional de dos días, y que la TV chilena transmitió íntegra y acríticamente, a diferencia de las cadenas internacionales, que lo hicieron sólo de manera parcial. Esta inédita apropiación y control oficial de la imagen dejó un cierto sabor y aroma a «tiempos pretéritos», y la percepción que se parte del supuesto de estar frente a un ciudadano sin la mínima alfabetización mediática.

En este contexto de producción de un relato único que va indicando siempre una manera de mirar y de emocionarse, el espacio para el desacuerdo y la crítica se va arrinconando y reduciendo peligrosamente. Hay días en que se ha vuelto más fácil encontrar una aguja en un pajar que una noticia crítica u opositora en el espacio medial.

¿Resiste una sociedad democrática, plural y diversa como la chilena, este grado de selectividad y control de la imagen, esta producción infinita de relatos y emociones consensuales y homogéneas, y la transformación del espacio público-medial en un lugar cada vez más uniforme y previsible?  No parece razonable ni democrático.

El debate más importante sobre el futuro de nuestra democracia no dice tanto relación con las anunciadas reformas políticas, sino con el marco normativo y legal sobre TV digital y televisión pública, y las posibilidades que se abren para que ingresen al sistema de medios audiovisuales nuevos operadores y renovadas miradas que den mejor cuenta de la diversidad y pluralismo de la sociedad chilena. Si esta trascendente discusión de los próximos meses no se resuelve en favor de una democratización de las imágenes, la pérdida para la expresión de la diversidad de la sociedad chilena y para la calidad de su política será de gran magnitud, tal vez irreversible, y nuestro espacio público y deliberativo se volverá cada vez más pobre, monocorde y tedioso.

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