Ciudadanía anulada

Ya se sabe que la segunda vuelta se decidirá por un escaso margen de votos. Las mayores esperanzas de la candidatura de derecha están puestas en aquel segmento de votantes de Marco Enríquez-Ominami que pudieran decidir, finalmente, anular su voto en segunda vuelta.

Según mi acotada experiencia, el potencial votante nulo es un hueso duro de roer. Ello porque está  envuelto en un cierto nihilismo que se autopercibe lúcido y desde donde es difícil moverlo: siente que todo es igual y que da lo mismo cualquier cosa que él pudiera hacer.

La primera mala noticia para este potencial votante nulo es que su voto en segunda vuelta no es inocuo ni indiferente al resultado final. Ello porque hoy se cuenta con el resultado de la primera vuelta y, por tanto, se conoce que ese voto nulo favorece a la primera opción en competencia, en este caso a la derecha. Este es un argumento que irrita al potencial nulo, pero es en estricta lógica cierto: en segunda vuelta el voto nulo no existe, porque ya se conoce a cual de las opciones en disputa favorece. Ello puede no tener en sí nada de malo, pero tampoco se puede alegar desconocimiento.

La segunda alternativa, es desenfundar frente al potencial nulo el argumento del “mal menor”. Este argumento suele tener “mala prensa”, lo que no se justifica porque es de la lógica decisional de alguien cuya primera opción política ha quedado en el camino ver cual es la alternativa que resulta menos mala o un poco mejor de las que siguen en pie.

En este sentido, no es razonable esperar que alguien cuya opción ha sido derrotada en primera vuelta pueda concurrir de manera completamente satisfecha a sufragar por lo que constituye una segunda alternativa. Una clara excepción que confirma esta regla ha sido la incorporación del coordinador económico de Enríquez-Ominami, Paul Fontaine, a la campaña de Sebastián Piñera, el cual curiosamente se veía mucho más realizado y feliz en su nueva opción que en aquella que apoyó en primera vuelta.

Tampoco falta entre el potencial votante nulo la vieja teoría de “agudizar las contradicciones”. Así se piensa que tal vez un triunfo de la derecha haría más evidente las diversas formas de dominación y explotación existentes, mientras que un gobierno de corte socialdemócrata sólo serviría para atenuar y disimular los conflictos. Benedetti, que conoció bastante de cerca estos razonamientos “dialécticos”, luego de la dura experiencia por la que pasó la izquierda uruguaya en los ’70, escribió: “Con espanto descubrimos un día que lo peor es siempre lo peor”. Es cierto que no estamos en los ’70, pero por qué echar al olvido completamente ese aprendizaje.

Por otra parte, el votante nulo descree de esa frase que cada tanto deja caer la Presidenta Bachelet como si fuera un oráculo proveniente de alguna lejana y perdida sabiduría: “No da lo mismo”. Por el contrario, este ciudadano está convencido de que en realidad da todo lo mismo. En los últimos días se ha hecho un genuino esfuerzo programático de convergencia entre la Concertación y el Juntos Podemos, y se ha acogido de manera bastante constructiva la propuesta de Enríquez-Ominami sobre una nueva reforma tributaria. Ello son pasos significativos e instalan con bastante nitidez, para el que quiera mirar con un poco de buena voluntad, que existe una clara disyuntiva entre progresismo y derecha el próximo 17 de enero.

Según recientes encuestas, la candidatura de Frei creció en pocos días cerca de 15 puntos. Ello da cuenta de una convergencia espontánea y casi instintiva de los electores de izquierda y de centroizquierda, en torno al candidato del progresismo más votado de la primera vuelta. Sin embargo, la principal disputa se vivirá en un pequeño y complejo campo de batalla: el ciudadano escéptico. No deja de ser curioso y hasta un poco inquietante que el futuro de la próxima elección presidencial se encuentre en manos de ciudadanos y ciudadanas que han preferido, hasta ahora, anularse como tales.

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